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13 de diciembre de 2016

La razón del puto o la puta razón.

Sigue siendo tabú, en los ámbitos culturales, políticos y sociales, la cosmovisión de quién decide ejercer con mayor amplitud su sexualidad, y proponer, porque no, un modelo de familia, o de convivencia (a modo de convención) de mayor amplitud y de menor refracción, rechazo o segregacionismo. Desde colegios que impiden a sus egresados el modo que deseen vestir para sus fiestas, pasando por los medios y la sociedad que obliga a sus políticos putos a que sigan dentro del placard, hasta los supuestos ámbitos culturales, mayormente franqueables a la libertad, que tampoco reconocen en la genialidad de sus putos, sus logros y sus condiciones intelectuales, por su condición de tal. La puta razón de uniformidad, tan alejada de un sentir y vivir democrático, que sigue generando exclusión y división por aspectos tan nimios, como con quién cada uno decide acostarse, acompañarse o construir una epocalidad que integre las distintas perspectivas de vida.

Sí no estuviese muerto, el eximio Oscar Portela, seguiría en la penosa tarea de vivir casi de la limosna pública de los que se decían sus amigos, que reconocían a regañadientes su genialidad, un tanto por envidia y otro poco, por sus formas, maneras y gustos, que no necesariamente, tenían que ser, como los de sus tuteladores que se decían o mostraban como auspiciantes, en verdad siempre reticentes y escasos, como para desde sus lugares de poder, reconocer en él, como en tantos otros la valía de sus acciones.

 

Oscar ha dejado una estela invaluable, en el campo intelectual y sus agudas reflexiones llegaban hasta el campo de la filosofía política, citamos:

“Es común hoy en la jerga del periodismo irreflexivo, oír hablar de nuevas formas de pacto social, o mejor aun parodiando a Rosseau, de nuevas formas de contrato social. En realidad las ¨comunidades¨ pueden aún prescindir de la conformación de un Estado y es el Estado el que necesita de pactos sociales o contratos sociales, que se dan en el marco de una jurisprudencia determinada, para así evitar la disolución de todo acuerdo de partes.

 

¿Cómo se da el Estado a si mismo una memoria que regule las relaciones sociales, cuando de constituir una maquinaria socio-deseante se trata? Ya no se trata de ¨una comunidad arcaica, segura en sus ¨creencias¨, con sus jerarquías simbólicas y no maquinicas, sino de un aparato que debe funcionar según las leyes de las operaciones entre el crédito y las acreencias, para lo cual el Estado debe poner a funcionar una memoria colectiva.

 

El Estado como maquinaria opresiva crea el contrato social en base al crédito y la deuda, como formas de someter al animal hombre, gregarizandolo mediante el cumplimiento de cualquier interdicto que sea cometido por este, elevando la deuda y el castigo, según los perjuicios cometidos contra la sociedad.

 

Todo Contrato Social nace pues de un acto de violencia de un aparato estatal, que teóricamente consolida un Estado de Derecho. En la práctica veremos como la historia, considerada linealmente y según los preceptos éticos y morales de una comunidad dada según tiempo y ámbitos culturales, se desmorona cuando el hombre fijado como animal de razón por la filosofía griega, constantemente reconstruye la interna conexión entre profano y lo sagrado, con la finalidad de responder a su naturaleza más honda, en la cual la crueldad cumple una función simbólica constitutiva , en la cual la misma relación Dioses y Hombres ( sacrificios incluidos ), que a tenor de una visión asincrónica de lo histórico, pone al hombre de la hipersofisticada razón consumada en técnica, a un paso de lo ¨subhumano¨y no de lo inhumano, como querrían los defensores de un nuevo Contrato Social.

 

No es casual, que Oscar hubiera de apuntar al corazón de lo que refiere, significa o sostiene el sistema representativo, que nos dijeron que provenía del contrato social, estableciendo, casi naturalmente, que la soberanía se delega. Bajo esa concepción, se entiende la razón de los asociaciones y movimientos que en vez de protestar, exigir o peticionar lo que consideran propio, ante oficinas gubernamentales o supermercados con capitales, transnacionales, no lo hagan ante los domicilios personales de los que dicen representarlos, y para ello, ganan lo que ellos nunca ganarán en toda su vida, acomodando en conchabos del estado a amigos y familiares.

Para no dar esa discusión, a la razón la hacen puta, la hacen derrapar en sus caracterizaciones secundarias, la meten en las almohadas y en las sabanas de sus administradores, y por más que estos sean putos, optan, seguir sosteniendo la putes de la razón, demostrando tal vez cierta hijaputes, que no es ni más ni menos, que esa violencia e ira con la que se funda todo orden, que luego, más sofisticada y solapadamente, también es impuesto, como razón de ser de lo razonable, para elaborar un contrato, en donde somos parte, con supuestos beneficios, pero tuteladores, o benefiaciados, directos y específicos, puntuales.

 

Que ser puto siga siendo una tragedia, habla de nosotros como sociedad, como colectivo, nos desnuda en cuán humano son nuestros derechos, ser puto y tener razón, es una criminalidad de lesa humanidad, que se castiga con la segregación cultural, económica, social y política, que años antes se pagara con muerte, a la luz de la penosa agonía que resulta del maltrato, el ninguneo y la indiferencia, probablemente haya resultado un premio, por tanto en la actualidad, que no matemos nos putos con razón, es una clara señal de nuestro perverso cinismo e hijaputes.

   

  

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