Lunes 30 de Diciembre de 2024

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  • 20º

28 de septiembre de 2019

El chamamé es un canto a la resignación y a la pobreza.

Trátese en la presente investigación donde se analizaron ciento cincuenta y dos (152) letras de chamamé (número que permite extraer una conclusión general), de indagar, acerca de la razón o las razones, de que la música de marras sea avalada, promovida y entronizada, como himno de fe o armonía principal de la “correntinidad” por parte de la llamada clase dirigente, política o gobernante. Huelga destacar, que no estamos realizando ningún tipo de valoración musical, cultural, estética ni de ninguna otra índole o naturaleza que no sea la perspectiva política mencionada.

Sí el chamamé representa fidedignamente lo que siente y vivencia el hombre del litoral, sus características están concentradas, convertidas en música en un compendio de valoraciones que tienen que ver con la valentía, las ansias de libertad (lo que denota un punto de partida donde se padece de opresión) y la condición “poriahú” o de pobreza material, de la que el chamamé hace un culto a la resignación a la misma. Creemos, consideramos y sostenemos que la interpretación musical, abandona los acordes costumbristas, meramente descriptivos de los paisajes característicos, sobrevuela las desventuras del amor y las lágrimas vertidas por la añoranza, para acendrar un mensaje de unidad resignada, fidelizando el lazo sistémico entre amo y esclavo qué entre recitados y sapucay, poéticamente sostiene. 

“Que importa sí a la larga es de otros la cosecha” se canta en “Mujer del litoral”. “Cumple su deber, chingolito fiel…recién florece su vida, dura y áspera será, anda jugando al trabajo y rinde como el que más” en “Peoncito de estancia”. “Y casi al final del camino tengo las manos vacías…Aceptando mi destino, sin rencores ni reproches” en precisamente el chamamé “Sin rencores ni reproches”.

Son muy pocas las letras que tratan de cuestiones políticas o sociales, o de personalidades que tengan que ver con tales mundos. Los pocos casos, son abordados muy lateralmente, por ejemplo en “Poncho celeste y vincha punzó” apenas se desliza el derramamiento de sangre, entre dos facciones políticas que surcaron decenas de años la realidad correntina, pero que en el chamamé se lo retrata como una versión local de “Capuletos y Montescos”, otro tanto ocurre con “Antonio Gil” a quién se lo denomina “soldado” y “seguidor del camino de San Martín”, relatándose su particular historia, expresa la canción “la inocencia de los pobres se llama necesidad”, que más allá de su leyenda posterior, lo cierto es que fue ultimado o ajusticiado, precisamente por rebelarse a la autoridad o no encajar dentro de lo establecido, el chamamé en este caso hablando de un tema del que no canta o canta poco, lo hace para recordar lo mal que le fue al transgresor, al menos en la vida terrena. Con “Andresito” la letra dice así: “Para nosotros, en cambio, tu nombre seguirá siendo la sagrada rebeldía de una dignidad sin precio,           que se aguanta la pobreza y sobrevive al saqueo.”

En la generalidad del cancionero del chamamé sobreabundan los retratos topográficos, de cada uno de los pueblos y de los parajes litoraleños, de los amores, malos y buenos, de los vínculos familiares y de la añoranza o del que está lejos. El rancho como objeto que interviene en la naturaleza, en el paisaje, lo simbólico de la pobreza bien entendida, excelsamente cantada. El alma guaraní, presente en sus leyendas, como en letra, pero conceptualmente, dependiente, de esa otra mundanidad, como la acontecida con Antonio Gil, acá en la tierra pierden siempre o no tienen nunca, pero en el más allá, sea celestial o en el reencarnar en un pájaro u otro animal, reinan en un futuro prometedor, en la esperanza, previa y necesaria resignación, de la que hace uso y abuso el político, que entiende que la democracia es precisamente, prometer lo que nunca será cumplido, para seguir prometiendo y haciendo desear lo que nunca se conseguirá.  

A diferencia del género musical “canción de protesta”, el chamamé se ubica en las antípodas, podríamos afirmar que adquiere características, desde la perspectiva política, de un cancionero oficial o de la oficialidad, galvaniza, sedimenta y fortalece lo establecido, otorgándole el impagable servicio, de haberse convertido en el narcótico más adictivo, en la anestesia más contundente para los sectores más desposeídos, marginales, para los pobres o “poriahú” a quiénes les entrega, poéticamente y al ritmo musical, la resignación necesaria para que sigan siendo lo que son, sin que en la vida terrena o política, hagan algo para intentar cambiarlo. 

“El chamamé honra la cultura estética de todo un pueblo que debe sentirlo como parte de su identidad, puesto que encontrar un sonido musical es encontrar el sentido de una comunidad. Sonido y sentido se corresponden en tanto y en cuanto una comunidad haya sido capaz de localizar su raíz y de prolongar la misma en tallo, ramas, hojas, fruto y númenes vegetales, es por eso que este arte se transforma en el solvente en el que los correntinos, en su condición de solutos, quedamos involuntariamente disueltos en su legado. Pero como ya sabemos no todos los solutos se mezclan en el solvente al mismo tiempo, cada uno lleva un proceso distinto de saturación, y a su vez, deben darse las condiciones necesarias para que se lleve a cabo dicho proceso. En las personas sucede algo parecido, como ya advertimos, no en todos los correntinos se manifiesta el mismo sentimiento de pertenencia al escuchar un chamamé, ni es necesario que esto suceda, puesto que las estructuras ya están dadas, y por más que en un acto “voluntario” no se de la adhesión a este legado habría que ver si con el paso del tiempo o la distancia se manifiesta y se arraiga un sentimiento superior” (Ser correntino. “Una manifestación artística de nuestra identidad”. Duarte Facundo y Tayar Milagros)

Por Centro de estudios "Desiderio Sosa".

 

 

 

 

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