CULTURA
20 de agosto de 2021
Alta valoración del diplomático y escritor Archibaldo Lanús de “La horda democrática”.
“Un libro muy original fruto de una reflexión profunda sobre el funcionamiento de las instituciones fundamentado en la gran cultura clásica del autor”, señalo el embajador en diversos destinos, diplomático de carrera y escritor del libro recientemente publicado por la editorial Ápeiron (Madrid) de Francisco Tomás González Cabañas. El Dr. Archibaldo Lanús quedó a entera disposición para una presentación en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de la obra en cuestión.
Consultado acerca de uno de sus párrafos más significativos el dos veces embajador en Francia, remarcó el siguiente del autor correntino: “Sin voluntad general, el contrato social es un acuerdo no democrático. No conformes con haber perseguido a Rousseau, siglos después olvidamos el contrato social, no sin antes distorsionar sus consideraciones y reducirlas a frases sacadas de un contexto e impuestas en otro donde lo que finalmente naufraga es la posibilidad de que contemos con un sistema de organización político y social más justo, ecuánime y cercano al ideal de lo que pretendemos como democrático.
Es verdad que, siendo puntillosos, específicos y detallistas, pecamos al emular las faltas más severas en que caen los académicos cuando dotan de sentido a las palabras (del logos), como pharmakon en su acepción de ‘veneno’ y no de ‘remedio’. El texto La farmacia de Platón (Derrida, 1975) lo explica con lujo de detalles. Sí bien de acuerdo a Borges (2014) en Funes el memorioso pensar es olvidar diferencias, en algún momento la palabra primigenia debió ser escrita no solo para ser recordada, sino para que significara algo más que la mera, como autoritaria, expresión del rey de reyes, única autoridad. La palabra refiere, desde aquel entonces, no solo a lo que remite, sino a lo que no. A lo que psicoanalítica, deconstructiva o hermenéuticamente se esconde detrás de la misma. La palabra pierde contundencia o sentido univoco, pero gana en pluralidad. Son varios los que pueden usarla (al escribirla) y muchos más los que pueden escucharla. De allí el reparar o no en lo que puede significar para quienes escuchen y con ello terminen de darle sentido a la acción comunicativa o al logos ya convertido en instrumento de la polis o de la comunidad.
Al igual que el que padece un dolor y para mitigarlo usa morfina al punto de hacerse adicto a la misma. En relación al cuerpo democrático, cuando hacemos uso y abuso de las consideraciones del eje conceptual del contrato social y de todos sus autores (los contratistas; en especial Rousseau) y dejamos oculto el tópico esencial que, en caso del ginebrino, es ni más ni menos que la voluntad general.
Desde la Revolución francesa hasta esta parte, sea en la asamblea, en las calles o en las elecciones, a nadie le importó que una facción política prevalezca sobre la otra. Hasta hace unas décadas atrás, la excusa para el desenfrenado deseo de la imposición (nada tan poco democrático como imponer) se discernía por las ideologías que esgrimieran los contendientes en las lides políticas. De un tiempo a esta parte, tal máscara cayó dejando al descubierto rostros de hombres y mujeres que se disputan el poder de forma animalesca, por instinto salvaje de predominio.
Las palabras, las discusiones, las contraposiciones de ideas en el ámbito de la política de nuestros días devinieron en un fármaco inútil y pueril; en una suerte de placebo, y ni siquiera cumple la función de tal. Es indispensable creer en lo escrito como la voluntad general. Como lo que sentimos en el cuerpo democrático, como el remedio que podría poner de pie a nuestro sistema de organización política y social, que proponga un sintagma nuevo que represente y signifique algo mejor para las mayorías” (González Cabañas, F. “La horda democrática. Ápeiron, Madrid. 2021. pág 43).
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