Miércoles 11 de Diciembre de 2024

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EDUCACION

28 de junio de 2022

A propósito de la "Skholè".

Skholè (σχολή) es una palabra griega que significa "ocio, tiempo libre", y es también la raíz de la palabra latina "schola", que a su vez ha dado origen a “escuela”. La transformación de las escuelas, otrora recintos para propiciar el ocio creativo, el pensamiento, la reflexión, en dispositivos que seriadamente forman sujetos-cosificados u objetos para un mercado o para el negocio, de contar con instrumentos deshumanizados o precarizados, o amputados de tal humana condición. Establecimientos donde se disciplina en la lógica del mando-obediencia, lucha en la que abiertamente pedagogos de la talla de Paulo Freire se dedicarían a los efectos de lograr que “se enseñe a pensar y no a obedecer”.

José Enrique Rodó en su lectura ensayística en relación a la obra, que tituló “Ariel”, dirigida a la juventud de América, expresa entre tantos aspectos basales de un pensamiento en continuidad: “Bourget se inclina a creer que el triunfo universal de las instituciones democráticas hará perder a la civilización en profundidad lo que la hace ganar en extensión. Ve su forzoso término en el imperio de un individualismo mediocre. «Quien dice democracia -agrega el sagaz autor de Andrés Cornelis- dice desenvolvimiento progresivo de las tendencias individuales y disminución de la cultura»”.
Calibán no puede ni debe razonar, tiene que emanciparse, producto de sus segundos apropiadores que son sus tutelares teóricos. Dado que renace como una suerte de hombre-masa, subjetividad oprimida, se reconvierte en el drama filosófico, que a propósito de la obra, re-escribe Ernest Renan, y lo hace llegar al poder, a Calibán, por empuje de esa masividad que representa casi naturalmente. Es decir el esclavo es el pueblo y en tal consumación, el milagro democrático de arribar al poder, por imperio de su condición mayoritaria. Es precisamente lo que critica Rodó, con su texto Ariel, que es el nombre de la contraparte de Calibán. En términos psicoanalíticos, así como este fue caracterizado como el “ello” freudiano, Ariel es el “superyó”. 
Pero la clave pasa, siquiera por Próspero (en una suerte de ideación profética de lo que propondría el aceleracionismo del capital, bajo la teleología de la prosperidad) sino por la bruja Sycorax. 

El pueblo vuelve a ser alumbrado y deslumbrado. Bajo el encantamiento en clave de órdenes que escapan a la lógica y la racionalidad, el talismán de creer que se elige, ejerciendo un poder que no se tiene. 

Cada uno de los miembros de la horda, siente y cree ante tal invitación de que será considerado por ese poder que lo disgrega y que lo unifica en el personaje simbólico de Calibán, parido por la bruja que en su condición de encantadora, se hace invisible para quién le quiera preguntar. 

Sobre todo la cuestión fundamental, el aspecto nodal de saber ¿hasta cuándo habrá que seguir votando para que tengamos una vida mejor?.

Ya aprendimos, que no se trata de un nombre o individualidad. Calibán, como hijo de, nombrado y significado como servil y oprimido, tampoco reviste importancia o razón, de la que carece, acerca de dilemas teóricos o ideológicos. 
La bruja es quien impone en su alumbrar las reglas de juego, es la dueña de la tempestad, incluso aun más que su autor que ya no está.    

Sycorax ganó una vez más y lo seguirá haciendo hasta que la volvamos a pensar en su condición, en su poder y en su interacción con lo real, que es ni más ni menos que su reproducción de la cual somos tanto parte, como herederos, infantes instintivos que aún no hemos cortado el cordón. 

La oscuridad no está en la semántica o en la paleta del color. Deslumbra, confusamente en un sito del que denominados cuarto o salón oscuro o cerrado. De allí debemos salir y salirnos al patio en donde bulle la vida democrática y la noción de educación que prioriza el pensamiento y el ocio creativo.

