Lunes 11 de Noviembre de 2024

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  • 20º

ANÁLISIS

21 de noviembre de 2015

Sexo y elecciones.

Una elección, ni se gana sólo el domingo de la votación, ni tan siquiera tiene únicamente que ver con lo electoral. Tanto el político, como el comunicador, como el ciudadano común elegimos todos los días, hacemos “elecciones” diarias, de que mirar en la televisión, que comer, porque calles transitar, con quiénes compartir y tantas cosas tan disimiles como múltiples que no vienen a cuento el pretender enumerarlas. Mientras más recursos dispongamos, más posibilidades tendremos y más amplia será nuestra posibilidad de elegir, así mismo aumentaron las propuestas de los candidatos en pugna, en una natural y lógica colisión o competencia de intereses, por ver quién nos arrebata la decisión de apostar hacia cada uno de los ofertantes sea en el ámbito doméstico, político, religioso o el que fuere, incluso el supuesto ámbito privado de la alcoba o la sexualidad, en la simulación de las supuestas referencias o reflejos hacia ellos a nivel personal, (de allí que salieron a mostrarnos sus esposas, sus casas o quintas), colectivo (de supuestos partidos o frentes de los que provienen) para convencernos de que les demos, les cedamos, nos dejemos introducir, como la urna ante el sobre, por el falo de sus propuestas o candidaturas.

Quizá, ya este todo definido desde tiempos inmemoriales, no por ser fatalistas, pero no son pocos que consideran que el libre albedrío de cada uno de nosotros es en verdad una cara ilusión de algún prestidigitador, no necesariamente por ello tenemos que echarnos a la sombra de algún lapacho o sauce llorón (como dice la canción) por más que muchos, inconscientemente, lo hagan, la idea es interpretar el papel que nos ha tocado lo más dignamente posible, es decir lo más creíble para un supuesto público.

El problema sería sí el mundo no es de la manera antes narrada, si no existe ni destino, ni línea directriz, ni padrinos, ni alter egos, ni referencias, ni dioses, tan sólo la voluntad de subsistir en un mundo hostil, en condiciones en donde la elección que cada uno realice se basa en el fin de la supervivencia del más apto.

Obviamente que esta tesitura ya la ensamblaron otros en la historia de la humanidad y subsistieron pese a la angustia que genera vivir, eligiendo cada día, la calle por donde cruzar, el trabajo que tomar, la palabra que decir, el silencio que implementar, así de frases coloridas, romanticonas, idealistas al estilo “cada vez que el hombre elige ese acto lo hace libre” es fácilmente refutable sí por ejemplo nos toca optar entre la soltería o un amor enfermizo, entre un trabajo claudicante y la escasez entre el exhibicionismo y la cosificación.

Se trata en definitiva de elegir, sin muletas, sin reproches a la suerte, al destino, a las divinidades, se trata en definitiva de sí estos hombres que lo tienen todo en el día a día, van por lo que tendrían que ir al tener semejante posibilidad, por la posibilidad que se los recuerde permanentemente, venciendo incluso la solemnidad de la muerte, pero claro es una elección que cada uno de los que la tenga que hacer lo hace en cada momento, como nosotros de aquí a la fecha de la próxima cita en el cuarto oscuro, en tanto y en cuanto este sistema se mantenga incólume y legitimado en el tiempo.

El éxito y el fracaso, no ya en relación a fines u objetivos materiales, sino a la vida misma, que de tanto en tanto, o a cada rato, según cada quién, se obtenga o no, no dejan de ser palabras, para definir una actitud ante la vida, conceptos profundos que no se cuentan como el dinero, ni se mercantilizan como el ganado, que no se persiguen como el poder, ni se ostentan como una gloria ficticia, simplemente se sienten, se perciben, como el viento, como una melodía, o como el silencio que nos grita, donde y de qué forma estamos parados ante la vida.

        La propuesta en este sentido es indagarnos sobre nuestra intimidad sexual, el cómo lo hacemos habla mucho de lo que somos y pensamos como cuerpo social.

        Obviamente que no se trata de nada pseudo científico, ni siquiera exhaustivo, para ello precisaríamos datos estadísticos, provenientes de estudios de campo, a los efectos de validar o refutar una hipótesis que lancemos como tesitura.

