CAMPAñA
10 de septiembre de 2017
Precisamos imperiosamente revitalizar la palabra para generar un diálogo político.
“El jefe es aquel que debe hablar. Un jefe ejerce su autoridad con la palabra como el elemento más opuesto a la violencia” (Clastres, P. Chronique des Indiens Guayaki. París. Plon. Coll, p 161). En Francia, Clastres, admirador del Alemán Heidegger y su definición “El lenguaje es la casa del ser, a su abrigo habita el hombre” y otros tanto mediante, han estudiado ciertas comunidades Guaraníes, llevando a estos tener un prestigio inversamente proporcional al destrato que reciben por parte de quienes habitamos próximos a ellos. En su trabajo de campo, vivió con la rama mencionada de la etnia Guaraní, otorgándoles el don, Heideggeriano, de poetas, por el cuidado y la constitución de la sociedad misma, en su substancia como en su autoridad, separadas, mediante lo que luego los occidentales llamaríamos logos, palabra y el entrecruzamiento de los mismos, que es ni más ni menos que el diálogo. Los que habitaron nuestras tierras, en forma primigenia y que son estudiados por la elite intelectual europea, daban valor a la política, desde su acuerdo con la palabra, siglos después, devenimos, desbarrancamos en la noción de que la política es el amontonamiento de sellos, de envases (leáse partidos) que cosifican a los hombres y hacen uso de sus necesidades más urgentes, para hacer demostraciones de fuerza, que son replicadas en serie en donde se privilegia, se promociona el absolutismo de la posición única, el totalitarismo del vínculo mando y obediencia, el verticalismo de la lógica del amo y del esclavo que recluye, que ocluye, que obstaculiza e impide la palabra y por ende la posibilidad de diálogo, como de política.
Posiblemente esto se deba, a qué, el resabio de los peores conceptos dimanados por el eurocentrismo (o el franco-germanismo), asentados en estas extensiones, conquista (religiosa más que territorial o económica o comercial) mediante, queden cómo expresión de lo inferiores que somos los que aún habitamos por estas tierras a diferencia de lo superiores (sobre todo en términos intelectuales) que son los que se apiadan de nuestra barbarie, sacralizan lo que nosotros despreciamos y nos denuncian en los ámbitos, siempre distantes, en donde les sobra voz y voto. Este es el claro concepto de justicia occidental. Básicamente el penalizar, para disciplinar, como herramienta de poder. En uno de los libros pilares de esta forma de pensar: ¿Qué es justicia? Kelsen, su autor, en la cúspide de la pirámide (verticalismo conceptual, ordenes de mando y obediencia, a diferencia de los brotes rizomáticos de la horizontalidad salvaje o no occidental) estableció precisamente bajo tal figura el orden jurídico que rige en todas las latitudes occidentales, las primigenias como las sucedáneas. Estas, muestran, desde la cúspide, hablando en los términos europeizantes, su desafección, su desapego a las normas a las que sí hacen someter al resto de los que tienen por debajo de sus categorías. Para entender las razones, para en el caso que luego lo deseemos, cambiarlas o cambiar algo, debemos entender la justicia desde otra perspectiva que la impuesta y sostenida por el sistema de pensamiento imperante, tanto el formal académico como el liminar e informal. La justicia es utilizada como una noción de poder, en donde, como en otros canales de la formación y la constitución humana (es decir su perspectiva política) se desanda lo más auténtico del ser. Por esta noción es que se trata de una cuestión cultural, a la que debemos indagar en sus momentos cruciales, en el caso de que tengamos la necesidad de recuperar, o de tener alguna vez, una sociedad, que construya su política desde el diálogo, y no desde los monólogos absolutistas y totalizantes que nos llevan a posiciones únicas, y por ende a ciclos de violencia e intolerancia.
“Si la historia la escriben los vencedores” frase atribuida a George Orwell, la frase conceptual se completa con “existe otra historia de los vencidos”, tal como si fuese un estandarte de un ejército de vencedores morales, de melancólicos o románticos revisionistas, que mediante un gran esfuerzo investigativo e intelectual, se empeñan en relatar modificaciones a esa gran historia oficial, a la que suelen torcer, mediante modificaciones menores, logrando gestas apocadas que reinan en el ámbito simbólico. En la presente nos proponemos demostrar la existencia de una cultura, de la que no dan crédito de su estadía en la tierra, ninguna de las instituciones educativas ni culturales reinantes, tampoco organización o movimiento que se precie de vindicativo de causas de minorías o de sectores que hayan sido víctimas del discurso único, social, económico, intelectual y culturalmente aceptado. Utilizamos metodológicamente como forma de validar las apreciaciones vertidas, que en su conjunto se pueden englobar en hipótesis, las teorías no escritas, que en su momento las utilizo Hans Kramer[1] para sostener en sus conceptos que el filósofo Griego Platón aleccionaba en su academia a los discípulos, de un modo diferente a lo que escribía en sus diálogos que nos han sido legados, como tesoros proverbiales de la filosofía y de la humanidad y de las que sí tenemos los registros editados por todos conocidos.
