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CULTURA

7 de febrero de 2016

La gente de la calle blanca.

Todo lo que es profundo ama el disfraz… Todo espíritu profundo tiene necesidad de una máscara. Friedrich W. Nietzsche.

El carnaval puede que sea el momento preciso cuando la oficialidad marca con crudeza y tajantemente la intangible verdad material que separa, diferencia y cataloga a las personas en cuanto a su poder adquisitivo en términos monetarios. Esta es la mirada lateral del carnaval.

Hasta el hartazgo se sostiene que el carnaval es la expresión popular por excelencia, donde todo un pueblo acude al festejo carnestolendo, es como el elixir emocional  de la diversión más genuina que pueda tener una ciudad. Esquina sin duda es la tierra que concentra una pasión desbordante, sin miedo a equivocarme, puedo sostener que Esquina es narcotizada por los colores afrodisiacos de las comparsas.

Mientras todo ese maravilloso mundo escénico ocurre quedan al descubierto que ya no es un acontecimiento popular, se convirtió en el icono de la división de ciudadanos de primera y de cuarta, los que tenemos la suerte de ingresar con alguna de las comparsas colaborando con el despliegue, podemos percibir con nitidez la situación penosa de una gran cantidad de concurrentes ya que no estamos inmersos en el pasional bullicio.

Las calles de la Avenida Bartolomé Mitre que hace de cosmódromo están pintadas de color blanco para mejor apreciación de los trajes y artistas, pero resulta que la pintarrajeada no es en todo el predio sino que, comienza y termina en las cuadras principales donde se encuentran los palcos que solo pocos pueden acceder y casualmente y como si fuera a propósito, donde no fue pintada la calle el sonido del espectáculo es menor al de una radio spika para escuchar partidos de futbol bajo un naranjo los domingos, coincide a la perfección la decadencia.

En ese contraste se encanaliza la partición social -auspiciada por la oficialidad organizadora-, todos pagan el mismo monto por la entrada al predio, pero no todos reciben el mismo espectáculo, lo mejor disfrutan la gente de la calle blanca con un relativo buen sonido e iluminación del predio y los ciudadanos de cuarta, los que no cuentan con recursos para pagar un palco se deben conformar con el resto. Los bailarines que perfectamente notan esa diferencia y en un acto de empatía siguen bailando y actuando con toda pasión y fuerza para los ciudadanos de cuarta -que son encerrados con vallas como un gueto-, da un soplo de esperanza.

Tal vez tengan que rever las contrataciones del sonido del predio, probablemente si contratan a un profesional en la materia saldría seguramente más barato y con mayor calidad, es difícil pedirle a un pediatra que construya una bomba atómica para hacer desparecer un país.

El carnaval dejo de ser popular y “democrático”, se convirtió en el disfrute de pocos. ¿Por qué ya no es democrático y popular? Simplemente al tener un palco oficial en el medio del predio aniquila la igualdad de derechos para con quienes pagaron un ticket de ingreso, palcos oficiales plagados de invitados “especiales” (que aterrizan de la Capital correntina y no pagan ticket y se dicen representantes del pueblo, deberían dar el ejemple e ir a ver el desfile en los sitios de la decadencia), contemplando la pasada de la conductora fetiche del Señor de la Comarca es una rémora monárquica nauseabunda.

El carnaval es el momentos más extraordinario que vive quien suscribe, fui muchas veces parte de la gente de la calle blanca hundido en ceguera del padecimiento de aquellos que se tienen que conformar con la sobra, hoy mi perspectiva cambio, lo viví desde otro lado. Si el carnaval no es popular y democrático será otra cosa, pero carnaval jamás.

Por Carlos Coria García.

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