Jueves 31 de Octubre de 2024

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  • 20º

ANÁLISIS

5 de diciembre de 2015

Que significa ser “Premiado” en política.

En plena fiebre amarilla, que entusiasma al que repartió un volante o toco un timbre por el candidato de los ojos celestes, y que puede preocupar a gobernadores en ejercicio que aún no pudieron reunirse con el Presidente electo, a quién apoyaron en campaña, los invitamos a navegar en las borrascosas aguas de las sinuosidades de la política fáctica, precisamente como factótum, es decir como símbolo cosificado de lo democrático (no lo es acaso el tan discutido traspaso de mando) para ponerlo en palabras claras; desandando aquellos aspectos que no se dicen, pero que están más presentes que el mismísimo espíritu santo. En esta oportunidad, el premio o el coronar, significará para un centenar de correntinos el desplazar a otros tantos que, sin ningún tipo de concurso público, administraron, bah esto es un eufemismo, posaron sus ancas en los almohadones del poder, básicamente por una condición “militante” a criterio de lo que estableció como tal accionar el Kirchnerato. La expectativa, es observar, como esta suerte de manejo del management empresarial del ingeniero, logra bajarse en terreno en donde lo más cercano a una cultura empresarial es el manejo de la panadería de barrio.

Aprovechando la licencia de un fin de semana largo, en donde además del agosto que se puedan realizar, los que atienden a nuestros visitantes de la hermana república del Paraguay (con la cual se debería trabajar mucho más desde el gobierno provincial, desde el punto de vista histórico, cultural y hasta etnológico y no solamente desde la perspectiva del intercambio de negocios de amigos de poderosos de uno y otro lado de la frontera) precisaremos definir, el concepto de Premio, antes de agregarle el significante de premio político.

Acudiremos al notable Oscar Portela. Un poeta mayor que tuvo la desgracia de nacer en Corrientes, provincia que lo mejor que podría hacer para reconocerlo, es negar que alguna vez haya salido de sus entrañas, para que los textos de Oscar, vuelen más presurosamente a la masividad e internacionalidad que le corresponden.

El arte y los Premios, y los Simulacros

  por Oscar Portela

 

 

 

El frenesí, casi el delirio de obtener premios como sea, porque «ser es

circular» y sin circulación no hay fama. La fama a toda costa. ¿Adónde lleva

la fama? ¿Al poder, al dinero? En el caso de los poetas de lo trivial se

pasa a lo infame —y de lo sagrado de una misión, al terror de la vacuidad de

los fines. Los medios se prestan a eso. Están «a la mano». Rudolf Eucken y

Winston Churchill fueron premios Nobel: Joyce y Proust, no. En todos los

ámbitos la posesión demoníaca está dominada por el vértigo de la velocidad.

 

Realizar una obra lleva tiempo, más que el tiempo de «una vida», pero “Los

Premios” acortan el camino. La hoja en blanco de Mallarme ya no causa

«angustias»: las computadoras se llenan de palabras —las aún vigentes— y los

«escritores» surgen por generación espontánea e inauguran nuevos tiempos:

los tiempos de «la producción a gran escala del producto literario».

 

Un ejemplo plausible: los premios literarios instaurados por los multimedios

en Argentina: ejemplo el Premio “Clarín”,  que permite saltar de la noche

oscura del alma  a las markesinas de los suplementos literarios, la TV. y

con más suerte a una adaptación cinematográfica , tratándose de una novela:

a la humanidad le gusta verse reflejada en el arte se afirma: habría que

preguntarse entonces porque la condena de los grandes creadores de todos los

tiempos a la locura, las enfermedades incurables o el suicidio,  desde

Rembrandt a Van Gogh o Modigliani, ( pintura), hasta los casos extremos de

Holderling, Kleist, hasta Artaud, Fijman, Celan  o a los desamparos de

Beethoven anciano suplicando prestamos bancarios para terminar “La Décima” 

- la gran ilusión - hasta Schubert, Schuman y Dvorack y tantísimos otros. ¿

De que arte se habla aquí?

 

Aclaremos: desde Dostoievky a Kafka, desde Conrad a Celine nadie quiere

verse reflejado en estos espejos. ¿ A que narcisos nos referimos entonces?.

