Martes 17 de Junio de 2025

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24 de diciembre de 2017

El deseo es siempre del otro, el perdón es sólo nuestro y la expectativa, nos comprende, sin excepción a todos.

He comprado el buzón de suponer que las convicciones, la creatividad, el pensamiento crítico y el apostar a un colectivo, que trascienda la individualidad somera, fría, y esquiva de resolver un problema personal, hasta incluso material, son actitudes ante la vida que más allá del regocijo espiritual, son validadas por todos y cada uno de los integrantes de una sociedad.

He pretendido vencer el tiempo, en la vanidad de que tal lucha sería recompensada en un plazo razonable, a expensas de entregar minutos, horas y días, solapados por la angustia, el descrédito y la descalificación de quiénes sentados en las sillas de las decisiones, se encargan de enrostrarte que la política sólo se construye con el silencio cautivo de decir a todo que sí, hasta que la diosa fortuna se encargue de ungirte, y de que el poder sólo desgrana para abajo como si fuese nada más que una dinámica física.

He fantaseado, con la revolución inspirada en minorías ilustradas, que cautiven con escritos y con palabras a las masas adormecidas, para que el milagro bolchevique, francés o del lugar que fuese, vuelva a ganar las calles, esta vez en la plaza próxima en donde uno se esparce en lo cotidiano de su día a día-

He soñado, que las cosas se logran con esfuerzo, con capacidad y con tenacidad, no así con oportunismo, con amiguismo o con estar en el momento justo y en el tiempo indicado.

He sufrido tantas veces por ver que las cosas no son como una las desea, como te enseñan los libros, o como dicen los profesores, docentes, músicos, filósofos  y poetas.

He militado, creyendo sin entender, apostando sin recibir, comprometiéndome hasta el tuétano, escudado en quiénes detentaban las banderas de las ideologías más extremas, como contradictorias, con la única finalidad de tener, un mundo mejor o donde todos los mundos puedan caber en el instituido.

He rechazado con énfasis los consejos de quiénes me alertaban que abandonara la tesitura eidética, romántica y hasta adolescente, de seguir los impulsos de mi corazón, las inspiraciones de mi mente y el brillo de mis ojos.

He descartado subirme al tren de la trayectoria, de otros cercanos, familiares y compañeros de ruta, para acumular poder y desde allí, y pese a la espera solapada, erigir mi camino, o incluso de dejarle como herencia invaluable lo que dije y deje de decir a mi vástago o a quiénes se puedan sentir referenciados en mis palabras desperdigadas al viento.

He intentado ser auténtico, fiel a mis principios, a mi pasión, dejar de lado el facilismo y el travestismo de mostrarme tal cuál no soy, entendiendo o reconociendo que mi principal afección es la de aburrirme hasta de mí mismo.

He caminado acompañado de la sensación de que en algún momento todo sería posible y que nada evitaría el cambio.

He amado la adversidad, los obstáculos, entendiendo a quiénes consideraba que aún no entendían de que se trataba, pero que en tiempo menos, serían parte de la mayoría que formáramos el todo para iniciar el despegue.

He decidido equivocarme, o quizá dejar de hacerlo, y plantear, que así no es cómo se debe ser en el mundo, en la Argentina o al menos, en la silla donde uno espera que los sucesos acontezcan en la fantasía que uno hace cosas como para intervenir en tales decisiones o en la edulcorada posverdad de que somos artífices de nuestro propio destino.

He decidido tomar la pastilla imaginaria que borre las fibras más íntimas de mi ser.

He decidido dejar de ser, y confundirme, o fundirme en esas masas escabrosas que antes me parecían lúgubres.

He decidido equivocarme.

He decidido, sí es que alguna vez la decisión nos pertenece, disolverme en todas y cada una de las palabras, de las que vengo usando desde el momento mismo en que la existencia se me ha presentado como un cuaderno, deseoso  de ser escrito y revestido en tinta.

En la contradicción, manifiesta y aparente, de que el deseo siempre es del otro, y por tanto, la lucha de cada uno de nosotros es en primera instancia, apartarnos de las decisiones, que en el nombre del amor y de las buenas costumbre, nos dificultan, el imposible de que encontremos lo nuestro, lo propio, sin que por ello, desatemos tensiones irreductibles que nos lleven a confrontaciones interminables, es que uno debe, bajo esta comprensión, perdona, para ser perdonado, para vivir en la armonía aparente de que lo humano nos hermana en nuestras diferencias.

En tal clave, y en los occidentales tiempos de recogimientos como de balances, te pido perdón por sí la combinación de ciertas palabras, afecto tu calidad humana, el universo de tus consideraciones o el color de tus pasiones.

Pese a estas disquisiciones, como consideraciones, ojala siempre resolvamos las cuestiones que nos diferencian bajo la codificación de la palabra, para que todas y cada una de las traducciones que hagamos a partir del mismo, alejen a la violencia y la agresión, o que finalmente, las dejemos encerradas, aprisionadas, encorsetadas en una página, de un texto, para que la podamos dar vuelta, ponerle un punto final, tacharla o sobrescribirla, y así empezar de nuevo, con el ganado derecho, que en tal comienzo, todo sea mejor.

Ese es mi deseo, por más que en tantas cosas, como sí en otras, no estemos de acuerdo. Que todo sea mejor, es el único deseo, que es siempre de otros como todos los deseos, pero en este caso, específico como particular, ineluctablemente, el nuestro.

Por Francisco Tomás González Cabañas- 

 

 

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