Se estima que tiempo antes de la existencia de los guaraníes nuestras tierras fueron habitadas por una civilización que ha dejado muy pocos rastros de su existencia. Alcanzando el grado de mito, como la célebre Atlantis, daremos cuenta, de la información que contamos acerca de la cultura que podríamos dar en llamar como de los “Gentereí”.
En un tiempo no precisado de la historia, en lo que actualmente se conoce como el litoral argentino, una cultura de peculiares características, tuvo su apogeo y extinción, bajo sinuosidades sociales y políticas, que en la actualidad nos pueden parecer, casi familiares y cotidianas, por lo que no es demasiado arriesgado suponer, que pese a los siglos transcurridos y por más que las evidencias materiales no sean contundentes, tenemos una carga genética o arrastramos signos de quiénes serían nuestros antepasados directos; los Gentereí.
A mediados del siglo XX, un antropólogo Alemán, JCR, bosquejo en su cátedra en la universidad de Friburgo, los apuntes de esta civilización, hasta ahora, desconocida o poco conocida. Los textos del mencionado, fueron perdidos en su totalidad, producto de la barbárica quema de bibliotecas y libros, ejecutada por el latrocinio nazi que azotó la humanidad algunos años, los siguientes párrafos sobrevivieron el exterminio, mediante un alumno anónimo que recopilo, informalmente, lo que a continuación se transcribe.
En medio de los humedales sudamericanos, al parecer existió una civilización, o una aldea, que desarrollo una organización social y política muy peculiar y que de acuerdo a los registros existentes, tanto a nivel etnológico como antropológico, no guardo similitudes o correlatividades, con las culturas amerindias, conocidas y estudiadas después.
Damos cuenta de la misma, mediante el descubrimiento de un papiro que los especialistas se lo adjudican a Platón, en lo que sería el hallazgo de un nuevo diálogo del filósofo que versa acerca de los gobiernos más virtuosos y en donde se mencionan los casos de Atlantis y de los Gentereí. Como todos sabemos el primer caso, ha sido históricamente materia de búsqueda e investigación furtiva, más no así esta segunda civilización que habría tenido un vínculo estrecho con Atlantis, transformándose ambas, para Platón en los modelos políticos ideales, perfectos o a imitar. Platón nos cuenta de la siguiente manera la información que posee acerca de los Gentereí:
Fedón: Y tú qué crees Sócrates, acerca del mejor gobierno posible, acaso, luego de los mismos ¿no han concluido todos de una forma trágica?
Sócrates: Es que sólo conozco dos.
Fedón: Atlantis y ¿el otro?
Sócrates: Los Gentereí.
Fedón: Nunca escuche hablar.
Sócrates: ¿Quieres ahora?
Fedón: Encantado.
Sócrates: Teniendo como virtud máxima el conocer tanto sus límites como sus virtudes, estos hombres de estatura inferior a la promedio y de color del barro próximo al río que habitaban, sabían muy dentro de sí que no necesitaban demasiado esfuerzo como para alimentarse y subsistir, por tal gracia de la naturaleza, que ellos la entendían como una bendición de las divinidades, desarrollaron también una fortaleza interior, que los hacía en circunstancias de peligro, no solo no temerle a la muerte, sino desearla, como tributo o acto sacrificial ante esas deidades.
Fedón: Cobardes para vivir y valientes para morir…
Sócrates: Así lo podríamos decir Fedón, sigo: El mayor deseo de ellos, era el estar bien considerados por el resto de la comunidad, de su aldea, mostrarse con algún atuendo en el que pudieron haber pasado meses de confección incluso, sobretodo en una festividad a principios del estío, una suerte de bacanales, en donde con disfraces, colgando piedras, imitando a las aves, con plumas, acompañados de cantos y estertores, desfilaban por toda la aldea, siempre siguiendo esa búsqueda, la aceptación, visual, estética y social del otro.
