La pandemia del COVID19 se extiende entre toda la población, pero muy especialmente entre los pueblos indígenas en razón de las pésimas condiciones de vida y salubridad a los que han estado históricamente sometidos.
El aceleracionismo que imprimió la pandemia, para que los artífices del fenómeno Alberto Fernández, muestren el verdadero rostro del Cristinismo en sucesión (la post-cámpora) genera las primeras reacciones estertóreas y por ende emocionales y no razonadas en el plano de lo político. Ciertos sectores independientes que oscilan entre la tilinguería, el cipayaje, la defensa proba de cierta institucionalidad, la necesidad romántica de una definición de lo democrático, de acuerdo a que lado de la grieta uno se ponga o posicione, pueblan editoriales y llegaron a rutas, plazas y calles para expresar el deseo que la energía denunciatoria ante el presidente reciente se traduzca en el momento electoral, en esa ancha avenida del medio (cómo una de las posibilidades) en la que el actual Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, se viene acendrando políticamente, desde que abandonara el cristinismo primigenio tras haber nacido como uno de los predilectos de Néstor (previa recomendación de ex presidente Duhalde).
La mirada ajena sobre el trabajo propio. Las aventuras y desventuras de confiar en el juicio de los otros.
 
Quiénes trabajamos en teoría del estado, observamos, apoyados por todas y cada una de las estadísticas consultadas desde un tiempo a esta parte, como la mayor parte de la ciudadanía occidental, no separa ni distingue, es decir no cree en la independencia de los poderes, sobre todo del judicial con respecto al ejecutivo. Lo que parece o figura claro y conciso en la academia, o en los recintos cerrados en donde se cosifica al saber, se traduce como oscuro, escondido y difuso en la arena pública, en los aforos, en las plazas y en los espacios comunicacionales, en todas sus vertientes y versiones. Ejerzamos o no la docencia formal, lo cual no constituye el derecho de mandar a leer a alguien como forma agazapada de agraviar o menospreciar al otro (en su comprensión, discernimiento e interpretación), debemos volver a las fuentes, para corresponderse, con aquello que han pensado y redactado nuestros predecesores en tiempo y espacio. 
Sí entendiéramos, el fenómeno de lo humano, como lo biopolítico (un concepto muy de moda en la siempre condicionante Europa), la enfermedad de los cuerpos debiera ser el terreno excluyente, en donde jamás lo personal se convirtiera en político, por más que el cuerpo contagie. La pandemia, declarada por el organismo mundial que de acuerdo a los días que versa sus explicaciones, cambia de posiciones de su cientificidad, rompiendo de alguna manera el principio de no contradicción, afecta en verdad a la política (al nivel de ocupación de camas, a la saturación de un servicio esencial como el sanitario, que siempre será malo y escaso, y calamitoso en estados afectados por la corrupción de algunos y la indiferencia e ignorancia de muchos) más que a las mayorías a las que se dicen cuidar en grado sumo.
¿Con o sin malas palabras? El dilema del escritor y su obra. Tema picante.
Conducido por un Chaqueño, a quién envió un formoseño, con anuencia de un Sanjuanino, desde Buenos Aires le marcan la agenda, los herederos del matrimonio compuesto por la Platense y quién fuera el Santacruceño.
La exclusividad excluyente de pretender un mundo, en manos de un solo creador, interpretado por hijos dilectos o profetas, socava la armonía de quienes depositan sus expectativas en aquello que provenga de sus sentimientos más fidedignos (que por lo general son múltiples, contradictorios, la caótica efervescencia en la que se manifiesta la libertad). Éstos convertidos por la sujeción o conversos por condicionamiento, no tienen problemas después, de vehiculizar esa violencia, esa ira, ese odio que cultivaron en ellos, en actos de violencia, en heridas desgarradoras, diciéndose adalides de ese dogma que los ha vejado, están prestos a perpetrar cualquier tipo de tropelía en contra de esa humanidad que ha permitido que les supriman el derecho de creer en lo que rayos hubiesen querido.
Esta noche se conjugan presente y pasado, los pasillos huelen a soledad a una quimera extraña de la simbiosis, el quirófano juega al azar con las cartas marcadas, pinzas, bisturíes, alcohol, sedantes para el dolor, sueros estrambóticos que suelen vestir de sed las venas aplazadas por las aspirinas, los médicos suponen algún diagnostico deambulatorio que repongan algún alivio fugaz en el cuadro clínico.
Tal como nos lo enseñaron, el cuento infantil alecciona acerca de la verdad y del costo de la mentira. A instancias de Manuel Pérez Pétit, en adelante “El profesor”, dentro de la historia, anida sin embargo, una lectura mucho más versátil, inclusiva y solidaria. El muñeco de madera, privado de humanidad, por tanto de maldad, miente, caracterizada esta acción negativamente por su creador humano, en verdad, por el loable, destacable e inconmensurable gesto de que la nariz le siguiera creciendo, para que ese hombre que lo había creado, de oficio carpintero, tuviera en su nariz, materia prima interminable, accesible y a mano. La perspectiva, apofántica de lo humano, además de perderse tamaña lección de amor, la pervierte, y la convierte, en una narración para infundir temor, a los más pequeños, para que “la verdad” sólo sea una, la que está en manos de los adultos, como sinónimo de los poderosos, de los que tienen autoridad, nada más que por el simple y penoso hecho de reclamarla e imponerla primero.
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