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ACTUALIDAD

8 de abril de 2023

¡Sermonea que algo queda!

Por Jesús Cabrera, in memoriam (escrito en 2008)

 

                                 

Nada hay tan oclusivo como saberse bien informado.

               J.C. of the Church              

         

 

                                                       

He de confesar que mi pecado capital -pero algo provinciano- siempre ha sido la envidia y, por este orden, la insaciable apetencia del don de la palabra. Envidioso de nacimiento y ególatra redomado desde mi más tierna infancia, de pequeño sentía una profunda envidia de los predicadores que desde el púlpito eran dueños de la Verdad y un profundo desprecio por aquellos oradores aficionados que, deseosos de predicar, carecían de escaño, púlpito o tarima desde la que impartir sus ramplonas enseñanzas y del predicamento merecedor de tal honor o medio de comunicación adecuado. ¡Qué bien debían de sentirse los curas en los púlpitos de mi catoliquísima Zamora! -me decía-, pero no me hice cura, fueron otras aficiones laicas las que tiraron de mí y fue una lástima -además, el latín se me daba fatal... Ahora, que ya peino canas desde hace mucho, siento añoranza y quiero hacer un sermón. Voy a intentarlo, y para ello me inspiraré en el modelo típico del “Sermón de las Siete Palabras”, qué mejor en vísperas de Semana Santa:

 

  1. “Padre, perdónales por que no saben lo que hacen”... ¿os imagináis, queridos hermanos, la angustia, el cansancio y el sufrimiento del Señor cargando con la cruz desde el Sanedrín a Génova para, en llegando allí, ser crucificado?, ¡¡¿sois capaces de sentir el desgarramiento en vuestras propias carnes, el insufrible dolor de vuestras manos taladradas al ser izada la pesada cruz?!!. En ese momento de infinito sufrimiento, ¡¡¡¿qué diríais vosotros, miserables pecadores?!!!. Hermanos: pensad en ello, ya que, hasta el más humilde de vosotros, qué menos diría, que: “¡Hostias, qué putada! ¡Ese alcalde hijo de puta, como estuviera aquí, se iba a enterar”, pero no, Él no dijo eso. Él, dirigiéndose al Padre le suplica perdón, perdón y clemencia, perdón e indulgencia para aquellos que, alocadamente, sin saber lo que hacían, y nada menos que casi un 44 % habían depositado su fe y su cómplice confianza en la perfidia y en el criminal embuste. ¡Qué gran lección, hermanos!, ¡Eso sí que es misericordia y caridad!, ¡¡¡Llorad y arrepentíos!!!... ¡Ora pro nobis, misericordiam tua!...

 

  1. “En verdad te digo: tú estarás conmigo en el Paraíso”... era ya más de mediodía y el Señor padecía junto con la agonía de sus carnes macilentas y del ultraje de estar colgado, la ignominia de ser flanqueado por dos ladrones -el bueno y el malo- que padecían con Él su triste e inmerecida pena. Obligado era para Él, que “per saecula seculorum” habrá de estar a la diestra del Padre, darles un poco de consuelo. ¡¡¿Lo veis hermanos?, esto es Caridad!! ¡¡Qué quede grabado a fuego para siempre en vuestros corazones!! El Señor no le dice, como haríais vosotros, impíos pecadores hijos de la codicia y de Satanás: ¡Qué te zurzan, cabrón, ¿creías que se podía vivir eternamente de la mangancia?! No, no les dice eso. Se dirige al mejor de los ellos, al mejor de los ladrones, y le da palabras de consuelo: No te preocupes, “estarás conmigo” y bastaba con que el desgraciado alzara los ojos y leer en la pizarra o pizarro que había en lo alto de la cruz: INRI, para saber de quién se trataba y quién era aquel que era y le había de llevar consigo... ¡¡¡Hermanos!!! el buen ladrón estaría siempre a su vera, ¡¡en el Paraíso que a todos nos tiene prometido el susodicho!!... ¡Ora pro nobis, misericordiam tua!...

 

  1. “Mujer, ahí tienes a tú hijo”... el Señor estaba en todo, no como vosotros, pecadores, que siempre estáis a lo vuestro, arrastrados por la codicia y el espíritu de lucro, compitiendo los unos con los otros, ¡¡vergüenza debería daros!!... la salvación de vuestras almas y el bien común es lo que más debería importaros. Pensad en esa pobre mujer apurada para llegar a fin de mes, a la que con la de su marido no le llega, pobre, ¡¡Ella no tiene suficiente pero, a vosotros, ¿qué os importa?!!... el Señor, en ese supremo momento de dolor, se acuerda de Ella. El mundo va a temblar con su agonía y, no obstante, piensa en Ella para darle ánimo y guiar a la Esperanza, contando con el hijo pródigo alberto[1] y dispuesto al sacrificio. ¡¡Orad hermanos por el perdón de vuestros pecados!! ¡¡¡Arrepentíos!!! ¡Ora pro nobis, misericordiam tua!...