Gabriela Mistral (primera mujer iberoamericana en ser reconocida con el premio Nobel de literatura) desando una poética de la educación, reivindicando el espacio del patio o las escuelas a cielo abierto (que abriría en México al ser invitada para iniciar una reforma educativa) privilegiando el entorno de lo común, el horizonte democrático y que recordamos con su definición inmortal: "Enseñar siempre, en el patio y en la calle como en el salón de clase. Enseñar con la actitud; el gesto y la palabra”. Castoriadis pondría esta decisión conceptual bajo la necesidad de crear un tiempo público, más allá del espacio institucional y regido por horas calendarios, en el sentido lato del término dimensión de lo colectivo o lo común. Recordaba que Herodoto leía sus historias en el marco de los juegos olímpicos. Una pedagogía de lo democrático para dotar la instintividad gregaria bajo una prevalencia ante prioridades comunes, que se definan bajo decisiones consensuales o mayoritarias. Simón Rodríguez, tutor de Bolívar y de Andrés Bello, el llamado “Sócrates venezolano”, alecciona acerca de la distorsión conceptual que había sufrido el aula institucionalizada. Recordaba que desde antes de los peripatéticos (los que daban vueltas) el ocio creativo  constituía el elemento central para la educación, la formación y la areté o conjunto de virtudes en la que debía nutrirse alguien para ser considerado ciudadano. Negar el ocio, o el negocio era precisamente para aquellos que debían sobrevivir en el intercambio de bienes e insumos básicos. No tardaríamos siglos, advertía Rodríguez, en la subversión de los órdenes fundamentales.
  El patio reúne la disposición espacial como la dimensión del tiempo para lo público, tanto en una escuela, en una facultad, en una conjunto de viviendas o en un hogar mismo, el patio es el recinto en donde lo social puede recobrar sentido. Las plazas son los patios de los barrios, manzanas verdes que re-articulan la noción de un conglomerado urbano o ciudad. En la plaza, como en los patios, no hay jerarquías Pre-establecidas, las posiciones se dirimen en forma dinámica y sin la imposición de sectores de privilegio o de acomodo. Sí bien no existe “la universidad de la calle”, tampoco en las universidades, las que siguen la lógica del negocio, es en el único lugar en donde se debe, se puede y tengamos que aprender. 
No volveremos a pensar o actuar bajo el concepto de lo común, por estar conminados a compartir un espacio cerrado, el sentido de lo aúlico, nos dará mayores posibilidades de contagiarnos del algún virus resistente, antes que abrirnos a la posibilidad del entendimiento o la comprensión que se logra con los otros, aún tensando bajo discusiones o debates. 
Es en el patio, en el afuera que reconocerá el adentro donde se debate la partida desde hace tiempo y la razón de nuestra derrota. 

Así como el conocimiento no puede ni debe seguir siendo presurizado, resguardado bajo siete llaves y falsamente entregado por alguna autoridad del saber a cambio de obediencia o prioridad disciplinar, tampoco el elemento simbólico de lo democrático, que es el voto, el sufragio debe seguir siendo emitido como antaño en recintos oscuros, cerrados o herméticos.
No es casual que hasta el hartazgo en la mayoría de las aldeas occidentales se pretendan reformas electorales, en relación a las formas y métodos y ninguna se plantee la cuestión de fondo o conceptual. 

A diferencia de tiempo atrás cuando la democracia era poco más que un deseo clandestino o una actividad a resguardo, y de allí la normativa de que se vote en forma o modo “secreto” en cuartos oscuros o recintos cerrados, debemos tener el desafío de votar a cielo abierto, en los patios, tanto en forma física como a distancia, elegir u optar nuestros representantes y gobernantes no debe continuar siendo secreto, al contrario debemos hacernos cargo públicamente de nuestras decisiones políticas. La democracia misma debe garantizar que no tengamos ningún problema con respecto a esto mismo. En caso de que no lo pueda conseguir será que no es tal y por tanto, no debe existir excusa alguna, ni procedimiento que nos impida, el educarnos democráticamente en y desde los patios. 

Debemos salir de la oscuridad de los cuartos, a la luz de los patios, y no debe ser necesariamente esta una elección que dependa de quiénes se candidatean o postulan a algo. 

Por Francisco Tomás González Cabañas. 
Escuela Correntina de Pensamiento. 

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