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CULTURA

15 de noviembre de 2016

El reverdecer de la “Intelligentzia” correntina.

“La intelligentzia colonizada sólo tiene un valor sucedáneo carente de originalidad como simple repetición de ajenos repertorios” (Arturo Jauretche). Mediante una polémica literaria que se suscitó mediante el disparador acerca de la existencia o inexistencia de la literatura correntina, se volvieron a leer argumentos, como no se observaban hace tiempo, en relación a que existiría literatura de la buena y de la mala, y por ende comisarios o policías, prestos a calzarse en tal ropa y piel, en un reverdecer, nato y lato de posiciones ultramontanas, que vienen prevaleciendo electoralmente en diferentes campos de occidente, Corrientes como estancia literaria, no sería la excepción.

Ninguna sociedad puede desarrollarse o presentar desafíos que le permitan un progreso en el conjunto de los valores que esa misma sociedad sostiene o cultiva, sí sólo existe un estado al amparo, o presente para producir, sea trabajo, divisas o confort económico.

 

Ninguna administración, abarque distrital, geográfica o poblacionalmente lo que abarque, puede embarcarse en la gran aventura de forjarles un mejor porvenir a sus ciudadanos, si cuenta los sucesos culturales, en relación a la cantidad de entradas vendidas, de luces que se ponen en el escenario o de cámaras que transmitan un show comprometido con el envase, con la marca, con la etiqueta, llevándose puesto con ello, o esquilmando su propia sustancia o razón de ser.

 

¿Qué sociedad podría ofrecer representaciones culturales dignas, si quiénes se dicen sus históricos hacedores, o al menos el menos visible de ellos, se denominan como animales extintos y plantean desde la mesa de una pulpería, quiénes pueden o no tener la palabra para osar dedicarse a la literatura?

 

Que paradigma de lo cultural puede discutirse, sí el único gravitante es el que está en manos de profesionales de la alcurnia o de los habitantes enmohecidos de la clase alta, que ya de viejos, cansados de obedecer el mandato social que les toco, garabatean algún poema, estéticamente deleznable, pero que, mediante la red, filial y amistosa, que lograron conseguir en sus tristes vidas, logran la notoriedad, insípida e insulsa de los pasquines locales que ofician de periódicos, en detrimento del concepto de trabajador cultural que día a día, tal como lo hace un albañil o un bancario, debe ganarse el pan, enfrentando precisamente esta noción costumbrista de que sólo lo cultural le pertenece a los que heredaron una biblioteca de roble o madera noble y que obedecieron como polluelos los dictados emanados de los mandatos sociales a los que jamás osaron revelarse.

 

Qué importancia puede tener lo cultural, para una sociedad que se arrodilla, penosa y estúpidamente ante los uniformes, escolares, de control, religiosos y los zurcidos por logos o marcas que señalan poder económico, y que reprimen una y otra vez, ese grito libertario, socavado por esa opresión de la que es víctima; de esa enajenación sodomita a la que la someten en cuerpo y espíritu, diciéndole que habitan en una democracia, en el resguardo de la institucionalidad normativa pero que en verdad si les toco nacer en un hogar pobre, morirán en el mismo o en uno peor del que les toco. Que ínfimo peso puede tener un texto como el presente, sí mediante la cooptación cultural que el sistema hizo de sus hijos dilectos y de sus entenados, la mitad de los mismos se debate por la salud del caballo apaleado por el linyera en una red social y la otra discute, bizantinamente, sí en Venezuela la rebaja de precios dictada a una cadena comercial ha sido o no una forma de habilitar la confiscación de bienes muebles.

 

Que otra cosa podríamos hacer que no sea esta, más que nada, por sí en algún momento, algún ser indeterminado se nos cruza en el camino, y sin decirnos más nada, reconoce que ir al corazón de los problemas, al nudo gordiano del mismo, pasaba, con tanta exactitud por acá mismo, que por ello asustaba tanto y preferían no ver o no enterarse del foco de los conflictos que atravesamos desde hace tiempo como corpus social.

