ANÁLISIS
30 de junio de 2019
Cartas desde cerca.
Los románticos que siguen creyendo que la pluma vale más que la espada, le asignan a los caracteres vertidos en un papel, una función heroica, determinante y proverbial. Verbigracia “las cartas desde lejos” mediante las cuáles Lenin, propició o mejor dicho condujo la revolución rusa desde el exilio. Un poco más a la derecha podría ser cuando Nietzsche mató a Dios con una sola frase o más acá en el tiempo cuando Fukuyama predijo que no existiría ninguno otro marco teórico que el capitalismo y sus subproductos, de los que seguimos siendo parte, asumiendo la imposibilidad de la siempre a mano como desatinada emancipación.
Susurrarte al oído tal como lo vengo realizando desde hace un tiempo a esta parte, no es más que la consagración contumaz de nuestras vidas desperdiciadas, en el algoritmo de los que nos ocluye como seres humanos. Que te entre, como te salga, por tu agujero preferido, cada una de estas palabras, como las de cualquier otro, significa la validación continúa que le das, a que en tu aldea, más temprano que tarde, las tensiones se sigan resolviendo, como desde los tiempos inmemoriales en los que practicábamos la posibilidad de razonar. Tenes el cadáver enfrente, de la que no quiso, del que se animo a otra cosa, de todos y cada una de los que silencian, gracias a tu complicidad anodina, que cada dos años, validas en la urna, voto mediante. Esos mismos que te hacen creer que estás penetrando a la urna, que le estás metiendo en el agujero tu elección, no hacen mas que cambiarte el paradigma caracterizador de lo masculino por lo femenino y sodomizarte, perversamente creyendo que sos vos el sodomizador.
Te la suda que las cartas te lleguen desde cerca o desde lejos, te la suda la carta o mejor dicho, te la suda lo que ella lleva dentro de sí, la palabra que te reconoce como humano, que te desafía a que hagas algo con tu humanidad.
Preferís ese pliegue, ese borde, esa línea, ese automatismo que te lleva a borrar, a descartar, como a compartir sin leer, a comprender sin razonar, a existir sin sentir. Apocado y sin reacción, la marioneta en la que te han transformado es la imagen que te obligan a amar al verla frente al espejo, deformado por tu insustancialidad.
Sí ya no lo han hecho, te van a convencer de que podrás seguir siendo humano, encerrado en tal pobreza, sumada a la material, que podrás aparecer en un curso de agua suicidado, violentado o aún más desgarrado en tu dignidad.
Te importa madre que te lo diga, porque están dentro tuyo, ya te dejaron de importar las palabras, vas por la espada, a sabiendas que más temprano que tarde, alguien la tendrá más larga o afilada, y acabará con tu olvidable paso, por esta humanidad, a la que cobarde como vergonzosamente, decidiste, por no hacerlo, darle la espalda de una vez y para siempre, por nunca jamás.
Por Francisco Tomás González Cabañas.-
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