¿De qué sirve estar cerca o al lado de la gente?
Desde todos los partidos, diversos candidatos y referentes vienen señalando su preocupación y ¿ocupación? Ante el clima gélido del proselitismo que no logra entusiasmar a la pueblada, que siente la obligatoriedad, sin que se le muestre su condición de derecho cívico o político de elegir a sus representantes. Sí bien es un tema conceptual y profundo, que lo venimos analizando desde hace tiempo, lo cierto es que desde la política, se precisa combatir, en forma inmediata contra esta afección, contra este virus que ataca la democracia (tal como la entienden) y para ello, algunos recurren a la vieja táctica de candidatear a lo imposible a alguien que sale por televisión, otros a apurar incentivos puntuales (las efectividades conducentes, para no decirle dádivas) y los menos a pensar la cuestión desde otra perspectiva, tal vez el virus invasor, sea la expresión de libertad, la única, del cuerpo enfermo que ni siquiera en forma autómata puede crear defensas o anticuerpos. La solución no pasa por derogar las PASO, tal como se sostiene que hará la mayoría oficialista, dando como prueba, precisamente, un desinterés social, para ordenar la vida interna de los partidos que son los pilares de la democracia. El problema no se suscita en las formas, en lo metodológico, en el envase, en lo nominal, que vendría a ser la cuestión de los partidos y la norma electoral; lo central, basal y neurálgico es la política comprendida desde la lógica de la representación. De hecho sí usted, se tomó el trabajo de acopiar todo aquello que expresaros los diversos candidatos (muchos de los cuáles si quiera tienen posición propia, sino que son reflejos de maquinarias de coaching) se desesperan, temerosa y temerariamente, por estar en contacto con la gente, con el ciudadano, con el pueblo o como lo quieran llamar. Es tan craso el error conceptual que poseen, que sí se postulan como representantes no tienen que exagerar esa representación que van a ejercer. Es decir, es ridículo que planteen que quieran tomar contacto con todos y cada uno de los ciudadanos, o que traten de visitar a la mayoría de las personas reunidas, para expresarle que quieren ser sus representantes. El hecho político de la representación, o el concepto clave de nuestras democracias actuales, tiene que hacerse desde la distancia del pensamiento, de la prudencia que impone la lejanía, de la templanza que acendrar el no estar al lado del que sufre y padece, dado que de tal manera, el sentido a aplicarse para resolver ello no sería ni el adecuado, ni el correcto ni el conveniente. Lamentablemente nuestros políticos creen, consideran que lo importante es estar cerca, día a día, momento a momento en una suerte de orgía de la proximidad. Dios, es tal, y la mayoría cree en un dios, porque se maneja en esa lógica de la abstracción, de la distancia, de lo paradojal de la distancia-cercandad.
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