 

“La inteligencia no es un despliegue en el individuo aislado, comprensible desde él, sino que es un proceso en la evolución del género humano , y éste mismo es el sujeto en que existe la voluntad de conocimiento…La cultura intelectual de una época cualquiera se forma mediante una cooperación de las diversas manifestaciones de la vida espiritual.  Estas manifestaciones concuerdan, en cierto grado, en una totalidad. No importa lo diversa que sean las actitudes que toma la inteligencia ante su objeto en una época dada…El arte, especialmente la poesía, crea lo típico, que ocupa un puesto importante en nuestras representaciones. Lo típico aparece junto a lo regular. Regular es lo que es expresión de un comportamiento general en la naturaleza. Es típico lo que expone en un caso singular algo universal. Lo típico, sí se le quiere dar una expresión conceptual abstracta, presupone una conexión teológica. (Wilhelm Dilthey)

 

Tal como los consejos médicos, los eclesiásticos o los paternos,  que se brindan para no ser cumplidos la clase dirigente de la sociedad, en sus reuniones onomásticas o en declaraciones a la prensa se jacta de trabajar en lo respectivo al área cultural, a darle promoción y soporte a sus hacedores, de dedicarle tiempo y compromiso, pero en el momento de estar individualmente frente a un fenómeno cultural, se desentienden, le dan la espalda, lo tratan como un aspecto menor, sí bien esto es harto sabido, desandamos por qué o la importancia de tomar en serio la cuestión cultural.

La clave de lo cultural, en su faceta literaria, es su discusión, su debate, su confrontación, aquí trascribimos una que se dio mediante el portal momarandu.com y más allá de las posiciones en las que se podrían o no coincidir, saludamos el debate, que es la base, sea o no en formato agonal, de la substancia o razón de ser del propio logos y su necesaria dinámica.

 

La Literatura Correntina no existe

(Por Francisco Tomás González Cabañas) Como entidad conceptual para el estado, en sus fueros nacional, provincial y municipal, administrado por la paleta variopinta del multipartidismo que se diferencia por lo nominal es harto imposible definir la existencia de literaturas patronímicas algunas

Más allá de la responsabilidad de los que son o podrían ser parte de esto, y de que hoy mueva muy poco el amperímetro de la realidad político/social/cultural, sirve como disparador para dar cuenta de cómo algunos aspectos de lo cotidiano se travisten en verdad en cáscaras vacías, estandartes de causas o cosas inexistentes, y de terrenos fértiles para la enajenación por parte de los que deberían brindarnos algo más que etiquetas vacías, relatos ficticios o una puesta en escena para redireccionar los recursos del estado que se dicen van en un sentido pero en verdad van en otros.

 

La excusa a flor de piel de quiénes poseen responsabilidades importantes otorgadas por el soberano, fundamentando con soberana seriedad la imposibilidad fáctica de cumplir con lo establecido por la Constitución o la ley, con eso de asegurar una vivienda o un trabajo digno a los ciudadanos, validándose en que cuando arribaron a los espacios de poder, la situación era peor, y que mediante la administración de los mismos, son muchos menos los que no tienen un techo o un trabajo digno y que trabajan, denodada e incansablemente; son permanentes y aturden cualquier oído de un ciudadano común y silvestre, pero se trata de una finalidad en sí misma y no una excusa ocasional, del adolescente que rifa su responsabilidad por una aventura con su existencia, sino más bien la premeditación trémula del tahúr, acodado en la barra del oportunismo acechando para definir su salida a escena.

 

No se eligió caprichosamente la literatura como paradigma, ocurre que esta rama del arte (que definición tan lamentable, pero bueno, a ciertas reglas debemos sujetarnos) posee apreciaciones ambivalentes, por parte de los sectores que la piensan y los ámbitos en donde se las ejerza o se la verbalice.

 

Queremos decir con esto, para el político clásico la literatura posee la misma importancia y consideración que puede poseer el bordado o corte y confección, palabras más, palabras menos: una actividad para traumados, loquitos o afrancesados, de hecho un ex presidente al dejar el mando a su señora expresó que su futuro estaba en un café literario. Literalmente estaba afirmando que se dedicaría a una acción masturbatoria en el plano intelectual no orgánico, entendiendo a este onanismo absolutamente inútil para la sociedad y por sobre todo para la política. Claro que esto no lo dirán jamás en un ámbito público, en donde escogen de la troupe de siervos de la gleba que tienen a disposición a un tipo que dé con el perfil con el que piensan a la cultura o a la literatura para ser más específicos; no por casualidad aparecen en estas áreas, barbados, de ingobernables cabellos, de modos y formas delicadas, cumplimentando el “Physique du role” para la “Mise-en-scène”, pero que en el fondo sólo cumplan el ritual de un empleado público sin más aspiraciones que llegar a fin de mes para cobrar su sueldo, en el mejor de los casos, terminar de organizar lo que le piden para quedarse con la diferencia que lo hará avanzar en el escalafón del estatus social.

