Jueves 28 de Marzo de 2024

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ANÁLISIS

3 de enero de 2017

Los radicales y la democracia o la democracia radical.

Por supuesto que se trata de un juego de palabras. Todo en occidente lo es. La comunicación, la política y por ende las últimas y las primeras causas; la filosofía. El distrito del lenguaje, es el de mayor consistencia en donde se acendra la legitimidad de lo democrático; que por definición y hasta antológicamente, no sólo que es palabra, sino más que nada un juego. En el muladar latinoamericano desde que este escriba posiciona su perspectiva, el centenario partido radical (que nace de la revolución del parque y que extrañamente siglo después amalgama en el imaginario de lo que representa el valor de reinstaurar y proteger lo democrático) gobierna, peronisticamente (es decir usufructuando los límites de las leyes electorales, exprimiendo las reelecciones, generando sucesiones familiares y suprimiendo la posibilidad de internas tanto dentro del partido, como por fuera del movimiento del que es eje y que aglutina otros partidos) o como lo hizo su contrapeso (en la lógica de sostener la formalidad democrática, en la astucia del juego del policía bueno y malo, cada cual desarrolla supuestas virtudes que en verdad no son tales y que gravosamente no sortean por ejemplo el peor de los males estructurales: la pobreza y marginalidad extrema al que someten a grandes y extensos bolsones de la población) demostrando un conocimiento cabal, casi absoluto y total, de la democracia en sí misma, cuestionándose por tanto, si esa radicalidad (la de en este caso gobernar, casi hace dos décadas, tener mayoría o control estratégicos en los poderes legislativos e incidencias manifiesta en el judicial) acaso no es antidemocrática, en un terruño, en una comarca en donde casi la mitad de la población no puede sortear la pobreza a la que ex profeso es subsumida y muy pocos, que son perseguidos y hasta caracterizados (a diferencia de siglos atrás condenando a la hoguera en la actualidad, cercenados y condicionados por el ninguneo y la indiferencia que se vierte desde la cúspide del poder) poco pueden realizar, como este artículo mismo, para que se pueda pensar la radicalidad democrática.

“Toni Negri piensa en una revolución de la multitud como instancia en que se rompe la creencia en la representación y emerge la posibilidad de una democracia radical. En una lógica transicional plena, ya que la transición no es distinta al proceso, no es una etapa separable en la que cualquier tipo de acción estaría legitimada por la relación entre unos medios actuales y unos fines futuros. Por el contrario, el proceso tiene ya las características de esa democracia radical y su despliegue es la experimentación colectiva y el aprendizaje del autogobierno”. (Pennisi, A. Pasión democrática. Editorial Quadrata. Página 103. 2013. Buenos Aires)

Esta percepción de cómo sería una democracia radical, no tiene absolutamente que ver con el desempeño o la construcción democrática por parte de un gobierno que se precie perteneciente o seguidor de las ideas del radicalismo argentino. Si bien, desde un inicio se especificó que en definitiva se trataba de un juego de palabras, el de hermanar el concepto de filosofía política de democracia radical, con la concepción política en la praxis, en el hacer de gobiernos enmarcados en las filas de la unión cívica radical.

Sí tomáramos la provincia de Jujuy, en donde el foco acerca del actuar de la justicia, está siendo analizado por organismos internacionales en relación a presos, que para algunos son considerados políticos, el análisis se reduciría a tal efecto y puntualización y se perdería el eje de lo que se pretende analizar, de todas maneras, tampoco es extraño, al menos señalar que la misma expresión política que se adjudicó la plena instancia de los derechos del hombre en la Argentina, padeciendo por ello, el intento de golpes de facto y la realización de corridas cambiarias, financieras y hasta asonadas sindicales, décadas después en un arrabal norteño es objeto de severas críticas en la plenitud o el sostenimiento de un estado de derecho formal.

Tampoco en estas líneas daremos cuestionamientos teóricos, acerca de lo que podría ser una posición al menos Eurocentrista de los postulados de Negri, lo cierto es que su planteo de democracia radical, democracia en los hechos, disolviendo la representación, está mucho más cerca de los inicios del radicalismo, es decir del hito de la revolución del parque.

Claro que hablar en términos de revolución, siempre es y sobre todo, para los medios de comunicación, algo más allá de lo tabú, expresamente de lo prohibido o lo que será caracterizado como el anhelo de quiénes no están bien de la cabeza y merecen el ninguneo y la indiferencia permanente.

En esta lógica de complicidad mórbida con lo antidemocrático, extrañamente, los dueños de los medios, de terruños inviables para la inclusión social, no terminan de comprender, que jamás podrán disfrutar de sus millones y privilegios, si continúan en la letanía de seguir dándoles espacios, únicamente, a los violadores de lo democrático, si ponen al servicio de estos trúhanes republicanos, las páginas de sus medios, para replicar las tristes y ubérrimas gacetillas de prensa, de quienes, en la plenitud de sus doctas ignorancias, en lo excelso de lo estulto, ventilan, difundiendo sus prácticas perversas, difamando para ello el proceder de lo que debería ser una radicalidad democrática, no publicando para ello, los análisis y las interpretaciones críticas de ese proceder democrático, entonces, concluimos evidentemente  de que no tenemos una sociedad o una comunidad democrática.

Probablemente la radicalidad de lo democrático se deba expresar mediante una revuelta, como lo plantea Negri, tal hipótesis permanecerá en el ámbito de lo teórico, en el mientras tanto o en el anverso de esta tesitura, la democracia ejercida por el radicalismo actual, mientras más alejado de los propuestos teóricos de la democrático desarrolle su accionar, más tendrá que ver con su éxito, con su continuidad y con su perpetuación en el tiempo.

Por tanto, radicalismo y democracia, en todos y cada uno de los sentidos ambos términos, pasan a ser conceptos excluyentes y hasta contradictorios en sí mismos.

 

 

 

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