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ACTUALIDAD

8 de mayo de 2019

El peronismo liberal.

La tercera vía fundada por Perón, pudo haber sido real y efectiva hasta los tiempos en que su vida expiró. La propuesta, que tardíamente, valoran en la actualidad desde las fronteras de Occidente, de estar en la intersección entre el liberalismo y el comunismo, pudo haberse consustanciado de sentido geopolítico y político filosófico, hasta unos años más luego de caído el muro de Berlín. Seguir insistiendo en este imposible, de reconvertir, deconstruir o regenerar un peronismo de tercera vía, como tercero excluyente, es ni más ni menos que dejarlo arrumbado en el olvido de la historia, o en la libre disponibilidad de los oportunistas de feria, que, por derecha o por izquierda, y sin esgrimir, razones conceptuales, se sienten con la autoridad política y teórica, de expresar que el peronismo tendría más sentido por ejemplo, como una subsidiaria del socialismo o en su epifenómeno populista o progresista como lo fue de un tiempo a esta parte en América latina.

En la compleja, como extensa, pero no por ello necesaria o imprescindible tarea, de argumentar, las razones, sobre todo políticas, de realpolitik en su sentido que invoca al pragmatismo a ultranza,  de ubicar al peronismo como posibilidad política dentro del liberalismo, damos paso, a preguntarnos aquello de lo que pretendemos dar una respuesta, que nunca será unívoca ni exclusiva o excluyente.

¿Uno puede heredar la pertenencia a un partido político? En el caso de que así fuera, ¿Se debe conservar, es decir continuar, bajo la férula de esa herencia-mandato  sin salirnos de ella o sin modificarla? Con el paso del tiempo, ¿Qué se mantuvo o que se mantiene de ese partido político que como objeto heredado nos exigió siempre que lo acompañemos, aun cuando vacilábamos de nuestras propias convicciones?

No muchos se valoran, asimismo como a su comunidad, de tal modo, para plantearse algunas, o semejantes, de las cuestiones expresadas. En teoría, en una comunidad democrática, tendríamos que ser propalados, promocionados, para permitirnos estas como tantas otras preguntas, sin embargo nuestra democracia a modo y tal como la concebimos, nos da elecciones, en donde entre tantas cosas que no elegimos, es precisamente el partido político al que podríamos pertenecer o las razones por las que pertenecemos al mismo y no a otros o a ninguno.

En lo que debería constituirse como un “laboratorio democrático” que funciona en otras latitudes de nuestro occidente, deberíamos asistir, voluntariamente, todos los que así lo deseemos para ver en tal lugar, como están nuestros valores que nos hacen pertenecer a un partido o incluso al gueto de la independencia. Es más fácil, como doloroso y angustiante, pese a ser vital, sacarse sangre o dejar orina, para que se nos estudié orgánicamente. En este laboratorio, el planteo es con respecto a nosotros mismos, el indagarnos en relación a nuestros pensamientos políticos, apartándolos del origen de los mismos, es decir así sean heredados o planteados por la indiferencia o por el bombardeo mediático. La cuestión pasa, y es lo esencial, que una cultura o una sociedad democrática, debería alentar a todos  y cada  uno de sus integrantes que se cuestionen lo que han heredado. Sí quieren dejarlo de lado, modificarlo o seguirlo como un mandato.

A los únicos que no les conviene que esto suceda, es a los que se reditúan de las cosas dadas, los que están en el pináculo de las decisiones y que para ello, necesitan que el resto, siquiera queramos decidir a qué o donde pertenecemos, ideológicamente.

Ellos, que son lo que se benefician con lo incierto o indeterminado, con la excusa del dato de color, de la anécdota de la sociedad de los valores y de toda esa discursividad tóxica que lo único que promueve es la promiscuidad y los abusos en donde siempre pierden los más débiles y menos poderosos.