 

El literato puede estar divido entre el ocasional y el profesional, el primero es aquel que básicamente por temor, inseguridad, o por no rebelarse a los mandatos sociales, después de 40 años del ejercicio de la contabilidad, y tras haber enterrado a su padre, descubre que siempre ha sido feliz garabateando poemas y ocupa el atardecer de su vida en la difusión de los mismos, en cuidados comentarios en redes sociales, cumplimentando a rajatabla las reglas ortográficas y es el que le da vida a las aburridas tertulias que se suelen dar en apartados rincones de la humanidad acerca de las claves de la literatura escandinava o de la nueva generación de poetas costarricenses.

 

Quiénes habitarían en el segundo grupo de esta caprichosa categorización (como lo son todas en verdad), vendrían a ser los que por distintas razones (fealdad, traumas, choque con la realidad) precisan construirse un mundo paralelo y no tienen mejor idea, o más económica en verdad, que agarrar un lápiz y un papel, y a falta de un buen psiquiatra o en verdad por el no éxito de los laboratorios de concebir un barbitúrico para estos males, pretenden vivir, ganar dinero, consideración social y reivindicarse de todos sus males, escribiendo desde recetarios para médicos, pasando por gacetillas al secretario gremial del sindicato de corredores de coneja, hasta novelas imposibles que ni su mujer ni hijos leerán.

 

El primero de ellos ante el público, se siente literato, por primera vez o por única vez, o por estar ante la consideración de los más granado de la sociedad, por el valor supuesto, de haber escrito algo con relativo sentido lo transforma o lo eleva a ese sitial de inteligente, que supuestamente brinda caricias a un cuerpo inmaterial como el alma, olvidando esa inferioridad que solo él ha sentido al no poder imponer su deseo ante el mandato social y que lo condena eternamente a traumarse cuando esta solo frente a la hoja, por tanto no es extraño, que este médico, abogado, juez, devenido en literato, pula de queísmo y dequeísmo su obra con la profesora de literatura de la hija, al único efecto de sentarse en esa sala llena donde presentara su obra y que los presentes piensen que “tipo inteligente, culto, talentoso…”

 

El segundo publica su obra solo ante una experiencia cercana con la muerte (para él hasta un dolor de muelas lo es), entonces se convence que no vendrá a golpearle a la puerta de su casa Alfred Nobel para darle en mano el galardón y que al menos le debe dar una imagen de que algo hace con su tiempo a sus hijos ya grandes que lo perciben en una acción masturbatoria, mental, pero masturbatoria al fin. Teme en verdad ese protagonismo que a diario cede, por unos pingues billetes escribiéndole los proyectos al pelado concejal que se maneja con un vocabulario nutrido de no más de 30 términos, redactándole la gacetilla de las olvidables acciones del gordo del sindicato que se queda con los vueltos, dándole prestigio con su tinta al pasquín del empresario que negrea a sus empleados, pero allí están los 4 o 5 amigos que por milagros de la amistad no se aburrieron de él escuchándolo hablar con esas palabras de diccionario, y tras esos 5 minutos de pesadilla pública, retorna al misterioso y solitario altillo desde donde escribe y reescribe su realidad y la de todos, independientemente de que cuente o no con genio o talento, cuestión que por supuesto no le interesa ni atañe.

 

Imposible que desde estos ámbitos incompatibles surja una unidad de concepción que se de en llamar “Literatura Correntina”, los señores de las letras y los obreros de las letras no defenderán nunca los mismos intereses, pues representan contrapuestos y contrarios, por más que en cierto punto puedan englobarse dentro de la cultura o la literaturidad.

 

Esta circunstancia, es aprovechada, por esas hienas con piel humana que huelen a kilómetros la debilidad de sus víctimas, entonces cuando tienen la posibilidad, se apoderan de los recursos que un estado debe otorgar a la literatura, y los direccionan para cualquier otra actividad que tenga o no que ver, honesta o deshonestamente, consciente o inconscientemente, pero con ello dan el tiro de muerte a lo que debería ser la obligada presencia del estado en una actividad como la literaria.

