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  • 20º

ANÁLISIS

22 de septiembre de 2015

¿Se puede o no se puede contra el aparato electoral?

Descubrieron, tarde pero al fin, los opositores que la forma más directa de asestar un golpe de gracia sobre el oficialismo nacional, es discutiéndole las reglas de juego, es decir tabicar en lo electoral y por ende en su poca legitimidad (de la cual son todos responsables como veremos) aprovechando los huecos más miserables de un sistema, que ha sido usado indistintamente por todos y todas, los que ansían poder en el próximo turno electoral, para menoscabar, una y otra vez, a los pobres que son gran parte de la argentinidad, entre entregas de prebenda, una maquinaria dadivosa y expectativas lanzadas el éter electoral que nunca se cumplirán. El peligro, de por querer “ganar “o que no gane el otro, por más trampa evidenciada que se visibilice aún más, de que se lleven puesta, a decir de Gauchet “La democracia mínima” imperante.

Tal cómo la célebre mitología (estudio de los mitos) Griega, o la no tan conocida, pero atractiva, mitología Celta, existe una mitología política. Debemos introducirnos en una breve explicación u orientación, de que son los mitos y su preponderante incidencia en lo cotidiano. Encontramos en Roland Barthes, semiólogo (disciplina que se encarga de los signos y del sentido de lo que se comunica, o la comunicación, entendiendo que todo lo comunicable o codificable- signos-, requieren de una interpretación del receptor)  destacado del siglo pasado, una profusa cantidad de información útil en lo concerniente a los mitos.

 

“El Mito es un habla, un modo de significación. El mito no se define por el objeto de su mensaje, sino por la forma en que se lo profiere: sus límites son formales, no sustanciales.

 

 

Se pueden concebir mitos muy antiguos, pero no hay mitos eternos. Puesto que la historia humana es la que hace pasar lo real al estado de habla, sólo ella regula la vida y la muerte del lenguaje mítico. Lejana o no, la mitología sólo puede tener fundamento histórico, pues el mito es un habla elegida por la historia: no surge de la naturaleza de las cosas”. De tal forma nos alecciona Barthes, y en caso de que sus pedagógicos conceptos no resultaran lo suficientemente claros, intentaremos imprimirle mayor nitidez. Zeus, Minerva, Poseidón y demás personajes de la mitología Griega, jamás existieron, ni tuvieron entidad real. Sin embargo, tuvieron una presencia protagónica en la cultura que los creo. El sólo hecho de nombrarlos ya representaba todo un mensaje para el oportuno receptor. Es decir que la existencia de quienes en realidad no existían, significaba o brindaba, un mensaje solapado o encubierto, que era tomado o interpretado por el destinatario. A tal punto se necesito de lo mitológico, que la conquista de los Romanos, también se dio en el orden mítico. Simplemente se latinizaron los nombres de los dioses  y semidioses, para que el nuevo pueblo o la nueva cultura, diera continuidad, bajo una renovación nominal, a los personajes mitológicos que atesoraban los Griegos.

 

 

 

Por intermedio de determinadas imágenes (inventadas, recreadas, exageradas) o historias fetiches ( leyendas o cuentos ) surge, siempre desde la forma, lo mítico. El observador, destinatario o receptor, decodifica estas imágenes, las interpreta, las nutre de sentido. Claro que las mismas, en forma precedente ya contaban con una carga significativa previa y consensuada (para los Griegos, Zeus era el dios del olimpo), para de tal forma cerrar el círculo de la lógica del mito. Un habla que nos da a entender algo, una historia colectiva, que tácitamente los pertenecientes a una comunidad, sellamos solapadamente, para que de tanto en tanto se manifieste y la volvamos a entender del mismo modo, o la modifiquemos o la transformemos (siempre y cuando nos transformemos culturalmente). Tal cosa es lo mitológico.              

 

 

 

En el mito nos encontramos con un esquema intrínseco de términos que son puramente formales y se les puede adjudicar contenidos diferentes. El significante (imagen acústica de orden psíquico), el significado (concepto) y el signo (relación de concepto e imagen) o entidad concreta. Esta tríada constituye el esqueleto formal de cómo está constituido el mito. Un ejemplo que nos pueda clarificar los conceptos, sería más que atinado. Un escritorio, con notables diferencias de las sillas enfrentadas. La que reposa contra la pared, tiene un respaldo inmenso y desproporcionado, está diseñado con un fino y lustrado cuero. En tal sección hay poca iluminación, pese a un elegante velador. En el otro sector, la silla es baja, de un material ordinario, y la luz es exagerada.   