Plantear que el peronismo es liberal tiene como objeto reducirlo a su expresión esencial. En el actual contexto, sería tener como prioridad política, sacar a la mayor cantidad de gente posible, en el menor tiempo, de la pobreza y la marginalidad. Todo el resto es mística o historicismo o sentimentalismo peronista, no debe ser confundido con el peronismo electoral, ese del que se nutren los sinvergüenzas de turno, para tocarle las fibras íntimas a los que pueden tener una relación, sobre todo pasional con el peronismo y en base a tal conexión le pretenden arrancar el voto y girarlo, negociarlo en las mesas de poder. Sí algo debe rediscutirse del peronismo es aquella definición del propio Perón, acerca de que en los tiempos en los que vivió, existía, o era su pretensión política, una sola clase de hombres; los trabajadores.

De aquel tiempo a esta parte, nadie ha planteado aún, que el sujeto histórico de la democracia debe dejar de ser el individuo.  Nos urge el hacerlo, dado la problemática manifiesta y sistemática, en los diversos lugares en donde se lleva a cabo el ejercicio democrático moderno en los distintos puntos del globo. Ofreceremos una extensividad necesaria de argumentación para sostener lo afirmado, sin que por ello nos acerquemos un ápice, a demostrar el obvio y manifiesto, fracaso, rotundo y contundente, en que la democracia naufraga, producto de no modificar tal sujeto histórico; es decir la individualidad, en la que sostiene, la legitimidad del pacto suscripto entre los ciudadanos y sus representantes. Como bien sabemos esa legitimidad, es la que cíclicamente cae en crisis cotidianas, y que diferentes autores, tanto intelectuales como comunicadores, le ponen nombres varios, y le dedican extensas páginas de actualidad como de ensayos académicos, sin que puedan arribar a la sustancialidad de lo que diagnostican y abordan con taxativa precisión.

 El sujeto histórico debe dejar de ser el individuo, para conveniencia de tal y para regenerar el concepto de lo colectivo. El sujeto histórico de nuestras democracias actuales debe ser la condición en la que este sumido el individuo. Independientemente de que estemos o no de acuerdo, desde hace un tiempo que el consumo (al punto de que ciertos intelectuales, definan al hombre actual como “El Homo Consumus”) y su marca, o registro, es la medida del hombre actual, como de su posicionamiento o razón de ser ante la sociedad en la que se desarrolla o habita. Somos lo que tenemos, lo que hemos logrado acumular, y no somos, mediante lo que nos falta, en esa voracidad teleológica o matemática de contar, todo, desde nuestro tiempo, a nuestra infelicidad. Arriesgaremos el concepto de una existencia estadística, en donde desde lo que percibimos, de acuerdo al tiempo que trabajamos, pasando por lo que dormimos, o invertimos para distraernos, hasta los números en una nota académica, en un acto deportivo, en una navegación por una red social para contar la cantidad de personas que expresan su satisfacción por lo exteriorizado, todo es número. Nos hemos transformado, en lo que desde el séptimo arte se nos venía advirtiendo desde hace tiempo en sus producciones de ficción. Somos un número, gozoso y pletórico de serlo. El resultado final de lo más simbólico de la democracia actual, también es un número (el que obtiene la mayoría de votos) sin que esto tenga que ser lo medular o lo radicalmente importante de lo democrático.

Aquí es donde planteamos la urgencia de modificar el sujeto histórico. Sabemos que el todo es más que la suma de las partes, desde lo metafísico, desde lo óntico, incluso desde lo psicológico. Pero hasta ahora no hemos aplicado tal principio en la arena de la filosofía política

Que el todo sea más que la suma de las partes, implica necesariamente que la democracia representativa actual deje de reposar, de estar acendrada en la expectativa que genera a todo y cada uno de los individuos, horadando la legitimidad de su razón de ser y amalgamando la cosmovisión y la cultura individualista.

La representatividad estadística que fuerza al juego ficticio de partidos políticos, que definen ideas o razonamientos políticos que establezcan respuestas a los problemas colectivos, ha pasado a ser ficción literaria, rémoras de  épocas que nunca más viviremos, salvo en la melancolía de corazones románticos.