 

Ya son muchas palabras, y evidencias pocas, ante el altisonante título, vamos por ellas. Hemos consultado en más de la mitad de los municipios correntinos, y los que poseen su dirección de cultura, realizan diferentes acciones, pero a nivel literario, lo único concreto es la realización de “ferias de libros” que como copia berreta de la nacional y la provincial, es en verdad una acción de marketing de las editoriales, de las librerías y de los organismos públicos (los típicos estantes de los diarios, de las radios, la presentación del libro del concejal, de la modelo, del futbolista), en definitiva un “Show business” que nada tiene ver con la literatura, nunca un taller de poesía, de narración, menos la promoción de algún autor local, o la discusión de un tema cultural, tampoco existen premios literarios, como sí lo ofertan fundaciones, la UNNE misma en nuestra región, las acciones de los organismos (insistimos de todos los ámbitos) que deberían dedicarse a esto, nunca divulgan correcta o abiertamente lo que hacen o dejan de hacer, es decir nunca se conoce que hacen sus responsables un lunes 10 de marzo a las 10 de la mañana. Los tipos que han escrito o que podrían pertenecer a ese no lugar llamado la literatura correntina, no son siquiera recordados en un triste obituario de un matutino y sólo se los desempolva del olvido mediante las amistades que han sabido granjearse en sus tortuosas vidas.

 

Esto colabora para que los medios de comunicación asocien a quien se denomina escritor, como un bohemio, un vago o un pelotudo, entonces ni siquiera se los consulta en esos programas radiales disonantes, en esos noticieros de escenografía móvil o natural, pero que bien podría, en caso de que la luz del estado los ilumine, darle el lugar que el tipo de letras debería tener en su sociedad.

 

Ocurre con el homenaje que le hará Francia en París, a Cortázar, en donde por la representación Argentina, de un total de 40, 38 pertenecen o tienen su campo literario de acción en el conurbano bonaerense, porque ni siquiera a los políticos, opositores u oficialistas, les interesa pelear por el espacio que les correspondería a sus coterráneos, bajo la excusa políticamente correcta de enarbolarse en una causa por un federalismo cultural.

 

Pero ya son demasiadas palabras, y en verdad uno se detiene a pensar y concluye: A nadie le importa si existe o no la literatura correntina, de hecho por los motivo expuestos y sobrados sabemos que no existe, o existe como camuflaje para redireccionar recursos de quiénes lo manejan y quienes crean lo contrario, en caso de que tengan interés, que pongan los argumentos arriba de la mesa, de seguro esperaremos sentados, sempiternamente.

 

Occidente no tiende a trasladar hacia el Este o hacia el sur una cultura positiva propia, sino a disolver las demás culturas para suplantarlas con un exponente de mera negatividad, es decir, la producción generalizada de su propia figura vacía... Occidente no quiere, no sabe, no puede encontrar lo otro sin simultáneamente someterlo a su propio dominio (Espósito, 2012, p. 264-268)

 

Es necesaria una perspectiva histórica y antropológica que ilustre, en la larga duración, las interconexiones globales en el interior de América Latina y las comunidades europeas, africanas y asiáticas. Poniendo el énfasis en la multiplicación, diferenciación y complejidad de las interconexiones globales y en cómo adoptaron diferentes formas históricas entre los siglos XVI y XX, tal vez podamos escapar del callejón sin salida epistemológico posmoderno, o de historias que con distintos lenguajes vuelven a reescribir la relación de un centro y sus periferias. Es en este sentido que la historia de América Latina puede ser reevaluada a la luz de sus interdependencias e influjos recíprocos de lo local y lo global, y donde categorías como poscolonial, ciudadanía, nacionalismo o Estado-nación se entrelacen con un proceso abierto al resto del mundo, con una historia hemisférica común que escape a los límites de las fronteras nacionales (Sandoval, s.f. p. 13).