 

  1. “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”... el Señor es también humano y siente el deseo de sublevarse frente al tremendo pecado que la soberanía gentil del populacho e incluso la eclesiástica han cometido con Él pero, ipso facto, se arrepiente de su debilidad y no en tono abrupto de despecho o de desabrida queja, sino humildemente, se pregunta a sí mismo: “¿por qué me has abandonado”... Hubiera bastado con una sola palabra del Padre para que la turba enfervorizada le aclamara devolviéndole la fe en su destino redentor: ¡¡quédate!![2], pero no... ¡¡Hermanos: nuevamente os exhorto a la oración y a hacer penitencia!! ¡¡ved a nuestro Señor sacrificado por culpa de vuestros pecados!! Doblegado y predispuesto a daros gusto con vuestra despiadada y clamorosa exigencia: ¡¡quédate con nosotros un día, divino Señor!! y así habrá de ser, si el Padre así lo quiere. Amen. ¡Ora pro nobis, misericordiam tua!...

 

  1. “Tengo sed”... ¡cómo no habría de tener sed!... desangrándose en la cruz después de tanto esfuerzo, el Señor tenía sed, pero no como vosotros pecadores dignos de la llamas del infierno cuando a media mañana abandonáis el currelo para tomaros una cervecita con los compañeros y ligar con las compañeras, no, la sed del Señor es de Paz, de Esperanza y de Fe. No es cómo la de otros, esos otros empeñados en meter cizaña entre los infieles privándoles de los recursos de apoyo estratégico de que el Padre les había dotado. Nada que ver con la mundana economía, sólo sed de valores[3]. ¡Hermanos, el demonio está al acecho!¡¡No regateéis vuestro amor al Padre y vuestra devoción al Señor!! ¡Ora pro nobis, misericordiam tua!...

 

  1. “Todo se ha consumado”... “consumatum est” y empieza un tiempo de oración, un tiempo de retirarse al desierto para meditar, ¡¡¿qué son cuatro años comparados con la eternidad?!! Es el tiempo de ver crecer la hierba con la fe puesta en la resurrección que comienza con la muerte. ¡¡Vosotros, impíos, lo habéis matado!! ¡¡Arrepentíos!! y el Padre será misericordioso con vosotros y proveerá vuestro sustento. ¡Sabed que el granero del Señor es inagotable! ¡meditad y confiad en el Señor! ¡¡Ésta no es la última palabra!! ¡Ora pro nobis, misericordiam tua!... 

 

  1. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”...  Ved, hermanos y queridos feligreses, cómo el Señor confía en el Padre unido a Él por el Espíritu. Por poneros un ejemplo mundano: el Padre es cómo “la mano invisible”, de que hablaba Adam Smith, la cual conduce los comportamientos de todos para así lograr el óptimo bienestar social . Así como el labriego no duda de que, de la semilla enterrada, ha de nacer una nueva espiga, así vosotros habréis de confiar, con Esperanza, en que no estamos muertos, hermanos, y en que el día de la aflicción traerá un amanecer de gloria en que habremos de renacer en esplendor del Padre, del Todopoderoso, del Number One y, cuando se celebre el próximo Congreso, volverá a reír la primavera que en cielo, tierra y mar se Espera, en que el maligno morderá el polvo de la derrota en unas Elecciones Generales. Amen. ¡Ora pro nobis, misericordiam tua!...

 

 

 

 


* La inspiración del título se la debo a Don Clemenciano Gonzalez, cura castrense de la “prisión concordataria” de Zamora que, allá por los años sesenta, era donde se recluía a los “curas rojos” de la España franquista.   

[1] Fe de errata: se quería decir, “abierto”.

[2] “Rajoy se replantea su futuro... el líder no acudió a la reunión... después de una noche difícil en la que todo el país vio llorar a su esposa, Elvira Fernández, y cómo él pronunciaba un misterioso “adiós”  a sus fieles que le pedían: “¡Mariano quédate!” (El País, martes, 11 de marzo de 2008, página 16).

[3] Mobiliarios.

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Nombre
Israel Cabrera

Comentario
Mi profundo recuerdo para este hombre, mi tío Jesús, un grande entre los grandes con quien tuve la inmensa suerte de poder compartir largas conversaciones de las que siempre saqué buen jugo y de quien siempre aprendí, a quien siempre admiré y a quien siempre llevare en mi corazón. Supongo que estará junto a mi padre descorchando botellas de buen vino y cantando alguna cancioncilla. Mi homenaje a ambos y al resto de los ausentes.

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