        Meterla sin sacarla hasta acabar, desde una perspectiva masculina, habla a las claras de cosificación de la mujer, de saciar solamente el impulso eyaculatorio, fuerte y decisivo pero tan solo instintivo, primario, casi animalesco. Si bien no nos han ensenado, pero el hacer el amor, es un poco más que practicar sexo o lisa y llanamente coger ( este mismo termino para definir el acto sexual está relacionado con el sometimiento del uno con el otro, agarrar, pillarlo, tenerlo).

        También se definen ejes conceptuales, con lo que sucede en las alcobas, precisamente el eje nodal del acabar, del instante placentero tras la salida del semen, es un icono de nuestro mundo occidental, tiene mucho que ver con el apretar un botón y que algo suceda, cambiar un canal de televisión, comunicarte con alguien a través de la computadora, hacer funcionar una maquina industrial, inocularte un remedio para una enfermedad, nada tan diferente a lograr esas cosquillas en el pene que nos llevan a expulsar esa sustancia gomosa que nos hace un poco feliz, al menos por ese instante.

        Claro que nuestro mundo occidentalizado funciona así, y por ello apretando un poco más el pedal nos estrellamos contra algo, nos jugamos todo por sentir esa emoción, que también dura lo mismo que el polvo, a mas de tantos kilómetros por hora, esa adrenalina que nos lleva al límite de invertir todo lo que tenemos y lo que podríamos tener por segundos de heroicidad inmortal. Como esos segundos tras una sobredosis de diferentes sustancias o esos pocos minutos de felicidad pura que sentimos al pasarnos con el alcohol hasta antes que nos termine controlando, todo se resuelve con un botón, en un hazmerreír, todo es tan solo un instante efímero y profundo, pero a la vez insustancial.

        Lástima que la vida dura bastante más que ese desperdigado manojo de segundos por los cuales somos enteramente felices sin cuestionarnos nada.

        Como la relación sexual, que es más que el acabar eyaculatorio, sin necesidad de caer en el concepto oriental de que el arte amatorio, es un poco más que un modus vivendi (probablemente lo sea pero impracticable en nuestro aquí y ahora occidental) lo cierto es que es bastante más que intercambio de fluidos y desde ese lugar nos habla, del como somos no desde nuestra individualidad sino desde nuestro yo social.

        Arriesgando bastante, pienso en voz alta, soltándome hasta de fundamentos, deberíamos hablar mucho mas de como lo hacemos, quizás hasta nos descubramos más solidarios. Precisamente el serlo no tiene que ver con donar órganos, solo o necesariamente, de hecho somos una de las provincias más donantes pero también existen denuncias de tráfico de los mismos, otro tanto ocurre con nuestra noción amatoria. Porque amemos, devotamente, una iglesia de dios, sus fiestas y liturgia no implica que seamos un pueblo que derroche amor.

        Por estas y tantas cosas es indispensable que hablemos de sexo, el silencio o la indiferencia alimentan los preconceptos, los prejuicios, hasta las leyendas sexuales.

        En el barrio, en la periferia las guaynas o pibas, son más permeables a nuestros pedidos más oscuros o recónditos, la chupan mejor, se la tragan, te dan besos negros, el culo, lo que le pidas, sin reciprocidad, menos amor, la libertad sexual al parecer surge merced a la precarizacion de patrimonio, es decir menos tenes, menos te educas, más cerca de lo instintivo estas y eso gusta, eso defina el supuesto deseo de plenitud de estar sexualmente con la más puta, la más guarra, la más atrevida, la que mas hace y menos pide, sobre todo, compromiso.

        El hacerte cargo de lo que ocurre después del sexo, es lo que nos civiliza, después del goce, del clímax, es como la culpa, que sentimos tras el acto sucio, pecaminoso, eso dice nuestra cultura. El deber ser de la alcoba es eso, hacer el amor, para conservar la especie, es una tarea que nos honra socialmente, por eso hacerlo con la esposa o mujer, después de tener hijos, es no solo aburrido, sino también insípido, a parte difícilmente desatemos nuestra lujuria ante la doña, no son como las otras mujeres, esas bocas están para besar a los niños, no para el pete, en el mejor de los casos esos culos están para vestir buenos jean no para entrarle por colectora y sacarla embarrada.

