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ACTUALIDAD

22 de junio de 2016

José López, producto perfeccionado de la sociedad.

¡Qué asombro! Un pasado por paranoide revoleando bolsos repletos de divisas a un monasterio, que más que eso, parecía una cárcel medieval para brujos y hechiceros con sarcófagos bajo el pulpito. El asombro no es por la escena sino, por la hipocresía de la película completa.

 

José López no es un caso aparte, un extraño, un aterrizado de Andrómeda, una excepción a la regla, López es un producto social, es criado y educado en nuestra comunidad como cualquier argentino, ellos existen a pilas porque son parte del paisaje.

La pasión irrefrenable que provoca lo “estatal” salta a un extremo patológico, el Estado y por ende la “cosa pública”, al ser de todos termina por ser de nadie y alguien debe apropiárselo, no puede quedar boyando en una nebulosa. La sociedad en la que todos vivimos no es sólo un ejercicio funcional represivo a las faltas que cree inapropiadas, ante todo, es también una maquina creadora de hordas ansiosos de llevar a cabo sus designios criminógenos en el Estado. Los gustos excéntricos, la dolce vita de José López, los estímulos corruptores que la sociedad creo y potencio en el ex funcionario (caso particular) a entregarle absolutamente todo, la búsqueda paroxística del lujo propio, de la familia y todo su entorno, el escepticismo imperante en torno a la idea de que la realidad puede ser mejor, es la válvula que abre el libertinaje en la “función pública”, López no es una caso aislado, es una neta producción cultural de la sociedad que lo impulso, coloco y mantuvo durante tanto tiempo. No podemos asombrarnos de nuestra propia creación maléfica (si se quiere), la indignación social a secas es poco honesta, cuando fue de nuestras propias manos que entregamos el presente y el futuro de nuestros lazos familiares a “los López”, sin las mínimas exigencias de cualquier índole.

La corrupción política no es como algunas facciones sembradoras quieren hacer creer, es un fenómeno colectivo, de realidades individuales que encuentran su ingeniería estructural en la sociedad, forma sus rizomas y concreta sus oportunidades de culpa, que mientras pululan en la total impunidad están vivos y rozagantes sin ninguna interferencia cuasi-mental, que de repente les aparece cuando el azar hace que sean atrapados in frangtti crimĭne, que la gran parte de los argentinos sabían pero que negaban o ignoraban para no entrar en pleitos.

Los ciudadanos nacemos condicionados por largos periodos de dominación, por la indigencia y los malos gobiernos, véase que hay una generación que nació y concluyo la escuela primaria escuchando todos los días la palabra “Kirchner” o la misma generación terminara la secundaria solo escuchando la palabra “Colombi”, sumando una crónica desconfianza hacia la autoridad que si es posible se la compra, recurriendo  hacia los dotes individuales de astucia y de adaptación para superar las continuas dificultades de una existencia precaria.

Entre los partidos políticos que son parásitos productores del ejercito de criminales “públicos” (Ricardo Jaime recaudando para los jefes se llevo a la tumba 52 personas) existe innegablemente un putrefacto connubio entre el idealismo político, la pasión ideológica con una relativa honestidad individual y aceptación de la corrupción como hecho público aceptado y habitual. Para tener una prueba más clara de descomposición de una sociedad, basta mirar a los jefes mismos que recurren habitualmente a medios ilegales, como la repartija de pauta oficial arbitrariamente para que los medios digan lo que no es o simplemente para que callen, la utilización de un color distintivo en los bienes públicos para que sean memorizados e identificados como propiedad del mandamás de turno, o la utilización de la palabra “gestión” seguido del nombre propio, como si fuera una empresa privada, es un claro mensaje de dominación hacia todos, cuando el mínimo sentido común indica que si es Intendente, Gobernador o Presidente lo es para ejecutar el presupuesto público, no como capricho sino, obligatoriamente. Todo ello para alcanzar una meta ideal, que no es otra cosa que la apropiación de lo público como propio y exclusivo sin dar fehacientemente explicaciones.

Por Carlos A. Coria Garcia.

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