La democracia debe fundamentarse, o estar fundada, en la condición estadística en la que se circunscriba el individuo. Esto es, asumir la realidad para a partir de ella construir la expectativa que es su razón de ser. De lo contrario, en caso de continuar, generando expectativas ante la mera convocatoria de elecciones, para renovar representantes, la legitimidad del sistema siempre estará riesgosamente en cuestión, pudiendo alguna vez, un grupo de hombres considerar el retorno a algún tipo de absolutismo.

No existe, en nuestra modernidad, más que dos clases de hombres, los que tienen y los que no. Los que no son pobres y los que lo son. Ante esta existencia estadística, es muy fácil determinar los parámetros en los que se asienta el límite para  catalogar quiénes son pobres y quiénes no. Organismos internacionales, solventes jurídica y monetariamente, pueden unificar criterios para establecer la suma o la cantidad que precise un ser humano, diaria o mensualmente, para ser o no ser considerado pobre. Esta cuestión metodológica es la más fácil de zanjar, por más que puedan existir varios tecnicismos para ello. Lo radicalmente importante, es considerar que la nueva definición de democracia que proponemos, es que debe tener por finalidad, que menor cantidad de personas, en un determinado tiempo y lugar, deben ser pobres. Esta debe ser la razón de ser, básica, principal y prioritaria de la democracia actual. El eje de su sustentabilidad legítima, debe estar sustanciada en esto mismo. Sí la democracia, bajo esta nueva finalidad y por ende definición, no logra su cometido, pasará a ser otra cosa, por más que se convoquen a elecciones o se mantengan circuitos o instituciones representativas. La sujeción de lo democrático a la condición en la que este sumido una determinada cantidad de hombres, garantizará que la expectativa que por regla natural es su razón de ser, no sea siempre una abstracción, sino que este supeditada a un resultado, a un determinado logro, concreto y específico.

Como si faltasen razones como para esta resignificación de lo democrático, que la salvara de la inanición a la se encuentra condenada, nada sería más lógico, razonable, y válidamente verosímil que la legitimidad de la democracia, se encuentre acendrada en que representa, prioritariamente no ya partidos u hombres (por otra parte, insustanciales e insulsos) sino que radicara su logos existencial, en modificar la condición en la que habitan sus hombres, no ya como números o discursos, sino como sujetos de carne y hueso, al que no se le siguen conculcando sus derechos universales y elementales. No es nuestra intención avanzar sobre las ciencias jurídicas, pero bien podríamos decir que sí esto no se constituye en la finalidad de lo democrático, no tenemos por qué aceptar que se nos impongan reglas normativas de ningún tipo. Es decir, sí nuestro propio sistema de gobierno, no fija como prioridad, que un determinado número de personas que no se alimenta o se alimenta mal, deje de estar en tal condición, ¿qué sentido tendría respetar una señal de tránsito o la misma disposición de la propiedad privada? (a partir de esta inferencia, se puede analizar el incremento de los delitos contra las personas en nuestras sociedades modernas, es decir cómo se da de hecho lo que expresamos semánticamente).

La nueva representatividad de lo democrático, además estaría sometida, a un resultante concreto, determinado y observable. Ya no sería como lo es, una cuestión hermenéutica. Es decir, el juego dialectico, al que someten al ciudadano, sus representantes, daría por terminado y concluido por su propia y falaz inconsistencia. Ya no estaríamos presos de discursos, de palabras en zigzag y campañas de todo tipo y color, para que les demos la razón a unos y a otros, para que finalmente, todos y ninguno a la vez tenga parte o nada de la misma.  El peronismo, como concepción de la política, es patrimonio de nuestra argentinidad, así, incluso y por sobre todo, estemos en sus antípodas. Cuestionar al peronismo, es cuestionar la pobreza e inferir, tanto, que la avaló, promocionó y acrecentó, como todo lo contrario. El peronismo es una categoría que nos permitiría abordar la cuestión de la pobreza, desde sus diferentes perspectivas y soslayarla desde sus rincones más insospechados.

