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28 de diciembre de 2020

Aporofilia (amor a la pobreza) cómo nueva droga sintética de los populismos.

Así como Adela Cortina, acuñó el término “aporofobia” para señalar el odio a los pobres (discusión mediante entre filólogos y filósofos, pues los primeros observan la transliteración del griego “aporo”, significando otra cosa, pese a que finalmente el neologismo fue reconocido como palabra del año en 2017) es menester el forjar mediante el vocablo propuesto, las razones por las cuáles ingentes comunidades que se precian de democráticas, vivimos, encantadas, seducidas, anestesiadas y enamoradas de la pobreza material, como conceptual, dado que finalmente desde hace décadas, convivimos con una base de un tercio (cuando no la mitad) de la población sometida o padeciendo de esta suerte de amor enfermizo, patológico o mordaz, al que lo debemos caracterizar, apuntar y señalar, para luego diagnosticar y finalmente en el caso de que lo deseemos, tratarlo para modificarlo.

En Europa, donde la pobreza es la excepción, la filósofa española, Cortina, acuñó el término, en vistas sobre todo al fenómeno de la inmigración que afecta por oleadas al viejo continente y que expone, precisamente, que otros no europeos, en su condición de pobres, quieren dejar de serlo, y por ello, necesitan ser ciudadanos de la comunidad europea y no reparan, en ser tratados, como animales, cuando las autoridades los sitúan en campamentos al margen de esa Europa que anhelan y de la propia humanidad.

 

La filósofa en uso de una de las principales virtudes que debe tener quién ame a la sabiduría, observó la reacción de muchos de sus compatriotas ante el fenómeno. Decidió, acertadamente (pese a las interpelaciones de los filólogos que objetan la definición clásica de aporo) el acuñar como término, la aporofobia, para describir los que odien al pobre, o en su defecto a la pobreza que los está afectando. 

 

Desde donde se propone la “aporofilia”, la pobreza es la regla, como en muchas aldeas consideradas del tercer mundo o en vías de un desarrollo que nunca llega, lo cierto es que nos hemos enamorado de nuestras carencias, estamos anestesiados, embelesados, atontados, en el estado de enamoramiento que no permite más reacción que la de quedarnos anonadados ante el fenómeno y no hacer más nada con ello, qué el manifestar una suerte de reacción, resignada, romántica y enamoradiza ante la pobreza, a la que terminamos de hacerla parte integrante, fundamental e inmodificable de nuestra vida colectiva. 

 

Este amor patológico, nos determina incluso a creer en la inevitabilidad de una pobreza de la que estamos convencidos, irracionalmente, emocionalmente como imposible de afrontarla y por ello de cambiarla.

 

Desde hace décadas que los números que estadísticamente nos demuestran el estrago doloso de nuestros corpus sociales, de mantener índices que van entre el tercio y la mitad de la población sumida en la pobreza, sin que tengamos reacción positiva o de cambio ante ello, nos habla a las claras que estamos ante un fenómeno que trasciende lo económico y lo social. 

La aporofilia, es la razón cultural, por la cual, no hacemos más que adorar, cuál culto sacrosanto, la condición en la que tantos seres humanos subsisten en la indignidad de luchar minuto a minuto para alimentarse bien o para contar con otras necesidades básicas que se satisfagan más por azar que por necesidad. 

 

Muchos de los gobernantes o clase dirigente, pretendientes o tutelados de, que se adscriben en las ideologías perimidas que trasuntan la izquierda de los pliegues, en nombre de mayorías o de hegemonías supuestamente populares o populistas, no son más que meros gerenciadores, administradores de esa pobreza de que la dicen estar enfrente para combatirla, pero que no hacen más que consolidarla y aumentarla, amalgamando el pobrismo conceptual, cuando no dogmático, fanático y religioso, en una aporofilia que cuanto menos socava el conjunto de los valores en los que reposa y se asienta la institucionalidad democrática. 

 

Tener un nombre ante lo que nos afecta, ya significa y representa un primer paso. Habrá que ver si es que hacemos algo con ello o sí, por el contrario, seguimos presos de un amor tan nocivo, injusto como despiadado.  

 

Por Francisco Tomás González Cabañas. 

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