 

Y cuando las Editoriales tienen lectores que son gerentes de las

multinacionales de la industria del libro,  no debemos hablar: ¿que es

Alfaguara sino un dispositivo de marketing para buscar más lectores en

Latinoamérica? Hoy nadie recuerda a escritores argentinos como María

Granata, Marco Denevi, Eduardo Gudiño Kieffer  preferidos de los suplementos

Culturales y la Editoriales Argentinas, cuando éstas lo eran. A partir del

“boom” de Isabel Allende la Argentina a entrado a una zona oscura. Y  si

Andáhazi existe es porque se le otorgó un premio “Fundación”. Duele decir la

verdad pero lo otro es solo "camelo". Y el arte en verdad no admite

simulacros.

 

Y SIN EMBARGO

 

Sin embargo los escritores de hoy —con fama y prestigio de elite— jamás

estuvieron tan lejos del poder y la tierra a pesar de la defensa de los

«humanismos», de los «manifiestos» y de las «internacionales» mundanas de

escritura testimonial.

 

¿Adónde se intenta o se quiere llegar? El pasado está ocluido y también sus

poderes, sobre quien intenta renovar el tiempo presente. El olvido a que

está sometida la fama es terrible en la sociedad mediatizada donde todo

objeto de «culto» es sólo un fetiche.

 

Y sin embargo proliferan los «concursos» y los Premios nadan en una pecera

color Hollywood. Desde Dante, la poesía y el pensamiento son por esencia

«civiles» y por ello los que escribieron lo hicieron para «hacer vida» —para

luchar por y contra sí— en el sentido de desenterrar los tesoros de la

memoria ocultos en los misterios del lenguaje.

 

Hoy se trata de las «marquesinas», del show business, de un tiempo

paralizado que creé moverse como un rayo. Ya llegamos, ya llegamos. ¿Adónde?

A derrotar a los moros con un jinete muerto en el caballo.

Así nos hablaba Oscar, ese Loretano magnífico, que pese a todo, nunca dejo de cumplir estoicamente la condena de ser poeta en tierra yerma.

 Podríamos decir que la suerte esta echada, para todos y cada uno de los que podamos pensar en modo diferente. Que obcecadamente deberíamos resignarnos a que toda sea igual para que nada se piense, si quiera diferentes.

Sí bien la frase es adjudicada a Julio César, más que frase en verdad es un concepto, y en este artículo es usado en relación a la obra de teatro de Jean Paul Sartre, en donde el filósofo nos propone el desafío de pensar la condena que tenemos como sujetos hacia la libertad. De allí que nos preguntamos si todo ya estará resuelto en algún lugar desde donde se escriben los relatos que nosotros creemos redactar. Cómo si esas votaciones a las que nos sometieron, por las que mataron y desaparecieron, sólo hayan servido, para darle a uno o un par de tipos, una lapicera gigante, para que de inicio a final escriba por años capítulos enteros de nuestra vida, con protagonistas y antagonistas y millones de anónimos o en el mejor de los casos, seres supernumerarios.

Probablemente pocos se lo planteen como tal, pero seguramente la mayoría lo siente, o mejor dicho se siente, surcado por esa ansiedad, que no la puedan controlar ni con barbitúricos, ni con ejercicios, esa pretensión contradictoria que ante determinadas situaciones se nos presenta a los seres humanos, de querer tenerlo todo bajo control, obstinadamente, cuando sabemos que tal cosa es un imposible.

Nos pasa a todos con la muerte, a la que se la festeja o al menos el día de quiénes moran en ella (¿Sí los muertos tienen un día, es porque los vivos no tenemos ninguno y no necesariamente porque entendamos que la muerte es tan natural como el vivir, sino porque sacralizar tal situación peculiar, no obedece a una cultura de, sino más bien a una incomprensión de lo que somos, es como sí festejásemos el día del cago, del meo, o de la menstruación, aduciendo que en el calendario tenemos que dedicar un día para reflexionar acerca de nuestros actos fisiológicos?) millones de años de humanidad, y aún no la hemos comprendido, tercamente, nos negamos a asimilar que la misma, es una parte tan natural de la vida, como la sentencia de Heidegger que nos recordaba que “Somos un ser para la muerte”, pero de allí es que uno a veces se ve a tentado en no creer la teoría de la evolución, pues como podría ser que el cerebro humano, o que la cultura de la humanidad, con millones de años en sus espaldas, no pueda asimilar con mayor naturalidad la finitud de la vida. Quizá desde la teoría algunos nos pretendamos un poco más allá de no pensar la muerte y simulemos dimensionarla filosóficamente, pero todo se nos va al diablo cuando nos toca de cerca, la enfermedad, accidente o padecimiento de un familiar o de uno mismo. Nos surge la mentira de decirnos que no queremos sufrir pero que entendemos que morirnos nos va a suceder igual, pero es una gran mentira, ni el suicida quiere morir, esto es así y aún no sabemos porque.