 

Partiendo de una de las aporías más decisivas de la historia de la humanidad, del discernimiento entre lo uno y lo múltiple, para el develamiento, interpretación, invención, deconstrucción, o cualquier término, por el cual hayan surgido las más diversas corrientes de pensamiento (que no dejan de ser conversaciones, concatenadas con el fin, de dialogar de manera intergeneracional y corriendo lo sucedáneo del tiempo) nos encomendamos a la encomiable empresa, jactancia intelectual mediante, de haber invalidado la categoría de Literatura patronímica, no sólo desde la perspectiva etimológica, histórica y en definitiva discursiva, sino demostrando, bajo la lógica del razonamiento, arriba señalado como uno de los puntos neurálgicos del juego de conceptos de las primeras y las últimas causas, validando por ello, las infinitas filosofías que existirían, dentro de esa delimitación Latinoamericana, como decena de casos puntuales de que supuestas subcategorías o no existen en cuanto tales, es decir como formando parte de un categorial que los englobe, que los enmarque (no podría nadie determinar, su lazo de vinculación o pertenencia, nadie que no se pretenda dominante, como por contraposición o reacción, ante ese predominio de la literatura occidental, o literatura a secas, que per se, refiere a todas las literatura, desde ese imperialismo intelectual, paradójicamente del que nacería ese gran concepto de literatura patronímica) o existen en forma múltiple, en todas las manifestaciones que así se pretendan y que mediante el uso de la semántica así lo señalen.

 

La filosofía latinoamericana no debe circunscribirse a aquellas reflexiones que solamente tienen como objeto el mundo cultural, ético, político, religioso, socioeconómico, etc., de los países de esta parte de América, aunque algunos autores con argumentos válidos también así la conciben. Por supuesto que de algún modo tienen que aflorar tales problemas en el ideario de cualquier filósofo de esta región con suficiente dosis de autenticidad. Pero el hecho de que aborde estos temas no le otorga ya licencia de conducción para las vías de la universalidad”. (Guadarrama González, 2008, p. 3)

 

PD: Este artículo, en verdad una versión mas acotada, vio la luz pública en 2014, en distintos medios de comunicación de la provincia. Casi tres años después, este texto fue enviado a una actividad que se propiciaba desde la feria provincial del libro. Como ponencia fue rechazada, dado que la temática, no estaba dentro de las consideraciones que la cultura debía discutir. Extrañamente, semanas luego, aparece como gran tema de debate, la existencia o no de la literatura correntina. Bienvenido el debate, más no así la censura, que por acción u omisión, no cejan en continuar, desde hace más de una década con quién esto suscribe.

 

Hay literatura correntina y hay buena literatura correntina”

(Por César Eduardo López) Después de casi una década de andar los camino de la literatura; puedo afirmar que existe una literatura correntina. Y es lo que en realidad me interesa decir. No me interesa, en este escrito, hablar de la labor del estado, provincial o municipal en el campo literario

 

Es un tema que lo tengo analizado, tengo opinión al respecto. Quizá en otra oportunidad hablemos de este tema. Hoy quiero opinar respecto a la afirmación que “la literatura correntina no existe”. Afirmación con la que lógicamente no estoy de acuerdo.

Y digo, que existe una literatura correntina, porque la he visto con mis propios ojos. En estos años tuve la oportunidad de apreciar las producciones de muchos narradores y poetas a lo largo y ancho de la provincia, algunos conocidos y otros no tanto. Pero los que andamos en el tema lo sabemos. Hay literatura correntina, es decir hay obras importantes de autores correntinos, alguno de ellos conocidos nacional e internacionalmente. Hay literatura correntina, y hay buena literatura correntina.

 

En relación a categorizar a los escritores, y desde luego, realizada esta categorización en forma bien intencionada y no de otra manera, diría que se los podría dividir en escritores emergentes y consolidados. Creo que no hace falta aclarar más. Y a la literatura (correntina en este caso) en buena o mala literatura. Tampoco hay que agregar más.

 

No me detendré a analizar el comportamiento y las motivaciones de los que escriben, cada uno se hará cargo de ello. Yo tengo constancia en los libros de autores correntinos que me rodean mientras escribo estas líneas, la prueba irrefutable de que la literatura correntina existe. Tenemos excelentes narradores y poetas, muchos de ellos amigos míos.

 

Decir que a nadie le importa si existe o no la literatura correntina, no deja de ser una afirmación altisonante, pero falsa. Yo también he visto con mis propios ojos cómo escritores de distintos lugares de la provincia, se transforman en promotores literarios (y culturales) para fortalecer y hacer que la literatura llegue a más sectores de la sociedad.

 

Vi cómo organizan encuentros, ferias, talleres, certámenes, presentaciones de libros, charlas. Es difícil entonces para mí estar de acuerdo con la afirmación de Francisco T. González Cabañas en su nota publicada en el diario digital Momarandu, sección Cultura y espectáculo.

