La final del Mundial de este año es el segundo partido entero que veo en mi vida. El primero fue el 12-1 de España-Malta, del cual nunca sabremos exactamente la verdad. He visto a un Emmanuel Macron masajeando personalmente el cuerpo mártir de Kilian Mbappé. Al fin y al cabo, Macron tiene una vida pública más limitada en el tiempo que la del futbolista. Luego, o al mismo tiempo, han salido todos los hijos de la selección argentina a enorgullecerse mediáticamente de sus padres, pero me pregunto que habrá sido de la progenie de los franceses... ¿Se habrán quedado en los vestuarios mirando el móvil de papá? Lo bueno de Lionel Messi -lo bueno, no lo mejor- es que no se parece ni a Russell Crowe en Gladiator ni al Gerald Butler en 300, y sin embargo salva la tarde tan bien o mejor como aquellos. Esa es, seguramente, la parte de realidad-real que en medio de lo simbólico-trivial tiene el fútbol: que Messi no es tan espectacular como Cristiano Ronaldo pero acaba de relegar a un segundo plano la imagen consolidada del portugués de ser el atleta perfecto. Ronaldo es el cachas en un microcosmos de cachas, pero Messi acaba de ganar un Mundial que se resistía a la nación más futbolera del mundo desde 1986. Francia segrega amour y filosofía, pero Argentina sangra fútbol y malos gobiernos. Ha sido un partido emocionantísimo. Hasta yo, que tengo por piel teflón, ha habido un momento en que me he cagado en la madre de alguien, señora que obviamente no me ha hecho nada. Miles de argentinos llenaban el estadio de la vergüenza de Doha, y ya que se han pagado un viaje carísimo, y han asentado sus posaderas sobre un estercolero tan lujoso, creo que han merecido las lágrimas de alegría. Porque hoy ha llorado hasta el apuntador. En la televisión española daban de vez en cuanto una imagen del estadio visto desde el cielo que parecía la visión de Dios absorta en la hazaña como desde un microscopio de aumento. De hecho, por un instante Dios ha dudado, y me consta que en el recuerdo de su colega Dieguito ha estado a un tris de bajar al campo a abrazar y besar a la selección albiceleste...       En fin, que no hay gloria sin sufrimiento. Pero tampoco hay primas sin gloria. Esta noche a nuestros hermanos argentinos les aguarda una larga paliza de juerga políticamente incorrecta. Espero que en algún momento de la loca madrugada se les ocurra, sin ironía ni chacota, entonar la Marsellesa...