Sábado 21 de Diciembre de 2024

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ACTUALIDAD

15 de septiembre de 2023

Del "dónde existe una necesidad nace un derecho" al derecho a la desigualdad.

El cambio más contundente que ruge desde la posición libertaria, no proviene desde una perspectiva económica. El líder argentino, Javier Milei, que ya es tratado por propios y extraños como presidente electo, deja en claro la inviabilidad que denomina colectivista o populista, asentada en el axioma de Eva Duarte de Perón de "dónde existe una necesidad nace un derecho". Podríamos darle la razón en el ámbito de los números, que es su especialidad, de acuerdo a una lectura Malthusiana. No existen recursos fácticos para ser administrados con justicia o ecuanimidad. Los derechos que se demanden serán siempre infinitos en sentido contrario a las formas reales que se puedan otorgar o bienes finitos para saciar tal demanda.

La aporía es sin embargo, aún más profunda. Subyace, cómo todo lo que no muestra la abstracción o lo irreal de un número, la palabra o los conceptos que son la esencia misma de lo humano y por ende de las cosas. 

La apuesta disruptiva que canalizó y al parecer consagrará al libertario, tiene que ver con un cambio de reglas asentado en el principio liberal de "no existe la sociedad, hay individuos". 

La desigualdad es un derecho. En caso de que la suma de las partes, es decir individuos que con su voto en un momento dado (una jornada electoral) se pongan de acuerdo en votar a una persona que esto sostenga, esa persona deberá administrar las variables que impliquen reconocer las desigualdades, como un eje rector y ordenar prioridades. 

Para la dirigencia política clásica o tradicional, astutamente signada como "casta", perita en fracasos para cumplir con las expectativas democráticas generadas para el gran público, es muy complejo el poder asimilar esto mismo. 

Sin que necesariamente apelemos al concepto tan usado de "deconstrucción" lo cierto es que la clave, pasa por decodificar que los individuos, primero se quieren reconocer como tales y por ende, ver consagrado el derecho a la desigualdad. 

Derecho, del latín directum. Propiedad natural, dentro de una artificiosa convención. Sí etimológicamente implica una direccionalidad, la naturalidad del mismo se debe a una preconcepción, que como tal, puede ser como no puede ser natural. La calidad de contingente adquiere singular importancia ya qué se busca justificar el sentido de inherencia. Precisamente el derecho al partir de una ambigua interpretación de la naturaleza del hombre o como para que quede más claro al partir de un supuesto dado, encuentra su naturalidad, no la del hombre, en la articulación teórica y práctica de un establecimiento amparado en la naturaleza esencial de la vinculación del hombre. El ente elucubrado sostiene su legalidad, entendida como esencialidad, en una voluptuosa organización que se retroalimenta en base de leyes, fallos judiciales y poder político. Para ponerlo en buen romance, que aún ciertas sociedades se construyan bajo el derecho de poderes dinásticos y simbólicos no implica que la ciencia de esos mismos países, determine que algunos ciudadanos poseen sangre azul en sus venas, a diferencia de los otros o de la gran mayoría con sangre de color roja.

Entonces si somos capaces de criticar la raíz de un programa, creado por y para su creador, el hombre, seremos capaces, moral y racionalmente hablando, de dilucidar a ciencia cierta que nos favorece más, entendiéndonos a nosotros mismos como seres que tienen por naturaleza la posibilidad de adquirir y crear artificiosos elementos como para nuestro bien.

De qué hablamos pues cuando aceptamos que los derechos del hombre naturales e imprescriptibles son; la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión. O peor aún cuando se apaña el adagio que todos los hombres nacen y viven libres e iguales en derecho.

Sí esto expresara coherencia, no ya dentro del hombre, uno como ciudadano haciendo uso de sus derechos naturales e imprescriptibles  podría resistir a la opresión de considerarse, o que lo consideren, un igual, un liberto.

Clamar al común sentido, si uno es, piense lo que piense, ya sé supedita al engaño que representa nuestro existir. Ya que todos, uno por uno, al hacerse una idea de la existencia, como para luego ofrecérseles a los que oportunamente representarían los demás, se encuentran con una terrible confrontación o ante una grave falta de sentido común.

