ANÁLISIS
10 de abril de 2019
La batalla electoral en marcha, el teatro de operaciones de la democracia como sortilegio
“Sin embargo, aún queda por inventarse una democracia que realmente pudiera enfrentar en el mismo nivel a la economía globalizada a escala internacional…Por lo pronto, no podemos saber en absoluto qué formas podría adoptar tal democracia en diversos contextos culturales, a nivel local e internacional y con una incorporación de los respectivos afectados en la que ellos estén dotados de iguales derechos, y como podría hacerse valer no sólo ante las fuerzas hegemónicas de la globalización capitalista, sino también contra las meramente destructivas fuerzas contrarias. La invención de nuevas formas de organización y de autodeterminación democrática y la lucha por la democracia eficaz a nivel global. Derrida habla de una nueva internacional y Bordieu, de un nuevo internacionalismo de movimientos sociales y de intelectuales, incluyendo a artistas, escritores y científicos, esta invención y esta lucha por una democracia globalmente eficaz y por un universalismo no etnocéntrico, además de tal vez una economía de la felicidad” (Wellmer, A. “Líneas de fuga de la Modernidad”. Fondo de cultura económica. 2013. México DF. Pág. 221)
De esto trata nuestra verdadera encrucijada democrática, nuestra gobernanza, nuestra cosa pública, nuestra aporía, nuestro desafío o consenso infatigable, como para otorgarnos una posibilidad de cierta libertad, más allá de las tutelas que seguimos arrastrando desde los tiempos de la conquista, que se vienen perpetrando, desde el látigo academicista entronizado vía la dialéctica del amo y del esclavo. Escenificada en este tutorial democrático, que nos insta al voto, al sucedáneo violatorio de que le introduzcamos el falo machista, a la vulva o urna electoral, que escojamos, que cojamos, que penetremos con nuestra no elección, el bofe que ha quedado, como supuesta experiencia democrática.
Así como el eurocentrismo, es esencialmente un occidentalismo, que se pretende amplio (como toda su historia o razón de ser de feroces y violentas conquistas, aún hoy en discusión, tardía o irracional, pero planteada siglos después, irresoluta) y que en esta etapa, esa amplitud se trasviste de laxitud, de liquidez, de plasticidad, de contorneos democráticos, en verdad nunca ha dejado de ser un eterno retorno de las Guerras Médicas, que enfrentaron a Persia y Grecia, sucediéndose en las extensiones del imperio Romano, de Oriente y Occidente, en el desarrollo del Imperio Mongol, en las cruzadas medievales, en lo que se conoce como choque de civilizaciones y en los actuales desafíos que propone el terrorismo atravesado por un arropamiento islamista-oriental, antioccidental.
En aquel origen de la disputa, la segunda de las guerras médicas, generó la recordada batalla de las Termópilas. Además del triunfo épico, dada la clara desventaja numérica, en tiempos donde el número era más traducido a algo real que en la actualidad; “Los griegos contemporáneos vieron las Termópilas como una lección moral y cultural crítica. En términos universales, un pequeño grupo de hombres libres habían luchado contra un inmenso número de enemigos imperiales que luchaban bajo el látigo. Más especialmente, la idea occidental de que los soldados decidían dónde, cómo y contra quién luchaban contrastaba con la noción oriental del despotismo y la monarquía - probándose la libertad como la idea más fuerte ante la mayor valentía mostrada por los griegos en las Termópilas, atestiguada por las posteriores victorias en Salamina y Platea” (Víctor Hanson, artículo 1 de octubre de 2006)
En alguna de nuestras elecciones, libradas en nuestros vastos latifundios, un pueblo, en su accionar directo y pleno, o representado por unos pocos, librará la batalla (de aquí que se conserve los términos militares para la acción electoral, a pedir de Carl von Clausewitz. «La guerra es la continuación de la política por otros medios») de sentido, la disputa democrática, la pelea por la cual los pueblos que vemos el sol desde esta perspectiva hemos sido y somos un pueblo determinado y característico. Esa será nuestras Termópilas, en donde probablemente, lo único parecido o semejante, sea tal como refleja también la disputa bíblica de David contra Goliat, retomada luego para evitar otra tiranía en nombre de la religión o “Del mosquito contra el elefante”, que el número, que lo mayoritario, que lo imposible de conceptualizar como no dominador, en su infausta como impetuosa solidez y arrogancia de la supremacía, caiga vencida por el grito estentóreo de una reivindicación libertaria que se haga lugar como posibilidad de un mundo dentro de todos los mundos.
Por Francisco Tomás González Cabañas
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