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  • 20º

ANÁLISIS

14 de junio de 2020

Los límites que a vos te imponen los amos que vos votaste.

Sí entendiéramos, el fenómeno de lo humano, como lo biopolítico (un concepto muy de moda en la siempre condicionante Europa), la enfermedad de los cuerpos debiera ser el terreno excluyente, en donde jamás lo personal se convirtiera en político, por más que el cuerpo contagie. La pandemia, declarada por el organismo mundial que de acuerdo a los días que versa sus explicaciones, cambia de posiciones de su cientificidad, rompiendo de alguna manera el principio de no contradicción, afecta en verdad a la política (al nivel de ocupación de camas, a la saturación de un servicio esencial como el sanitario, que siempre será malo y escaso, y calamitoso en estados afectados por la corrupción de algunos y la indiferencia e ignorancia de muchos) más que a las mayorías a las que se dicen cuidar en grado sumo.

La única respuesta que validan (en el maridaje desnudo entre poder y saber) que te impongan las restricciones y las distancias, la cumplen con rigor y goce. Ocurre que ellos diciéndote qué hacer (en verdad no te dicen nada, sólo reafirman su autoridad que la creen consagrada por un iusnaturalismo absurdo, tal como cuando padres le decimos a los niños que no y ellos al preguntarnos la razón, le decimos que no y punto) supuestamente hacen, por lo están obligados a, pero en su lógica perversa, te la cambian de forma tal, que además le quedas debiendo un favor, o se lo tenes que agradecer. Te cuidan, como nunca te han cuidado, porque en verdad la pandemia, además de resfriados (en algunos casos, mortales) causa milagros.  

Debería corresponderle cárcel moral (vendría a ser un nuevo concepto de penalidad social más efectivo que el actual y anárquico escrache, ejercicio fascistas a todas luces), al funcionario que pretendiera hablar de gestión, travistiendo bajo ese eufemismo, su obligación, su responsabilidad, la justificación de su sueldo, el deber ser con su comunidad y su razón de ser como hombre en el sentido más amplio.

Es como si el médico nos dijera que le tenemos que agradecer, tras haberle pagado y tras habernos diagnosticado, una cosa es que le demos las gracias otra que nos la pida, que nos haga sentir que además de todo, le seguimos debiendo, en este caso las gracias. Es como si vinieran todos los maestros y profesores (desde el jardín) de algún hijo recién recibido, supongamos de abogado, y nos pidieran que le hiciéramos un asado a cada uno de ellos, por haber sido condición necesaria del título de grado de nuestro vástago. O para terminar con el arbitrio de ejemplos, sí cada uno de nuestros patrones, se instalará un domingo en el sillón de nuestro hogar, para cambiar los canales del televisor, dado que nos da trabajo los días hábiles. 

Esta canallada que se impuso por una lógica cultural que se propuso poner de rodillas a la política, tiene a sus defensores a ultranza que son esos petimetres que no tienen inconvenientes en cambiarse de calza para dar a entender una supuesta identidad política que la cambian al primer viento.

Política es la resignificación de las cosas, es decir, es primero, el dialogo, el encuentro de lo más social del hombre que es la palabra (en su versión expresiva puede ser algo escrito o una manifestación), para luego ir en búsqueda de un sentido de las cosas, para en una tercera etapa, recién ponerse en marcha para que todo lo anterior se traduzca en una realización, en una obra, en una luminaria, en un puente o en una ley que defienda un derecho.

La política, es mucho más, todas las significaciones que la misma ciencia que la estudia en el campo teórico desprenda, como el accionar que un militante convencido imprima, lo que no puede, ni debe, es ser esto que nos quieren vender como gestión, como solución rápida, como respuesta empresarial, edulcorada, descorazonada, carente de sentido, político y por ende humano. 

Si lo que entienden la política desde otro lugar, no se paran, en esta parada, sólo se permitirá hacer política a los funcionarios, a los que están en el poder, más allá de partidos y de ideológicas y vamos camino a ello, indudable y peligrosamente.

La política no está en el funcionariado, en la gestión, en la oficina del intendente, en el aparataje, en el expediente que reposa en la oficina del gobernador, del despacho del ministro nacional o de la Presidente, la política está en las ideas, que pueden venir de la cabeza, del corazón o del militar (pero una militancia, sin respuestas concretas, porque eso es asistencialismo u otra cosa) hablamos de ir, a un barrio residencial o de emergencia (en tiempos de restricciones de movimiento, se revaloriza el ir, reconviertiendo la banalización en la que se había caído de recorridas permanentes para no hacer nada más que la foto para la gacetilla), a no llevar nada, ningún plan, ni programa, ni nada, tan sólo la presencia con la palabra, el encontrarnos en ese diálogo para saber qué es lo que queremos entre todos, en presentarles ideas, proyectos, pero nada prefigurado, premoldeado, por esas prefiguraciones de escritorio que destrozan lo más sagrado de la política. 

Eugenio Trías (filósofo español contemporáneo) en su obra límites, explicita que “El límite” era el surco físico donde terminaba el imperio Romano, en ese “limo” en ese barro, el mundo ya no era tal, esa delimitación era taxativa, concreta, real y de allí se hizo palabra significante.  

Todas las administraciones, tienen como eje lo político y no está mal que así sea, lo que debería ser más sensato es que lo reconozcan o que al menos no lo nieguen o no lo enmascaren.

El límite también aparece en esta cuestión, es decir, ni siquiera en la parcialización, porque si uno quiere hacerle un favor a su líder político, se lo hará si hace las cosas medianamente bien, es decir si dentro de la verdad relativa de cada uno, se le adosan o se buscan datos que confirmen tal cosa, y no con el mero invento o la falsedad en los mismos. 

Volvemos al límite en este caso de la hoja, o del artículo, para finalmente destacar de la filosofía del Límite de Trías, la siguiente interpretación de la misma que compartimos del Dr. Jacobo Muñoz Veiga: “El límite de Trías deja de ser muro para ofrecerse como puerta… Estaríamos, pues, ante un mapa de los mundos que comprende el Mundo... y su más allá. Un mapa de un vasto y plural territorio de-limitado, pero abierto por eso mismo a lo que queda del otro lado. Un mundo cuyo ser pasará a ser, en consecuencia, el “ser del límite”, siendo un límite del mapa –su puerta y su muro a un tiempo– lo que conferirá activamente un sentido a ese ser, oficiando de razón del mismo. De “razón fronteriza”, por tanto, como fronterizo es el sujeto que en él tiene su morada. Y más allá de ese límite, el misterio”. 

A los amos no se los vota, dado que a ellos les pertenecemos. Reinan en nuestras propias cabezas, más allá de que necesiten, ratificaciones simbólicas (cómo las electorales). El límite del respeto y del valor de la vida, no sólo se encuentra a dos metros de distancia con respecto al otro, en esta contingencia. También lo está en tu propia decisión para que, dejes de pertenecerle a ese que transformaste en amo, y que más allá de una enfermedad es la suma de todas las preguntas que no tienen respuesta y que te harán tan libre, como nunca lo has imaginado, soñado y deseado. 

Por Francisco Tomás González Cabañas. 

 

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