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  • 20º

POLITICA

11 de junio de 2016

Las razones políticas del Papa Jesuita.

“Los Jesuitas son una organización Militar, no una orden religiosa. Su jefe es el general de un ejército, no el mero abad de un monasterio. Y el objetivo de esta organización es Poder - Poder en su más despótico ejercicio - Poder absoluto, universal, Poder para controlar al mundo bajo la voluntad de un sólo hombre (El Papa Negro, Superior General de los Jesuitas) El Jesuitismo es el más absoluto de los despotismo - y, a la vez, es la más grandioso y enorme de los abusos” (Napoleón Bonaparte“Recuperado de Infonom.com”)

No podemos apartar la mirada de los procesos de conquista, llevados a cabo siglos atrás, en nombre de la razón iluminada por la esperanza de la religiosidad e impulsada por la avidez de recursos, de extensión y expansión en ese mismo sentido “occidental” o de ese logos occidental, sin embargo, no queremos que la circunscripción de la temática, nos haga, salirnos de eje, de lo que planteamos, más allá de esta cuestión que bien podría ser entendida como meramente historicista.

Independientemente de los millones de litros de sangre derramadas, para que desde la pluma, podamos expresar esto mismo, como una nimiedad en el presente capítulo de lo humano, lo cierto es que deberán ser otros, más allá de los que ya han sido, quienes consignen estos actos despreciables con la vida y con la humanidad, entendida, precisa y paradojalmente, bajo categoriales, pura y exclusivamente occidentales, dada que nuestra intencionalidad discurre por dejar en claro que pese tamaños actos de sujeción, esa misma conquista entronizada en cuerpo y alma mediante la violencia, ha hecho, que dos continentes, conquistados, puedan ser sometidos filosóficamente, es decir desde la esencia  misma de la identidad de sus respectivos pueblos que forman unidades políticas en donde habitan y habitaron millones de personas a lo largo de siglos.

Sin pecar de historicistas, la mitad del ágora latinoamericanista, obedece, cual dogma libre de raciocinio, a la existencia-presencia, del dios, establecido, conceptualmente, y bajo rigor espartano, por la compañía de Jesús, más conocida como los jesuitas, que extendieron la existencia del todopoderoso, más allá de la divinidad, sedimentándolo a lo largo de los siglos de la historia del pensamiento, como fuente de toda razón, entronizándolo como motor inmóvil o punto de partida inexcusable para quién se preciara, no ya de católico o cristiano, si no de partícipe de la historia de occidente, un occidente, proverbialmente europeo, que explicara por el apropiamiento de ese logos o de esa razón, lo que necesariamente debería ser creído, por la necesidad ínsita de asirse a  algo que fuera, al menos un poco más que la orfandad, inexplicable y nauseosa (previamente temblorosa) que precisamente, resurge o renace como reacción, histórica-política-dialéctica, por intermedio de un proyecto filosófico-materialista, ateo, por sobre todas las cosas.

Claro que la espada y el crucifijo solo podían hacer una parte, la razón instrumental, debía seguir sirviéndose del pupitre, del sistema de control que disponía lo educativo para luego, generar trabajadores en serie, dándole un sentido técnico, de progreso, de interpretación del mundo, de finalidad burda y absurda, que  no es ni más ni menos que la occidentalidad, brutal y empequeñecedora de la cuestión humana, dinamitadora del alma, amputadora del espíritu y ocultadora del ser.

El circulo hermético por donde hacían transitar ese conocimiento, esa piedra filosofal, entendida como tesoro escondido o a esconderse o a develar (esto es muy medieval, y se puede observar claramente en textos, llevados al séptimo arte como película,  hablamos de “En el nombre de la rosa” de Umberto Eco), fue necesariamente el ámbito de esos claustros, que desde la definición misma establecía que el ingreso no era para solamente el que deseara, sino que se constituía en un riguroso círculo cerrado, en donde la circulación de ese conocimiento, o de ese logos occidental, estaba al alcance de muy pocos, que cumplieran las prerrogativas, disciplinares de obediencia debida y rigor metodológico. Esta trampa en donde cayeron los buscadores de la verdad, de asirse más en lo cómo debía ser buscado, lo que nunca estuvo oculto, salvo para estos que siempre lo observaron como una cosa, como un instrumento o como un medio y no como lo que es, siendo, estando allí, desocultándose en el ocultamiento de la tozudez de pretenderlo asequible. Daremos un ejemplo de como la tradición que surge de Aristóteles.

