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8 de julio de 2022
"El tejido humano es político, pero también es filosófico"
Responde al ciclo "Tres preguntas a filosofers" Joel Isaac Román Negroni. Puertorriqueño. Docente-investigador tiempo completo en la Fundación Universitaria Católica del Norte, Santa Rosas de Osos. Programa de Filosofía. Candidato a doctor en la Universidad Pontificia Universidad Bolivariana, Medellín-Colombia.
¿Es posible pensar desde la singularidad del uno, sea la conciencia, el yo, el cuerpo, los agenciamientos de la partícula elemental o lo que fuere, dada la interacción obligada a la que estamos impelidos, condicionado, sujetos y hasta condenados en lo múltiple o las multiplicidades?
La filosofía es la reflexión especulativa de la totalidad, es el principio que ha regido el quehacer filosófico. No obstante, que el filósofo intente universalizar los aspectos de la vida y la existencia no implica que exista necesariamente una imposibilidad de pensar desde la singularidad, es lo colectivo siempre el quehacer y el punto de partida por el cual se dan las respuestas a las inquietudes de cada sujeto singular. De hecho, es importante resaltar que no existen problemas filosóficos o literarios, o viceversa, sino, y, sobre todo, existen problemas que conciernen al ser humano y solo del ser humano; es decir, problemas humanos. De este modo, pensar los problemas de la existencia singular y todo lo relativo al ser humano ya implica al ser humano en su singularidad. De ahí las teorías filosóficas actuales que han dado importantísimas respuestas a lo que concierne al ser humano, es un ser corporal que hace su aparición desde el cuerpo, que se reclaman derechos y deberes a partir del cuerpo. Es imposible que la voz pueda pensarse sin un cuerpo que lo soporte. Cuando los cuerpos hacen su aparición en la vida política y social ya reclaman unos espacios que les han sido arrebatados. De este modo, pensar desde la singularidad del cuerpo, estaría llamada a responder a la colectividad y a las multiplicidades-singulares intrínsecamente. La interacción no es únicamente por las capacidades en que cada cual se desarrolla en torno al contexto social en que se halla, sino en que las singularidades aparecen en las multiplicidades que nos interconectan y se afianzan como problemas comunes. Me parece que la filosofía, al buscar responder sobre la totalidad de las cosas, toma en cuenta aquellos problemas universales pero dando cuenta de la singularidad que nos caracteriza. Así, al hablar del cuerpo, como una idea más general o universal, se constituye explícita o implícitamente la peculiaridad de lo singular y de lo que cada cuerpo exige por igual de sus condiciones; aparecen las formas de vidas compartidas que interactúan y cohabitan en los seres humanos. Las apariciones de los cuerpos evidencian problemas comunes y problemas singulares, y se colectivizan en una sola voz del cuerpo y sin la voz del cuerpo.
¿Cómo cree que es, que debiera ser y que le gustaría que fuera el vínculo entre filosofía y política?
El vínculo que existe entre la filosofía y la política o, en otro caso, política y filosofía, es innegable. De hecho, si se piensa en las máximas socráticas de “cuidado de sí” y “conócete a ti mismo” allí se articulan los ejercicios terapéuticos filosóficos en los cuales para cuidar de sí mismo hay que conocer aquello que se ha de cuidar. De manera que ser buenos ciudadanos apunta por la transformación no solo uno mismo sino también de la ciudad. La filosofía se adscribe a un conjunto de problemas y forja significados en las aproximaciones de los problemas sociales. Aristóteles fue también uno de los grandes ejemplos, quien en la Constitución de los atenienses hizo una revisión exhaustiva de las mejores constituciones de la época, buscando cuáles hacían mejores a los ciudadanos. Al final de la Ética a Nicómaco se propuso en sostener que para poder ver el comportamiento de los ciudadanos habría que revisar las constituciones que les sostienen y soportan; luego, apareció la Constitución de los atenienses. El tejido humano es político, pero también es filosófico, útiles para pensar aquello que le convoca y le caracteriza en su sociedad. La política sin filosofía es prescindir de aquellos problemas que alimentan el deseo de saber cómo debemos vivir y cómo debemos habitar el mundo.