 

 

Del muro de Trump al muro Literario (Francisco Tomás González Cabañas).

Sostener que la literatura correntina no existe, no debería ofender, como tampoco convencer a nadie, ni siquiera a quiénes, bajo no sé qué báculo pueden determinar qué es lo bueno y que es lo malo en la literatura, cómo sí estos conceptos pudiesen ser asimilados en el campo literario. Sí lo bueno y lo malo, pueden tener que ver con alguna realidad, determinada por ciertas autoridades, gozarán de buena vida en campos de concentración, en campos donde reine el vasallaje, en campos de refugiados, en campos en donde predomine la lógica del amo y del esclavo.

Alambrar la literatura, parcelizarla bajo las producciones de quiénes pudieron haber nacido, caprichosamente (nadie elige donde nacer) bajo límites políticos, establecidos por convencionalismos que no se apliquen en el arte, es cuanto menos, violento, como absurdo e insensato.

De allí que en caso de que las autoridades de turno (sean legitimas o legitimadas, como no, sino en su simple condición de erigirse como autoridades como para señalar que es lo bueno y que es lo malo por ejemplo), sea por ánimos de arqueólogos culturales, o por la necesidad de catalogar todo lo que observan a su alrededor, precisen de determinar, bajo la lógica del límite (recordemos que el limos era lo que separaba a Roma del mundo bárbaro, una Roma que en su esplendor se extendió hasta Constantinopla, hoy Turquía, aún hoy punto límite de Occidente, como para que demos cuenta de cómo se impuso la facciosidad del límite) que la literatura correntina existe y goza de buena salud, porque alguien ve como escribe un poeta o como diserta un ensayista, tiene que tener un respaldo de la oficialidad, de la estructura, del andamiaje, de la teta del estado, de lo contrario, es una mera expresión, caprichosa, de deseo, que puede ser compartida con otros tantos contertulios, que hasta podrían juntarse entre sí, para definirse custodios de esa literaturidad, con la consabida autoridad, para determinar que sería lo bueno y lo malo, claro esta.

Yo no sé, es más, me arriesgaría a decir, que en verdad, dentro de la política cultural del estado correntino, debería trabajarse sobre la unidad de concepto “literatura correntina”, lo que sí sé, es que esto no existe, sospecho que por desinterés y desconocimiento de las autoridades y mucho más allá de la capacidad que seguramente tendrán literatos correntinos como senegaleses, a los que nunca tendría el tupe de definir bajo no sé qué conceptos sí escriben mal o bien. Precisamente esto es lo peligroso, la ausencia del estado, en este campo, permite, que algunos, se autoenvistan de autoridades, para definir, para determinar que discusiones dar, cuando, donde y por ende, quiénes han sido, son y serán, los “literatos” correntinos, de acuerdo a sus discrecionales como sospechados parámetros.

La existencia del estado, esto es contratismo, obedece a esta razón, a cuando uno de los miembros de una comunidad se cree, superior (que no significa distinto) al resto, necesita acorazarse de una razón, por más vana que sea, para justificar, tremendo abuso, para evitar el in crescendo, tanto de las reacciones, como el desbande generalizado, surge el estado, que se reserva claro está, el uso exclusivo de la fuerza.

Además de agradecer a Momarandú y su equipo de profesionales, por generar el ámbito de debate, quiero dejar en claro, que en mi actividad vinculada a la palabra (me han catalogado de tantas maneras, mucha de ellas bajo intenciones y términos despectivos por mis vocablos al papel, que ninguna me molesta, ni mucho menos  rehúyo) ningún muro, al mejor estilo del prometido por Donald Trump, me dejará fuera o dentro de los límites mentales que algunos tienen y proyectan hacia la comunidad, que les toco nacer, en la que viven o le gustaría habitar.

Ahora, sí el estado, alguna vez, pone en funciones a hombres y mujeres que entiendan de la conveniencia cultural de contar con una unidad de concepto “literatura correntina” tendrán, como en tantas oportunidades (la de haber redactado la declaración de monumento histórico nacional al teatro Vera, la creación, bajo ley, del premio literario Folguerá) me tuvieron, como colaborador, desinteresado, mientras tanto y por más que no quiera convencer a nadie, no deja de ser mi pensamiento y posición; la literatura correntina no existe, vayan con sus muros a otro lado.

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