Precisamos imperiosamente revitalizar la palabra para generar un diálogo político.
“El jefe es aquel que debe hablar. Un jefe ejerce su autoridad con la palabra como el elemento más opuesto a la violencia” (Clastres, P. Chronique des Indiens Guayaki. París. Plon. Coll, p 161). En Francia, Clastres, admirador del Alemán Heidegger y su definición “El lenguaje es la casa del ser, a su abrigo habita el hombre” y otros tanto mediante, han estudiado ciertas comunidades Guaraníes, llevando a estos tener un prestigio inversamente proporcional al destrato que reciben por parte de quienes habitamos próximos a ellos. En su trabajo de campo, vivió con la rama mencionada de la etnia Guaraní, otorgándoles el don, Heideggeriano, de poetas, por el cuidado y la constitución de la sociedad misma, en su substancia como en su autoridad, separadas, mediante lo que luego los occidentales llamaríamos logos, palabra y el entrecruzamiento de los mismos, que es ni más ni menos que el diálogo. Los que habitaron nuestras tierras, en forma primigenia y que son estudiados por la elite intelectual europea, daban valor a la política, desde su acuerdo con la palabra, siglos después, devenimos, desbarrancamos en la noción de que la política es el amontonamiento de sellos, de envases (leáse partidos) que cosifican a los hombres y hacen uso de sus necesidades más urgentes, para hacer demostraciones de fuerza, que son replicadas en serie en donde se privilegia, se promociona el absolutismo de la posición única, el totalitarismo del vínculo mando y obediencia, el verticalismo de la lógica del amo y del esclavo que recluye, que ocluye, que obstaculiza e impide la palabra y por ende la posibilidad de diálogo, como de política.
Seguinos
3794399959