La razón de la institucionalización del estado político se encuentra en “vivir en seguridad y evitar los ataques de los otros hombres […para lo que] nos puede prestar gran ayuda la vigilancia y el gobierno humano. A cuyo fin, la razón y la experiencia no nos han enseñado nada más seguro que formar una sociedad regida por leyes fijas, ocupar una región del mundo y reunir las fuerzas de todos en una especie de cuerpo, que es el de la sociedad…El Estado se justifica por la seguridad y riqueza que proporciona, pero especialmente porque es el medio adecuado, el medio derecho, en el que puede cultivarse la razón. Desde aquí no será difícil llegar a afirmar que el Estado o es racional o no es.

Baruch Spinoza, el filósofo citado, no  trata de salir de un estado para entrar en otro, sino de justificar la mejor forma política que permita no sólo nuestra preservación, sino también nuestra realización, esto es, la mejor forma política que se componga con nuestra naturaleza. La razón es evidente, “cada uno de ellos [de los hombres] posee tanto menos derecho cuanto los demás juntos son más poderosos que él”. Es decir, el derecho se resuelve en términos de poder, por lo que una multitud unida establecerá el derecho común al que me he de someter y en el que encontraré los únicos derechos que pueda poseer.

El liberalismo es una cuestión ontológica antes que política. El peronismo es una filosofía política, con aplicación en la dinámica misma del quehacer político. En el terreno, en el campo de juego, el liberalismo, más allá de sus principios o reglas económicas que tampoco, por definición pueden ser unívocas, es el punto de partida, mediante el cuál el hombre occidental, desanda su experiencia entre lo individual y lo colectivo.

Para ponerlo en términos de Perón, liberales somos todos, nos guste o no, lo reconozcamos, lo neguemos, abjuremos, luchemos en contra o nos enarbolemos en su defensa o retórica, ahora, peronistas liberales, demasiados, que no han sido caracterizados como tales, por la conveniencia de sectores, que no defienden ni la libertad ni el desarrollo, mucho menos los principios humanistas por los cuales nació el peronismo, reduciendo a esta filosofía política, a una suerte de subsidiaria, de segunda marca, de otras experiencias políticas que ya brindaron lo mejor de sí en algún tiempo  de la historia. Lo que no se reconozca como peronismo liberal, no será más que la expresión de dogmas de culto, aplicadas en otros recintos del globo, como así también sí el liberalismo no se pliega al abordaje que le propone el peronismo, se reducirá en su germen de exclusión excluyente que lo ha alejado por años de los mandos políticos y sociales.

Finalmente un peronismo liberal, debiera defender principios, además del histórico de la justicia social, del propuesto de dar prioridad al pobre por sobre el trabajador, el arancelamiento del voto (para transparentar la financiación política pudiendo pagar en dinero como en tiempo de servicio a lo democrático) , su no universalidad (se propone voto compensatorio) la publicidad y publicación del sufragio (tal como sucede en la actualidad, reconvirtiendo de hecho la norma de siglo atrás que disponía la contrario que ya no se cumplimenta ni tiene razón de ser) la condición voluntaria del mismo, la posibilidad de instituir el “voto anticipado”, sugiriendo además herramientas como el servicio democrático obligatorio, la constitución de un índice democrático de relevamiento ciudadano, la constitución de un gabinete en las sombras para la oposición, que ésta integre el ejecutivo, en proporcionalidad de votos como se integra el legislativo (en términos efectivos que los vices sean los segundos más votados), la reconstitución del poder judicial (discutiendo liberalmente sí a solo firma de un juez,  por el título de tal, se puede disponer por ejemplo de la libertad ambulante de un procesado, o sí efectivamente se debe continuar con el mandamiento engañoso de que debe ser independiente) y la consolidación de instrumentos existentes como; la consulta popular, la revocatoria, las audiencias públicas y la accesibilidad que permite o promueve una mínima transparencia en la cosa pública, que es la máxima aspiración que debiera tener la política como expresión independientemente de cómo se llame, o como la llamen, ideológica, filosófica o dogmáticamente.

 

PD: Los conceptos de: voto compensatorio, voto anticipado, voto arancelado, índice democrático, servicio democrático obligatorio y redefinición del poder judicial, son desarrollos teóricos que en cada uno de los casos hizo público el autor.

 

Por Francisco Tomás González Cabañas.-  

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