Dada la indignidad de la pobreza y marginalidad, que asolan a tantas personas a lo largo y ancho del mundo, ¿No cree que el anclaje simbólico de seguir considerándolos con las mismas responsabilidades y exigencias (políticas) de quiénes nada les falta o todo les sobra, se constituye en un ariete profundamente antidemocrático y con ello en el deshilachamiento de reconstituir el lazo social?
Cuando escribí el artículo “La amistad en Aristóteles y Epicuro: pensar los espacios de convivencia social” (2019), intenté destacar algunos de los aspectos fundamentales con respecto a la noción de philía, como marco conceptual para repensar los espacios de convivencia, la cual está llamada a la interacción y a la reconstrucción de una comunidad en aras de desarrollar ciudadanías responsables. En virtud de lo comentado, cabe destacar que el ser humano no se reduce a la simple cuestión política concejal o parlamentaria, esto es, a un ser humano que arraiga en las presunciones clásicas de la participación ciudadana en la asamblea. Antes bien, la ciudadanía no solo implica actividad política, o que la polis solamente es política y, por tanto, deliberación pública, sino que hay una ciudadanía social y, por consiguiente, una polis social, una polis económica. Como en todos los ámbitos de la interacción humana, dentro de una sociedad moderna democrática existen estos rangos de actuación.
Algunos creen pertinente relacionar la participación política junto con la actividad democrática pública o con el derecho al voto, como una cuestión inalienable al agente político. Las implicaciones políticas están más allá de estas sugestivas cuestiones políticas. Esto significa que la participación ciudadana es el pleno desarrollo de las capacidades humanas en el marco del florecimiento de cada humano, y el Estado debe garantizar a los individuos todas las posibilidades de realización y desarrollo humano. Ese, por tanto, es el fundamento de una participación, que descubre el pleno desarrollo humano como fin en sí mismo. Los límites de la participación política no se reducen, entonces, al derecho de lo opinable y al aglutinamiento de los grupos sociales para afianzar, cada cuatro años, alguna figura política que los represente, sino y, sobre todo, en el desarrollo y florecimiento de sus propias capacidades, con el objetivo de que se pueda reconstruir las sociedades y erradicar cualquier poder adquisitivo de cualquiera de los individuos por sobre otros. En este sentido, el quid de la cuestión gira en torno a que el Estado debe garantizar las mínimas condiciones para el desarrollo, como, por ejemplo, el acceso a la educación, la salud, seguridad, y todas aquellas esferas que le vinculen en su realización y no radiquen en la obstrucción de florecer. Esta idea de florecimiento y desarrollo humano ha tomado mayor relevancia en las discusiones y debates actuales, según el cual el concepto normativo de florecimiento humano puede fundamentar una ética de las relaciones humanas, puesto que centra su atención en las posibilidades que tienen los seres humanos de tener una vida lograda; es decir, la oportunidad de desplegar sus potencialidades de manera holista y en constante crecimiento plural. Es por ello también, la necesidad de cambiar el léxico que sostiene al ser humano como un recurso, a saber, “recursos humanos”. La transformación radical que consiste en entender los rangos de actuación como personas morales, es decir, con una capacidad que redunda en las responsabilidades éticas con su comunidad. El cambio de léxico que ha venido configurándose en las sociedades actuales opta por describir las actuaciones como gestión del talento humano, cuya lógica no obedece una cuestión meramente teórica, sino que se comprende desde la ética. De este modo, la participación política o ciudadana se resalta así misma como acceso directo y se describe fuera de cualquier reduccionismo “estatista y empieza a dar relevancia a cada individuo como agente moral y político en cada ámbito cotidiano en los que se realiza, dando igual prioridad a la capacidad de cada persona de florecer en sus propios cauces como la necesidad de engrandecer cualitativamente la vida social en torno al bien común” (2018, p. 81). Finalmente, la participación ciudadana está más allá de lo consuetudinariamente aceptado, radica, por lo tanto, en el conjunto de funcionamientos factibles para cada ser humano.
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