Algo de esto, le suceda en una dimensión al político que se le termina su mandato, y por más que no lo diga, lo quiere renovar a como dé lugar, quiere quedarse en esa silla, sillón, en ese conchabo, por más que lo diga una y mil veces ante el espejo, sabe que en un hipotético pacto satánico, vendería su alma y la de los suyos por tal cosa. Por ende cuando arriba a los últimos meses que le quedan para disfrutar de sus sueldos, conchabos y prerrogativas, se le convierten en una especie de enfermedad grave declarada, que le va comiendo semana a semana la posibilidad de sobre vida o de continuar en esa vida de “ensueño” de aquí que un año antes de las elecciones se vivencien como una semana antes.

Y es aquí en donde la cuestión electoral, por intermedio de las debilidades de sus actores, empieza a percudir la calidad democrática, la ulterioridad de la política, que tendría que ser el mejorarle la vida a la mayor cantidad de personas posibles (¿de verdad tendría que ser esto?) tratando de con ello joderle la vida a la menor cantidad.

Como no nos cansamos de consignar, los proyectos, propuestas y programas de cómo lograrlo, pasan a un tercer plano, la ética y la responsabilidad también, más luego muere la coherencia y finalmente la dignidad. Y como la política es un colectivo, todos lo que estamos adentro (Platón en la República daba el ejemplo del Barco) tengamos mucho o menos que ver, terminamos estrolados por la locura, la alienación de conductores suicidas (Existe una canción de Sabina con este título muy recomendable).

Sin proyectos, sin propuestas, con ganas de quedarse y de seguir hasta la finitud y de ingresar el de afuera, comienza el círculo vicioso, de supuesta demostración de fuerzas, que no es ni más ni menos, que manejar ciertos recursos del estado para ponerlos al servicio de un acto, del acarreo de gente, para contarla, como si fuera ganado, sacarle un par de fotos y publicarla en medios. Porque hasta la crítica ha sido comprada, desde el sistema educativo, que cataloga a los intelectuales u hombres del pensar, como soldaditos o tutelados, de pensamientos allende el océano, los engatusan con relatos de derechas e izquierdas, que por aquí nunca han sucedido, los estimulan a que sean considerados y comprometidos intelectuales, como Franceses o Alemanes, notables para la edificación de la historia que han pergeñado, para que nunca pensemos desde nosotros mismos.

Es como si los que tenemos la condición de padres, fuéramos mejores padres por cómo le organizamos los cumpleaños a nuestros hijos, paradójicamente nunca apareció esta escala en el mundo filial, pero abunda en el mundo de la política y los casos son asombrosamente iguales. No seremos mejores padres, si le llenamos de amiguitos el cumple del nene, si le contratamos los mejores animadores, los mejores peloteros, el catering más cate, la barra de bebidas para niños, la foto, la filmación digital y el carnaval carioca. Llamativamente algunos de nuestros político, aún piensan que pesan, que tienen predicamento, poder o son alabados por las masas, si llevan a un almuerzo pago, a tipos que le consiguen becas, salarios, conchabitos y además le dan a otros dinero en efectivo para que asistan a tal comida. Todo es fruto de la desesperación que señalábamos, pero no indica que nos tengamos que resignar ante ella.

No se pueden consignar acuerdos con quién sea, sobre todo si vienen de Buenos Aires (que vienen todos a hacer lo mismo, sacarse aquellas fotos, reuniones con excusas varias, pero nada que tenga que ver con una coherencia de programas, de ideas o proyectos acendrados en conductas que testimonien coherencia entre el pensar y el hacer), porque supuestamente desde la metrópoli, tendremos una vinculación directa y preexistente en caso de que estén en el poder, entonces toda la cuestión del federalismo que nuestros dirigente dicen pelear, en realidad pasan a ser, que amigos de quién llega a la Rosada. Es decir, podemos ser de cualquier partido, incluso de distrito nacional, pero no tendría que existir recurso más importante, programa que adhiramos, o foto que nos defina mejor, que la proyectar desde nosotros mismos, desde nuestro lugar, con nuestra gente y no creyendo, o proyectando, que fulanito de Buenos Aires, por haberse tomado un avión, le puede levantar la mano a alguien y decir que es lo mejor para Corrientes.

JFK (El último presidente asesinado de EE.UU) en una de sus consignas más recordadas exclamaba “Pregúntense que pueden hacer ustedes por su país y no que puede hacer el país por ustedes”.

 

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