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CULTURA

6 de diciembre de 2015

Salvar África es restaurar Europa.

Realizar una cronología de los acontecimientos luctuosos que son teñidos como barbaries perpetradas por falta de seguridad, o por la ausencia de civilización, no serían más que anecdóticos historicismos que no contribuirían en nada, ni a un entendimiento, y por ello, sin este paso previo, a una posible salida a las situaciones problemáticas y desgarradoras a las que a diario se vivencian, como condición necesaria y suficiente, en África.

Ninguna de las conflictividades que desde hace décadas enlutan África, y por las que el occidente tutelador cada tanto muestra su sorpresa en algún medio de comunicación (es decir lo publicita y explicita), como para estar a resguardo de no ser acusado de ser tan culturalmente egocéntrico y dominante, podrían ser explicadas desde otro lugar que no sea el que, humildemente, pretendemos trazar.

Realizar una cronología de los acontecimientos luctuosos que son teñidos como barbaries perpetradas por falta de seguridad, o por la ausencia de civilización, no serían más que anecdóticos historicismos que no contribuirían en nada, ni a un entendimiento, y por ello, sin este paso previo, a una posible salida a las situaciones problemáticas y desgarradoras a las que a diario se vivencian, como condición necesaria y suficiente, en África.

Occidente ha pergeñado este sistema unívoco, en donde extensos latifundios, continentes enteros, no pueden, al no estar autorizados, al no contar con ese grado de civilidad que impusieron como eje rector de acuerdo al báculo imperialista con el que determinan que cosa significa y por sobre todo, cuánto vale que cosa en el mundo, navegan entonces en sus propias aguas borrascosas que no son ni más ni menos que las aguas más claras, prístinas y auténticas en donde puede observarse el espíritu de lo humano.

Debemos ir en búsqueda, al rescate de esta posibilidad, o de esta realidad, que estos continentes, no sólo están libres de aquellas seguridades impuestas por el orden enciclopédico y “ciencista”, sino que esto mismo, que a la luz los muestra tan profundamente inseguros para ellos mismos y para los otros, los transforma en los sitios en donde se acendran los aspectos más profundos y auténticos de la humanidad. Claro que una vez adentro, en determinados recintos, en donde se especifica la condición de la humanidad, en donde reina el occidentalismo en su sentido más peyorativo, aquella ausencia de llave, aquel ingreso libre y no cifrado, es como una sustancial falta de un “todo” que básicamente se define como ausencia de seguridad.

En tal desasosiego social, cultural, económico y político que padecieron, padecen y padecerán en las sabanas africanas, como en todo el resto del continente, desde donde se dice que pudimos provenir como especie, puede emparentarse el desconcierto, o la

desestructura, o lo incierto que nos produce en nuestra actual occidentalidad que nuestros sistemas, pese que nos dicen que son medibles, objetivos o van tras una finalidad, que pese a errores alcanzarán, es precisamente en donde podríamos asirnos de la piedra filosofal, el imposible de localizar la cosidad filosófica, el quid de la cuestión, en esa Africanidad destemperada, imposible de catalogar sin la liberación de nuestras formalidades o requisitos que nos inhabilitan en nuestra condición de sujetos.

Solicitar el texto completo en caso de interés para presentaciones o conferencias.

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