ANÁLISIS
8 de mayo de 2020
Solicitud para que vuelvan los actos políticos y las recorridas por el interior.
¿Ha dimensionado acaso el impacto en la mente del político nuestro de cada día que justificaba su prestación contractual a la sociedad, ufanándose que “estaba en contacto permanente con los más necesitados y distantes” en la cotidianeidad de sus días, promoviendo las aglomeraciones, los amuchamientos, debidamente retratados por cuantiosos y numerosos equipos técnicos, que lo rodeaban, abrazándolo, con el mate siempre presto a ser compartido? ¿Alcanzará que lo haga, cumpliendo el protocolo sanitario, de la distancia, del barbijo, y del lavado de manos? ¿No será tiempo de optimizar el contacto y luego de tanto banalizarlo, hacerlo sí, por tener una propuesta, una idea, un proyecto para consensuar, para dialogar y para compartir y no por la escena misma, por todo aquello que ya es pasado y silencio sepulcral de cementerio, como las fotos hipostasiadas de políticos adinerados alzando niños pobres y empiojados?
¿Será este el tiempo revolucionario, de arriba hacia abajo, que permitirá que se entienda que es tan indispensable, como necesario, sobre todo en política y en el campo de lo público, uno que piense, otro que proponga, aquel que discuta, que refute y polemice, sin que por esto, los cien que aplauden, que vitorean, que hurrean, les pongan las manos sobre el tapabocas, para asfixiarlos?
¿No sólo el turismo, el esparcimiento y el traslado deberá ser repensado y reorganizado, que será de la funcionalidad que mencionamos, la que el político endiosó y sacralizó y no podrá seguir cumplimentando, la de las recorridas permanentes, las visitas a los asentamientos, barrios, palmadas, aplausos, abrazos y besos, con el necesitado?
¿No piensan acaso, en la próxima pandemia, no como virus, ni como enfermedad, sino como colapso energético, en masa y en simultáneo, que nos deje días enteros, sin conectividad, sin datos, sin el mundo conocido y acostumbrado, no porque uno sea brujo, profeta o agorero, sino por hacer uso de la facultad de inferir, que así como un día amanecimos, sin poder besarnos ni abrazarnos, lo más probable, es que otro, en un corto plazo, descubramos que la infraestructura, que los ductos, que las estructuras, en donde circulan la dinámica de los datos y de la energía que traficamos, no estaba pensada para la intensidad que le estamos dando y por ende, no se invirtió en ello y no podrá ser reparado, semejante apagón de un momento a otro y en todos los sitios afectados?
¿Y quiénes crees que serán los más preparados como para otro golpe semejante de esa magnitud, suponiendo que quedamos los que tenemos que atravesar la enfermedad, el contagio, la pobreza, el desempleo, la inflación, la reconversión de las actividades, y todos los males, que se nos sobrevinieron, y a los que, vanamente, creemos que pasarán sin más como un viento y que volveremos como sí nada hubiese pasado?
¿Cuánto tiempo más les quedará a los temerarios, que acusaron, persiguieron y estigmatizaron a todos aquellos que osamos cuestionar, preguntar, indagar, reflexionar, hacer uso de tal derecho humano para ponerlo al servicio del conjunto y recibir el desprecio, de brutos, torpes y pavorosos, que alardearon, por cientos de años, que decir, sea hablando, escribiendo, poetizando o dibujando, siempre estuvo relacionado con lo fútil, lo desdeñable y diabólico, para contrarrestarlo en una guerra supuesta, con el hacer, con el verso más ingente y colosal, de la productividad, del progreso, del hecho consumado, para luego aquilatarlo, o redistribuirlo, en la segunda mentira consecuente, para engañar, perversamente al soberano, encarcelando, obviando o segregando al preguntón, para denostarlo, porque tienen miedo de llamarlo pensador o filósofo, como sí fuese un pecado?
¿Entenderán entonces, que la que tienen, sin que importe incluso como la han ganado, dependerá de lo que hagan, poniendo a los mejores en cada área, en cada rubro, en cada destino, prescindiendo de los amigos, familiares y leales, a quiénes después podrán seguir ayudando, una vez que los que se prepararon, se formaron, tengan las riendas, para dar la batalla, que es la disputa de lo humano, para continuar como especie, prevaleciendo sobre sus propios desafíos, temores, fantasmas y adversidades varias?
¿No sería acaso, necesario, que entendamos que sí estamos llamando “nueva normalidad” a lo próximo que vendrá, también incluye lo político, lo electoral, que sostiene y forma lo institucional, y que esto mismo necesariamente, tendrá y deberá ser revisado, por el bien de todos y todas, consultando, a los expertos, estudiosos o dedicados, que algo han escrito, pensado o tramado, dado que hubieron pensado desde hace tiempo atrás que las reglas de juego de lo social y de lo colectivo, por una razón u otra, debían ser repensadas y reconfiguradas, para el bien del conjunto de lo humano?
¿A quién deben pedir permiso, los que hacen tales permisos, al dios que no se puede visitar ni en las iglesias, sinagogas, ni capillas? ¿No será entonces, que el volver o rehacer, tenga más que ver con el pensar y el razonar, que no siempre está en el mismo sujeto de poder, ni tampoco lo tendrá el amigo o familiar?
La única referencia cierta, que tenemos de lo que nos sucedió como humanos, en nuestra larga historia, es producto de quiénes han escrito, pagando incluso con sus vidas o con sus obras, por hacerlo. Nunca lo olvidemos, tal como reza el principio bíblico: “primero fue el verbo”, más luego el sujeto y el predicado.
“Casi en todas partes…la operación de tomar partido por algo, de tomar posición a favor o en contra, ha sustituido la obligación de pensar”. Simone Weil.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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