Los Guaraníes, fueron una cultura (quedan vestigios o reductos de las mismas muy apocados en todo sentido) que habitaron el Litoral Argentino y la actual República del Paraguay, el sentido del mal, antes de la llegada de los conquistadores, no estaba vinculado a un interpretación religiosa, tal como lo implementaron luego los Europeos de acuerdo a las anotaciones que se le conceden al Padre Andrés, de acuerdo al autor del siguiente texto citado:

 

“Los guaraníes forman una comunidad de iguales donde principia el altruismo y la distribución de los productos de subsistencia, de acuerdo a las necesidades de cada cual. Así es como se reparten lo producido en las cosechas y lo que obtienen de la caza, de la pesca y de los frutos recolectados”…Para ellos no existe la propiedad de la tierra, se la considera un bien común al cual todos tienen la obligación de cultivar y la equidad de repartir los bienes producidos; diferencia fundamental con el sistema de los conquistadores españoles que reclamaban el derecho de la propiedad privada para apropiarse de los espacios que les apetecen y, como no cultivan la tierra con sus propias manos, necesitan de vasallos para que lo hagan; nada mejor-entonces-que utilizar a los indígenas domesticados para estos menesteres” (García, 2014: 19)

Simplemente para cerrar la mención de lo Guaraní, lo canónico siempre dio por sentado o lo transmitió como verdad inexpugnable, que el proceso vivido por esta cultura, fue de alguna manera una salvación, una gracia en sus vidas, un hecho fortuito que obedecía en realidad a los indescifrables designios de un dios que lo así lo quiso.

 

“Entre 1537 y 1616 se registraron veinticinco rebeliones de los indios Guaraní contra la invasión de la dominación española. No querer trabajar para los españoles y al mismo tiempo reafirmar sus tradiciones religiosas amenazadas, fueron las dos principales causas. El levantamiento del cacique Oberá en la región de Guarambaré, por el año de 1579 es un caso paradigmático de lo que fueron muchos de los movimientos de liberación Guaraní” (Bartomeu Meliá, 1986: 30).

Según relata la tradición, incluyendo que son varias las versiones, y que algunas versan sobre la muerte de un grupo de aborígenes, difiriendo también, acerca de que sí la muerte de los mismos, fue producto de un rayo o de un disparo de arcabuz, de todas maneras como para echar más claridad, citare textualmente la información, que vale destacar la recibí personalmente, de un cura párroco, a mis 9 años, cuando me obligaron a realizar el catecismo en la Iglesia de la Cruz.    

“La tradición nos habla de un milagro ocurrido en fecha cercana a la fundación. La circunstancia del mismo sería la siguiente:

Los españoles construyen un fuerte en Arazaty que les sirve de base para la exploración del lugar y de su preparación para una futura ciudad. En cercanías al asentamiento los conquistadores colocan una cruz armada con dos trozos de urunday. Unos grupos de aborígenes atacan a los españoles quienes se ven forzados a quedarse en el fuerte y luchar para salvar sus vidas. Los aborígenes, que no pueden vencer a un puñado de hombres, e interpretando que la cruz sería el hechizo que los protege, procuran incendiarla. Pero, oh prodigio, aunque insisten una y otra vez, la cruz no entra en combustión. El milagro de la cruz consistiría entonces en la incombustión de la misma.

En los detalles del acontecimiento milagroso la tradición ya no es tan unánime, pudiéndose hablar de varias tradiciones. Porque a la incombustión una tradición agrega que un rayo habría acertado y matado a los incendiarios aborígenes por lo que el resto habría interpretado una intervención divina en favor de los españoles; y en definitiva a favor de la paz. Otra tradición, en vez de un rayo, habla de un "tiro de arcabuz", el que habría sido interpretado como un rayo, procedente igualmente de la divinidad.”

 

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