Para un observador ajeno o un ser de otro planeta, la existencia en términos generales representaría un engaño.
Si abogamos por un bien común, dentro de un marco de respeto como de saber, estaremos capacitados para entendernos, desde el punto de vista general o de la humanidad, como individuos engañados por naturaleza.                                         
Hasta qué punto lo real o lo básicamente perceptible, es patrimonio de uno en cuanto sujeto y en qué momento este estado de cosas empieza a ser terreno de lo percibido. Sin ir más lejos, los elementos percibidos pueden llegar a dirigir el centro de nuestra atención. Decimos el centro de nuestra atención puesto que nuestro organismo, compuesto por varios órganos funcionales, que a su vez dependen de múltiples constituyentes coordinados, funciona de una manera tal que reúne toda la serie de informaciones escogidas con el fin de, o la obligación, de tomar algún tipo de determinación. La cuestión empieza a consumarse cuando uno toma disparadores secundarios. Estos que no forman parte de escala axiológica alguna, son elementos presentes que actúan inmediatamente sobre lo percibido, ya que por más que tengan una morada anterior a algún tipo de objeto, él actuar ante el fenómeno, se sitúan en una instancia posterior de tiempo, dentro del sujeto claro está.

Es preciso reconocer que el desarrollo analítico de la temática llegó a un punto tal en el que se deben escoger tópicos universales. Si partimos de lugares individuales, se deben explicar todos y cada uno de ellos y esta tarea resultaría imposible si las conexiones de lo mismo se deja de lado, al introducirse uno en el campo de  las conexiones inocentemente nos adentramos en los dominios de lo universal. Por ello avanzar tras el obligado sitio se convierte en una necesidad y no en una opción.

Razón, sensaciones, conciencia, espíritu, esencia, voluntad, instinto, intención, ser. Términos que cobijan grandes construcciones teóricas pacientemente redactadas como impacientemente leídas y analizadas. De todas maneras a un ser humano tipo no le alcanzaría el tiempo material como para vincularse estrechamente (esto implicaría el leer los tratados escritos en la lengua original, como así también los trabajos de los más renombrados comentadores, escribir pensamientos originales al respecto, dar a conocer la novedad, ser escuchado, entendido e interrogado) con siquiera dos de una acotada lista de conceptos. Sin considerar por supuesto el hecho de que de la teoría a la práctica hay un gran trecho, que difícilmente, más en las condiciones anteriormente descriptas, pueda transitar en el lapso de la existencia física de un ser humano común.   

Todos los hombres desean por naturaleza conocer, reza el comienzo del primer texto, no solo estrictamente filosófico, sino rigurosamente científico hablando desde las formas. Esta afirmación desnuda la intención humana de aproximarse a una situación de conocimiento, desde una perspectiva tanto interior como exterior. Los límites del sujeto no son tanto interiores, sino más bien constituyen esa imposibilidad que se proyecta en la inconmensurabilidad del medio externo. Es decir la incapacidad de aprehender, en su vasta amplitud los misterios que forman parte de un Ser que se relaciona obligadamente con un medio. El fin último de esta temática apunta básicamente a conseguir una suerte de seguridad, en tanto puede vencer las cuestiones que se muestran inexpugnables para el individuo. Algunos pensadores hablaron de tópicos de poder, otros de meros modos de manifestarse ante una situación. Desde nuestro modo de ver las cosas, lo radicalmente importante se centra en la intención y cómo ésta se fue desarrollando a lo largo de la historia, no solo creándola, también brindándole un tipo de sentido.

No podemos dudar, al afirmar, que tanto conocimiento específico nos condujo a un grandilocuente mundo de lo técnico, en el que tenemos la posibilidad, día a día, de maravillarnos y de ir continuamente avanzando dentro de lo eficaz y de lo eficiente, es decir en la velocidad de la comunicación, en la seguridad de los elementos técnicos, y en el mejoramiento de la ̈ calidad de vida ̈. Como así también la imposición de un pensamiento laxo, contingente, asistémico, que permite la libre expresión ideológica de los individuos y asegura el establecimiento del libre albedrío. Todo configura un panorama positivo o voluminoso en la exterioridad del ser humano, pero con respecto a lo interior tanto la ciencia como el pensamiento, dejan un gran vacío el cuál se llena por una sombra muy flamígera y poco consistente. Hablamos de un Dios de la imagen, de una divinidad carente de valores y rica en glamour, que imparte justicia según el valor exterior del individuo, que protege y juzga en la tierra según determinadas acciones que tengan que ver con un snob modo de ser. Este Dios es consecuencia directa, del ser omnipotente y fundador, que los científicos y pensadores crean para sostener sus respectivas teorías, las cuales se desvencijan no tanto por incongruencia, sino más bien por cantidad, y aquí es donde el problema toma fondo, cuando todas las elaboraciones poseen una misma valoración y ninguna se destaca por sobre otra; las decisiones las toma la mayoría, una mayoría que obligadamente prefiere quedarse con lo más concreto y representativo pero que muchas veces o casi siempre, no resulta lo más conveniente, si quiera para sí misma.

