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ANÁLISIS

19 de octubre de 2015

Democracia como voluntad de ruptura.

Esta vida es una lucha permanente, y la filosofía es el único emplasto que podemos aplicar a las heridas que de todas partes recibimos. Voltaire.

La confusa idea de unir en forma inherente democracia con derechos sociales, cuando la primera es un estado de libertad consciente puramente del ser y, lo segundo, es una asignación subjetiva de valor y valores socio culturales generalizados a cada quien, lo cual significa que puede mutar de acuerdo a la sociedad a la que se quiere aplicar, incluso puede existir democracia sin la existencia de derechos determinados y construidos artificialmente.

La democracia en si misma dice mucho del hombre que auspicia su fluir, siguiendo a Soren Kierkegaard: el hombre es un hacerse, debe alcanzar su telos (fin), realizar la síntesis del espíritu. Si se queda en lo que simplemente es, sin poner en movimiento el proceso ético de autoconstitución del espíritu, permanece estancado en lo inmediato, en el esteticismo.

Es la culminación hacia un estadio ético, en el que el hombre llega a ser aquello en lo que se convierte. En ese sentido la elección de cada individuo son fundamentales para el direccionamiento de su brújula, por medio de ella se llega a la ribera deseada y se lleva puesto cualquier atisbo de desesperación interior.

El yo es libertad. Pero la libertad es la dialéctica de dos categorías, de lo posible y de lo necesario. En este punto crucial la democracia toma su forma creacional y práctica, la democracia solo es concebible en un ser conscientemente libre y enterado que cada decisión o elección que tome repercutirá hacia el afuera del Yo. La opresión afirma esa idea y su trabajo fino es evitar que suceda semejante fenómeno en los individuos, el Yo libre desnuda la mendaz idea de la opresión social legalizada vía instituciones oscuras.

A lo largo de la historia humana se busco permanentemente en el pensamiento de muchos individuos la mejor forma de cohesionar la libertad de cada individuo en cuanto tal, y la idea de democracia. La resultante de este proceso histórico que fue largo en términos temporales y arduos en la construcción unificadora, desemboco en la conocida teoría contractualista.

El centro de atención se puso sobre un pacto social o denominado contrato social donde todos los miembros de la sociedad contraen derechos y obligaciones en igualdad, pero en la realidad material por fuera de la puramente formal este pacto funciona en desigualdad material, entre los que mandan y los que obedecen, la obediencia se identifica en definitiva, con esa realidad que esta prescripta e inscripta, en la orden emitida que integra, el mundo cultural de la persona. Una de las partes contratantes permanentemente incumple el pacto, así el Estado y su poderío opresor que obliga a todos a la firma de un contrato de adhesión que no es bilateral y mucho menos consensual y se instaura el derecho del más fuerte.

Cuando la sociedad sale a las calles y toma estado, decide reclamar el incumplimiento contractual la otra parte los tilda de criminales, sediciosos cuando en realidad, los que se han saltado el cerco son los Estados, en todo caso criminal es el Estado que tiene población analfabeta, desnutrida, marginada, discriminada y fusilada. La imposición del derecho del más fuerte sale a la luz y el incumplidor pone fin al legitimado para romper el pacto.

La ruptura no es demoniaca, es el paso principal para el devenir democrático, para hacerse constantemente, el mito, difiere de la utopía, ésta es una descripción pasiva, mientras que el mito es una imagen motriz, una expresión de la voluntad, cuyo valor no reside en la realidad que no es, sino en la realidad que él mismo crea. La democracia es pura voluntad de ruptura, la democracia es voluntad de andar.

 Por Carlos Coria Garcia.

 

 

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