        Y si de culos hablamos, los carentes de celulitis, los parados son lo de los travestis, que cada vez son más los que se visibilizan ejerciendo la prostitución, y que según afirman usan mas el pene que la boca y la cola, para con, en su mayoría, clientes casados, desesperados por ser penetrados por tipos con tetas.

        Sería bueno hablar para erradicar estos preconceptos, como tantos otros, para que nuestros hijos amen sexualmente y también puedan gozar, cuando así lo decidan, o traer otros seres al mundo cuando lo deseen, descubrir o aproximarnos a entender si el hombre está más inclinado a la bisexualidad de lo que pensamos, comprobar por ellos mismos la existencia de los supuestos puntos g, acabar mas allá de un lechazo, de un orgasmo, o de una emoción sexual, encontrarse con un otro y descubrir entre ambos esa reciprocidad sin pruritos ni sociales, ni religiosos ni de ninguna naturaleza.

        Si la pulsión sexual, se reprime y queda en el confesionario, en el baúl de los pensamientos oscuros, derivara en el menor de los males en adulterio, cuando no en pedofilia, en sexo de mala calidad, en el acabar adentro de algo sin que nos interese lo que pase con el otro, una suerte de bolsa recipendiaria, una falta total y absoluta de humanidad, una acabada muestra de desamor, el fin de los días.

        Muchos dicen "hay que tener más sexo" no creo que pase por cantidad, volviendo a arriesgar hasta creería que se coge mucho más de lo que pensamos, lo que se necesita es hablar sobre ello, hablar con quien lo tengamos que hablar claro está, no con la abuelita nonagenaria o con el sacerdote ultraconservador, con nuestras respectivas parejas, intercambiar información entre amigos, socializar vía redes sociales ( o acaso no están plagadas las cuentas de fotos exhibicionistas) hablar de cómo cogemos, de cómo tenemos sexo, de cómo hacemos el amor, nos va a liberar de ciertas ataduras, de la hipocresía de cuando nos trincamos a la prima, a la chinita del barrio, al putito peluquero, de lo mal que nos chupa la patrona o del porque no se la queremos chupar, tantas cosas que nos determinan en el aquí y en el ahora.

        Que la sexualidad, totémica, sacra y oscurantista vista como pecaminosa es tan solo un sistema cultural que nos quiere infelices, obedientes y procreadores, tal como si fuéramos conejos.

        Que independientemente de la edad que tengas, de tu condición, de tu genero, de tu genitalidad, de con quién o con quienes lo hagas, de que te impulse el amor, la procreación o la sexualidad o combinación de las tres o de dos, puedas aumentar tu calidad de vida sexual, compartir la experiencia vivida, para que mas sepamos de ello, sin pruritos, sin oscurantismos, ni tampoco perversión.

        Extrañamente lo que tiene un origen natural y por ende libertario, es permanentemente perseguido e incluso obligado a permanecer encerrado, el sexo bien entendido, y ese es el camino que tenemos que transitar, deber ser maravilloso seguramente, sin condicionamientos terminara en amor y luego en procreación. Pero el orden esta invertido y nos exigen disfrutar, nos obligan a, toda una contradicción en sí misma, por ello necesitamos este primer paso de una larga zaga, como el encuentro con un otro, no se inicia con la genitalidad, si con algo sugerido, una mirada, un gesto, una insinuación, un beso, o en definitiva como vos lo digas, lo sientas y lo vivencies, que es en definitiva lo fundante y lo más importante.

Es como la democracia, primero te piden que confíes, que vos le des, le cedas tu confiabilidad y tu derecho delegativo de que te representen, para luego, ni siquiera tener derecho a reclamo, a revocatoria, sino simplemente a protesta histérica, para supuestamente subsanar tal defraudación en una próxima elección, de allí que cada cual sabrá que sobre meter en la urna, para luego no sentirse ultrajado, sea por el sistema que lo obligo a elegir o a uno de los elegidos.

 

 

 

 

 

 

 

 

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