Fedón: Mejor parecer que ser…
Sócrates: Me parece que te estas adelantando unos siglos, pero sí lo quieres ver de esa manera Fedón…continúo: Regidos por una organización social muy simple pero no por ella poco efectiva, habían logrado determinar bajo un sistema un poco más complejo de que entandamos tal vez, quiénes participaban de la cosa pública y quiénes no. Si bien no suscribían a un sistema definido o explícito de castas, los gentereí propiamente dichos, eran gobernados, por los “Ahiteba”. Si bien estos eran naturalmente gentereí, cuando asumían el rol de gobernantes, dejaban de serlo e ingresaban en este estadio superior, asimismo con el paso del tiempo, y como muchos “Ahiteba” lograban traspasarse el poder filialmente, no fueron pocos los que, confusa o equívocamente, querían imponer estos parámetros de vínculos sanguíneos, cuando en verdad, se trataba de otra cosa.
Fedón: Más vale cola de león que cabeza de ratón…
Sócrates: No existía en aquella comunidad valor supremo que el de la obediencia que se le debía a los de la clase gobernante, pero una obediencia con parte de admiración, estimulada por la referencia de querer ser parte de la misma, no por la imposición del rigor del terror, sino porque los “Ahiteba” eran como una suerte de semidioses, que desde la mortalidad del común, habían ingresado a tal selecto grupo, para ese afuera, todo se hacía ver como posible, por más que no lo fuera, por eso era decisivo que no estuviese explícito que tal condición podía ser transferida o heredada por vínculos sanguíneos. La única condición como para tener la posibilidad de ser un semidios gobernante, era la de obedecer primero, y desear ser parte luego, por más que en ese mientras tanto se sufrieran las peores injusticias o vejaciones.
Fedón: ¿Engañaron a todos algún tiempo, a algunos todo tiempo pero no a todos durante todo el tiempo?
Sócrates: Al parecer los Gentereí habitaban las extensiones de la naturaleza, reinaban en los humedales, también eran conocidos como los del bosque, los Ahiteba se nuclearon en una suerte de castillos o grandes construcciones, en donde bajo grandes pórticos, abrían y cerraban las compuertas de la fortificación, creyéndose los custodios de la aldea, con el derecho de tener la tranquilidad de espíritu de no verse sobresaltados por los rugidos del tiempo o los peligros de las alimañas.
Fedón: ¿Los del bosque no podían ingresar?
Sócrates: Sí claro que sí, pero sólo cuando eran autorizados o llamados a cumplir algún tipo de servicio, de actividad o de tarea. No eran pocos los del bosque, que incluso pasaban más horas dentro del castillo que fuera, al punto que fueron llamados, tanto por unos como otros como “chimbos”. Limpiaban, cocinaban, enseñaban, curaban, contaban, divertían y hasta participaban de grandes comilonas y de orgías de los “Ahíteba”. Siempre volvían al bosque, no tenían dentro de sí, ese permiso para quedarse en otro lugar, tampoco lo deseaban, salvo en caso que desde la gobernancia se decidiera que alguno de ellos fuera parte de la clase gobernante; los chimbos eran muy bien vistos por los gentereí comunes, que escuchaban, sin desear tampoco, como a pasos suyos y en nombre de mejorar las condiciones de vida de ellos, se vivía tan distinto y tan bien.
Fedón: No entiendo como tantos podían aceptar vivir de forma tan diferente sin que se suscitaran problemas, ¿no es acaso el sentido de igualdad, o al menos de oportunidades, una característica del ser humano, más allá de la cultura a la que pertenezca?
Sócrates: Te pido que pienses, o recrees esto que te narro, desde el lugar en el que estamos, desde todo un sistema en donde todo funcionaba bajo estos principios y en donde todas las variables que puedas imaginarte se ajustaban para el mismo ángulo. Toda la información surgía desde el mismo lugar, se distribuía con los mismos métodos y con los mismos hombres, consabidamente orquestados por los Ahiteba. En medio del humedal tenían un ágora, un espacio, el más grande construido hasta entonces, para representaciones teatrales, para espectáculos y para comunicar las novedades de la aldea, ninguno de los gentereí los usaba sin quebrantar lo dispuesto previamente por los de la clase gobernante, quiénes elegían desde los juglares hasta las vestimentas que estos tenían que usar para comunicar lo que ellos querían que se comunicara.
