Viernes 13 de Diciembre de 2024

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  • 20º

ANÁLISIS

6 de agosto de 2018

La política débil.

Sí seguimos comprendiendo la realidad desde el patrón machista, que desde el otro género, se pretende reemplazar (lo cuál sería más de lo mismo o peor) o lo que podría comprenderse como lo destacable, el introducir categorías que representen algo más que el beneficio personal desde la política para la casta que la maneja, domina o nos representa (beneficio, además como para demostrar la pobreza conceptual de esos dominantes, atestada en objetos materiales que en nada sirven o se traducen para lo más auténtico de lo humano) debiéramos, tal como lo usó, acertadamente a nivel ontológico, Vattimo, dar curso a la que llamados la política “débil” entendiendo este concepto como lo que no busca imponerse, sino que sucede desde tal debilidad, que no por ello, es más que otra realidad, ni tampoco inexistente, como se la pretende, silenciar o tratar con indiferencia o marginalidad de reducir la pobreza, desde el pobrismo de no mencionarla o tratarla.

La conceptualización, o la categoría ontológica de pensamiento débil, entronizado, o para expresarlo en términos más vinculados con su propuesta, deslizado o sugerido por Gianni Vattimo, necesariamente orbita dentro del plano político, sin que tal vez, desde la semántica del autor así se lo proponga o se haya elaborado en una primera instancia o prioritariamente.

Debilitando el pensamiento débil de Vattimo, es decir reinterpretando sus reinterpretaciones (¿qué otra cosa sería sino la filosofía?) consideramos que tras lo trabajado, lo que se precisa en esta nueva instancia, es dar el giro político, o para ponerlo en el mismo categorial, determinar que el pensamiento débil, deviene en la política débil que es ni más ni menos que consagrar al pobre como el nuevo sujeto histórico  de lo democrático.

Para ello desandaremos, tanto lo transitado por lo neural, basal o conceptual de Vattimo y lo que consideramos es su re conceptualización de lo político.

Conquistemos a la democracia, democráticamente, mediante el logos, mediante esa palabra, que jamás se nos podría prohibir, bajo sistemas de gobierno que se precian de parlamentar en el nombre de esa palabra, que nunca podría estar solamente bajo potestad de algunos pocos, por más que nos representen, circunstancial como condicionadamente, tras el marco de una institucionalidad, que a cada rato, que casi siempre, está al  borde del colapso de su legitimidad, precisamente por la falta de más palabras, de más perspectivas, que nutran o se complementen con las otras, las de siempre, que no casualmente, no se disponen a escuchar otra voces, otras palabras. Apelamos a la institucionalidad democrática de estos, para que incluyan el ejercicio de la voz de las gradas, sin que sea necesario recurrir al poder judicial, para que se reconozca este derecho democrático.

“Escribir es pactar con el diablo. ¿No es el orden quien habla siempre a través de todas las frases que nuestra sedicente autonomía de voluntad nos dicta? ¿No decimos siempre  lo que hay que decir, lo único que, en último término, podemos decir? ¿Hablar no es acaso confirmar siempre lo que hay?...La lucha contra la palabra ha sido, hasta hoy, uno de los oficios más constantes de todo totalitarismo. A decir de Gilles Deleuze ¿Cómo puede escribirse sobre algo que no sea lo que no se sabe, o lo que se sabe mal?...Desde el plano de la moral, escribir siempre es pecado; pecado frente a las inexcusables tareas del presente, las urgentes denuncias que deben hacerse, los amenazados ideales…Escribir es negarse a, es una regresión, la literatura es la infancia finalmente recuperada, como dice Bataille”. (Savater, F. “Apología del sofista”. Pág 44-128. Editorial Taurus. Buenos Aires. 1973).

Nada mejor que escribirlo, para retornar, a esa instancia de no daño, de no suceso, pese a la imposibilidad real de tal cruzamiento en el tiempo. Pero la historia, no es lineal tal como lo pensamos o nos las hace pensar la historicidad occidental de la que somos parte (como víctimas y victimarios)

“La historia (al menos lo que Heidegger y posteriormente Derrida, han llamado la historia de la metafísica occidental) no  sería más que el espacio mítico en donde las sucesivas articulaciones de dos voces, la voz dominante y oficial de la divinidad, simbolizada en boca de los profetas y la voz subversiva y excéntrica de los muertos, simbolizada en el vientre de la pitonisa no dejan de definir y redefinir lo humano” (Prósperi, G.O “El profeta y el ventrílocuo). 

El poder no está en donde se supone, tampoco donde se cree, el poder está en la debilidad de la palabra, que transforma sin que el transformado/a se dé cuenta de cómo impacta en él/ella, lo que está leyendo, escribiendo o pensando desde tales conceptos que le/la exceden a él/ella como a su poder, siempre formal, circunstancial y reducido.

 

 

 

 

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