Pero esta mayoría, que proviene, de la aporía antediluviana de lo uno y lo múltiple, puede ser construida, en verdad necesitaríamos deconstruirla, en relación a nuestras democracias representativas, no pueden dejar de hacer hincapié en la definición del sujeto histórico que las define. Es decir, ¿qué significa el hombre en la actualidad?, ¿que lo define en su dimensión más aseverativa o radical?.

Creemos, sobre todo desde el lugar del votante, en Argentina donde quién suscribe, además sufraga, la idea de una persona, un voto, se utiliza desde hace tiempo, haciéndonos creer que es un principio paroxístico de lo democrático. En verdad, hemos caído, tras esa trampa teórica o dialéctica (de que la igualdad, que siempre es en potencia, aspiracional, una relación con una meta de expectativa, puede ser un elemento o principio real e inalterable, por tanto inexacto, uno no es igual ni ante sí mismo, por definición del hombre por su naturaleza contradictoria) en la violencia de las mayorías, en la lógica de imposición, en la cosificación del votante, por el que se aumentan las promesas ficticias y deviene en todo un ejercicio de la dádiva y la prebenda electoral, que se ha transformado en un sistema, y que dimos en llamar “democraticidio” (los sectores más vulnerables son los más afectados).

La igualdad republicana no es lo mismo que la igualdad de todos los hombres ante dios o que la igualdad de todos los hombres ante la muerte como destino (ninguna de las cuales tiene una relación o una relevancia inmediata respecto al espacio político). En cierto tiempo la ciudadanía se basaba en la igualdad bajo las condiciones de la esclavitud y en la antigua convicción de que no todos los hombres son igualmente humanos…Nacer igual quiere decir en términos políticos, igualdad en la fuerza con independencia de todas las demás diferencias…El peligro específico de los gobiernos basados en la igualdad es que la estructura de la legalidad, en cuyo contexto la igualdad de poder recibe su significado, su dirección y restricción, pueda llegar a agotarse. (Arendt, H. La Promesa de la Política. 2015. Paidos.Buenos Aires. Pp-102-103).

Consideramos que uno de los principios basales de las democracias representativas, es el que determina “Una persona, un voto”, debe ser reformulado, en aquellos lugares en donde se expresó como principio rector de lo electoral, debido a que mediante el mismo hemos edificado un sistema socio-político, que estableció, precisamente lo contrario (cosificación del elector, imposición de mayorías estableciendo sistemas gregarios y con una dialógica del poder agonal , tanto en términos teóricos como prácticos, de lo que se ufana como definición y que por ende se propuso como finalidad. La frase fetiche que pretendemos erradicar, podríamos circunscribirla en una falacia de “finalidad”.

En los lugares en donde, electoralmente, esa mentada igualdad, no se lleva a cabo, y actualmente se la exige y demanda, como una suerte de panacea, por antonomasia (paradojalmente, como expresábamos, son repúblicas que sostienen las diferencias de sangre o las clases dinásticas) puede estar generando equívocos de análisis y diagnósticos, y en el caso de que se implementen, el agregado de una problemática inexistente.

El derecho de lo desigual, es lo que ese estado, que primero lo tiene que reconocer o no ocultar, el cuál nace por un pacto o contrato, debe subsanar, equilibrar o compensar.    

Que los votos de aquellos que no han sido alumbrados con la asistencia, o posibilidad por parte de ese estado, valga nominalmente más, de quiénes sí están contemplados en el alcance de ese estado, generaría, sí, una profunda reforma en el sistema electoral y democrático, que estaría mucho más en consonancia con la intencionalidad de quiénes se precian de trabajar por una sociedad más justa o inclusiva.

Blanquear la injusticia de los ciudadanos que no han sido tratados en forma ecuánime por ese estado, por aquella falacia de finalidad, de considerar una persona un voto, no haría más que ocultar los problemas, cuando no agravarlos y desviar la verdadera atención en aquello por lo que un estado democrático debería bregar, igualdad en la fuerza con independencia de todas las demás diferencias, que precisamente, deben ser ajustadas, achicadas o compensadas. 

Por Francisco Tomás González Cabañas. 

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