Fedón: ¿Cómo lograban esa unidad interna ante tanta diferencia notoria? Perdona que sea insistente…
Sócrates: Dispusieron un corte o antinomias que no tenían con ver con su condición social o política, desde lo estético, lo comunicacional y lo deportivo. En esas fiestas tradicionales que te mencione, desfilaban dos ejércitos, en ambos, participaban Ahiteba como Gentereí, por tanto, la disputa no se daba entre la clase gobernante y los gobernados, sino entre estos ejércitos creados ad hoc, recreados por intermedio de relatos o de fábulas, por lo general vinculados con el reino de la naturaleza, confrontaciones entre animales, entre cantos de pájaros o sonidos de truenos y de rayos. Otro tanto lograron hacer con los que comunicaban las novedades de la aldea, incentivaban disputas o confrontaciones entre juglares de supuesta fama, que leían los mandatos escritos por la clase gobernante, y en esos mismos libretos supuestamente criticaban el estado de cosas, cuando en verdad lo que hacían era legitimarlo, validarlo a través de la risa, hacerlo más cotidianamente aceptable y tolerable. En el barro de esa disputa de ídolos de lodo, los gentereí pasaban sus días, cuando no amonestados por los dictados de los profetas que también eran parte fundante de los Ahiteba, que azuzaban el posible castigo de los dioses, en caso de que algunos, por alguna extraña razón, osara decir que no al estado de cosas, desobedecer, caminar por la cornisa denunciatoria y vindicativa. Como instancia final de este sistema inercial de control, los curadores, sanadores o chamanes de la salud, tenían la potestad de declararlos insanos a quienes no toleraran lo establecido, para ellos, cada cierto tiempo prudencial, partía un navío, río adentro, llevando a los afectados a tierras desconocidas, como una suerte de exilio obligado o de viaje final, en donde podrían continuar con sus vidas enfermas pero lejos de la aldea en donde las cosas funcionaban tal como lo establecido.
Fedón: ¿Pero qué tipo de gobierno adoptaron?
Sócrates: Esta es otra de las particularidades, si observamos todo esto diremos que eran manejados por una oligarquía, pero no, cada tiempo normado, asistían a elecciones en donde todos tenían la posibilidad de participar, o al menos, así lo decían sus leyes. No existían límites para que se postularan tanto los que vivían adentro o afuera, Ahiteba, Chimbos o Gentereí. Por supuesto que esto era una escenificación, una impostación más te diría, la más excelsa. Quiénes se postularan, debían estar avalados, apoyados o acompañados por un ejército o núcleo de hombres de más de 30, inscribirse en una suerte de catálogo, y una corte de jueces, determinaba sí los inscriptos cumplían tanto con el requisito numérico, como también no contar con impugnaciones por parte de curadores, chamanes o profetas, si alguno de estos dictaminaba que en la lista de candidatos aparecía quién atravesara ausencia de salud o mal espiritual la postulación caía automáticamente. El segundo paso era la elección propiamente dicha, en donde convengamos, se postulaban, como vimos, quiénes el sistema aprobaba, filtro fino mediante, que a la luz pública no mostraba su poder censor, sí bien todos asistían al voto, mediante el ingreso a un habitáculo especialmente diseñado al costado de la plaza pública, y marcaba con un punto en la lista de candidatos, lo cierto es que para que cada uno de los votantes, marcara o hiciera su voto, el método más común como para convencerlo era mediante la entrega de un obsequio o regalo momentos antes del sufragio. El valor del objeto dependía de acuerdo del votante, sí al que le tocaba votar necesitaba más elementos para vestimenta o no había tenido una buena cosecha, los candidatos, que por lo general y como imaginarás, en casi la totalidad de los casos, iban por mantener el poder, le obsequiaban lo que este precisaba. Según cuenta uno de los filósofos de los del bosque, del que al parecer han quedado muy pocos registros de sus obras, se ha llegado a prometer a un votante acaudalado y sin necesidades inmediatas el obsequio de que soñaría lo que deseara, pues desde hace tiempo era atormentado por pesadillas de las que no se podía desprender, y el nivel de promesas de los que pretendían mantener el poder llegaba a tal extremos de la señalada promesa.
Fedón: Pero si esta comunidad ha sido tan exitosa para sí, ¿Qué ha sucedido con ella?
Sócrates: Esa es otra historia Fedón, más divertida que esta, pero no siempre lo divertido nos lleva a entender, a comprender, a conocer por qué han sucedido las cosas, por ello era imprescindible que conocieras primero esta parte.
Por Francisco Tomás González Cabañas
[1] KRÄMER, Hans. Platón y los Fundamentos de la Metafísica. Trad. por: Angel Cappelletti
y Alberto Rosales. Intro por: Giovanni Reale. Caracas, Monte Avila, 1996. Pp.492
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