“…La política se revuelca en la mentira como los perros en las osamentas. Las ciudades son prostíbulos más o menos disimulados, con olor a estupro y a riña de borracho -no de otro modo se ve la lucha de las ambiciones-, su palabra es placer y su placer no dista mucho de lo que el cerdo pudiera entender por tal”. El sendero, Ricardo Güiraldes
La fiesta de la democracia, construcción conceptual simbólica, que se sostiene en los miles de desaparecidos en los años de plomo, en términos reales, sólo lo será para el grupúsculo al que las boletas le concederán el 25 próximo, lo que en la Antigua Roma se conocía como manumisión (por lo general a los gladiadores tras grandes batallas en el coliseo, el emperador se lo concedía transformando al esclavo en liberto) sedimentando la perpetración alegórica del Pan y Circo, la clase política sigue sin ver, lo absurdo y perjudicial que resulta para el sistema del cuál ellos son los más beneficiados, seguir atestando los cargos representativos y los conchabos públicos, a inútiles de hecho y de derecho, que no tienen nada mejor que ofrecer, que una supuesta fidelidad que siempre es pérfidamente permeable al cambio, al giro, a la traición y al engaño. Sólo quiénes conciben para sí, una preparación, solvencia y capacidad, pueden ser leales para quiénes les brinden esa oportunidad y para el estado para el cual trabajan, los otros sin embargo, se aprovechan de las circunstancias para durante algunos meses o años, decirles que sí a sus jefes y una vez acomodados encargarse de solamente preocuparse por sus cuestiones personalísimas, percudiendo con ello, al sistema todo.
Mucho y de diversos ángulos se puede mencionar de la política, y por sobre todo de nuestros políticos y la casta, muchas veces que conforman, su pasado, sus antecedentes, sus contradicciones, mentiras evidentes, y también sus aspectos positivos, sus aciertos y sus puntos altos, lo que no se puede dejar de soslayar es que la política en sí, no sólo es la piedra basal de la institucionalidad democrática, sino que también es un modo de vida, una forma, que nos acerca un poco más al sentido pretendido de justicia, de equidad y de intento de que todos vivamos mejor, con el poder contar con la posibilidad de progresar y que ese deseo que prevalece de las mayorías también respete opciones que constituyan una parte del todo.
Desde las usinas del poder, siempre se intenta hacer compleja la política, dotarla de elementos imprevisibles, de ornamentos institucionales como si estuviésemos viviendo en Oslo o Estocolmo. Lo cierto, es que la cuestión política, en estas tierras se resuelve por lo más básico y elemental (una suerte del hilo se corta por lo más delgado) y a esta altura, sí a usted le cabe duda la afirmación del título, con el mayor de los respetos, como mínimo es un incauto.
Esta vida es una lucha permanente, y la filosofía es el único emplasto que podemos aplicar a las heridas que de todas partes recibimos. Voltaire.
Por lo general, siempre es más elegante o políticamente correcto, afirmar que se garantizan espacios y tiempo para la significación en la política de los aspectos conceptuales o de pensamiento profundo, sin embargo, en el fragor de lo acontecido, o el continuo acontecer de lo mismo, el poder se instaura de la forma más autoritaria y primitiva, sobre todo en sociedades conservadores, domesticando al súbdito, o al subyugado, emitiéndole órdenes continuas y la nulidad o el desinterés por el pensamiento o criterio que tenga. Prevalece así el otro, no el diálogo, el intercambio de ideas, mucho menos el debate, tan sólo la exhibición de quién tiene en esa circunstancialidad más poder. Tórridas especulaciones surcan la tranquilidad de la correntinidad, donde por usos y costumbres desde los porteros escolares, pasando por los sitios más encumbrados de la institucionalidad, son los resultantes de un póker de mesa chica, donde encarnizadamente se disputan poder los popes de turno, quiénes juegan a ser dioses, determinando que harán o que dejarán de hacer con la vida y obra de todos y cada uno de los que puedan tutelar, sin abrevar en reglas o sentido común, corrompiendo las bases del contrato social, que es la base legítima en donde asientan su poder real y formal.
El distrito de la palabra, es tal vez el que conlleve una mayor disputa desde las huestes políticas, sin que tal lid, se evidencie o sea una confrontación declarada. Muchos comunicadores, por diferentes medios, se transforman en el escenario natural en donde, las voces de los políticos con aspiraciones a cargos, reproducen, actoralmente, frases, conceptos, que ni siquiera han tamizado por sus cabezas o pensamiento. Para ponerlo en un ejemplo, ninguno de ellos, mucho menos en campaña, duda, hesita, reflexiona, piensa o puede volver tras sus pasos, como si fuese una tragedia Griega, el paradigma de lo dialógico, se reduce, al campo monocorde, sepulcral, de las palabras en afirmativa, del señoreo de las frases construidas por publicistas o por cerebros, que están siempre arteramente escondidos, agazapados, prestos para embaucar, a quiénes embauca el candidato de aquellos. Sí las elecciones, la democracia, la política y la institucionalidad, son análogos al concepto de la libertad, o al menos condición necesaria para que se desarrolle la misma, es al menos paradojal, que la duda, que la pregunta, y que la palabra misma, se vea reducida, escamoteada, dejándole paso, al imperio absurdo y soberbio del positivismo más furioso de la afirmación, del hacer sin pensar, y del ir para adelante por temor a analizar y estudiar que está pasando, para una vez concluido ello tomar una decisión, atemperada y macerada por el tiempo y las circunstancias.
“…Somos los únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad. Somos nosotros mismos los que deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la cosa pública, pues no creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer.” Loor a los muertos, Pericles.
Nuestra historia política reciente está poblada de casos que ligan el poder político con supuestos crímenes, de aquel que asoló en los tiempos del pacto, donde aún no existía la figura del feminicidio y de acuerdo a las actuales declaraciones del fiscal de estado: “Me acuerdo del caso del escribano Alejandrino Maidana, el padre del que en esos momentos era el fiscal de Estado, Víctor Hugo Maidana. Era una figura clave del poder político de entonces (era vicepresidente del otrora poderoso Partido Autonomista). Estaba acusado del asesinato de una mujer, y al cabo de la investigación yo lo encontré culpable. Pero… finalmente fue absuelto” hasta el más reciente, que nos recuerda, por claras motivaciones políticas, un matutino propiedad de un ex gobernante, del Joven comunicador-empresario hallado suicidado, y mediante su cadáver, develado el aún no resuelto, a nivel normativo tema de la pauta publicitaria oficial o de su distribución, nuestra provincia cree encontrar en ceremonias luctuosas el desahogo mítico de sus complejidades.
La novela crea un mundo al estilo de Huxley en “Un mundo feliz” en donde el desarrollo evolutivo del hombre, mediante la técnica, dispuso un ordenamiento racional e hiperlógico de aspectos tan nimios (nombres de calles, de estaciones del año, números para indicar a los habitantes, etc) como los más abstractos (este mundo-sistema se propone el totalitarismo de un supuesto paraíso terrenal) en donde a lo que se da muerte, o mejor dicho se pretende, es acabar con la incertidumbre natural del hombre, mediante el pensamiento especulativo o la duda existencial.
Aquí se desarrolla la trama, en donde por intermedio del protagonista, la novela nos lleva a recorrer, como el hombre hubo de llegar a esta instancia, para finalmente culminar con un final inesperado que mantiene al lector expectante y con la sensación de estar instruyéndose siempre mediante la pluma de este autor que apuesta a lo “intelectual” como posibilidad o invitación a la reflexión casi sin darnos cuenta, o de forma empática o entretenida.
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