 

El significante en nuestro ejemplo, es la diferencia obvia entre la altura de las sillas, y los contrastes con la iluminación, el significado es que en un lugar se sienta una persona que está por encima de la otra, y que además mantiene un halo de misterio o de poca claridad. El signo es sencillamente que las personas que por intermedio del poder (sea material o intelectual), acceden a una posición, siempre la tratan de señalar por todos los medios. Más si reciben al otro, al que en ese momento y en esa circunstancia, no tiene el poder que detentan ellos. 

 

La mitología política, desanda un derrotero, un camino, que se hubo de iniciar en el glorioso regreso de la democracia. Tanta sangre ridículamente echada a perder, en los años de plomo, transformaron en tótem a los actores políticos, quiénes recubiertos de este barniz celestial, fueron construyendo mitos que perduran hasta nuestro días y funcionan cómo emblemas de nuestra avasallada e indigna condición cultural.

 

 

Las viejas y recordadas cajas P.A.N (Plan Alimentario Nacional o algo por el estilo) que emanaban de la presidencia de Alfonsín, si bien eran una versión remozada del mito asistencialista creado por Perón (con las botellas de sidra con su imagen cómo paradigma) se constituyeron y constituyen (con el nombre de Plan Trabajar con Menem y Plan Jefes en la actualidad) en la sólida instauración de un Estado dadivoso( ni benefactor ni liberal), que se ajusta perfectamente a la idea de una nación envilecida por los lazos de vasallaje dignos de la época feudal.

Tras la crisis inflacionaria que produjo el estallido financiero y social de 1989, surgió un principio político, envestido de ribetes míticos. “No se puede contra el aparato”, el adagio hacer referencia a la imposibilidad de que un partido, fuerza, facción o líder opositor, pueda derrotar en los comicios electorales a quien represente al oficialismo. Los orígenes de este mito, provienen seguramente, de la frase popular y puebleril que afirma con sabia picardía, que en una carrera de equinos el que ganará es el caballo del comisario. No solamente porque existían pocas posibilidades, de vencer al animal, del hombre con mayor poder en el pueblo, lo más importante sea quizá, que existía un nulo deseo de triunfar sobre el poderoso (tanto por el temor a represalias cómo por la afección a la comodidad de mantener el estado de cosas). Salvo que la propia incapacidad del gobernante, haga que el propio gobierno se le disipe en las manos (tal como ocurrió en la crisis citada y que dio nacimiento simbólico al presente mito) el oficialismo jamás puede perder una elección y por tanto está condenado a eternizarse en el poder.

 

 

Esta conclusión, tajante y contundente, cobra entidad real en las disputas electorales. Los oficialismos o gobiernos de turno, de unos años a esta parte, si bien no pueden perder elecciones (si el ejemplo del caballo del comisario no vasto; hay que imaginar toda la colosal estructura prebendaria y financiera que no por nada se denomina “aparato”) pueden perder la gobernabilidad o pueden renovarse por la traición de los mismos socios oficialistas.

 

 

 

No por casualidad este mito se inicia con la pérdida del gobierno del radicalismo a nivel nacional, el partido opositor al ir palpando que la gobernabilidad se le iba de las manos a sus adversarios, en vez de pensar en la institucionalidad (no agrandar la crisis) pensó en el recambio político, en la toma del poder. En la primera oportunidad mediante los sistemáticos paros de la central de trabajadores y en la segunda ocasión, doce años después, mediante la revuelta gestada por los intendentes del conurbano (incluso hay varias causas judiciales por este tema). La única lectura que cabe (más allá de la tribunalicia que seguramente dormirá el sueño de los justos) es que el partido, facción o líder opositor, al encontrar una hendija, por donde puede verse herida de muerte la gobernabilidad, no tendrá otra alternativa que agrandar y agigantar, hasta conseguir finalmente que el sistema colapse, por unos días o semanas, y de tal manera ocupar el lugar “perdido” por el oficialismo.

 

 

 

La oposición, como naturalmente ocurre con las oposiciones políticas, ansía llegar al poder, pero al no poder triunfar en el ámbito señalado por la constitución y los principios democráticos, busca exhaustivamente hendijas, huecos, filtraciones del oficialismo, para agrandarlas y hacer que el partido gobernante, pierda la gobernabilidad para luego, perder el poder.

El mito de que ”no se puede contra el aparato” y que nos da a entender que el oficialismo jamás puede perder una elección, al estar tan asimilado tanto en la clase dirigente como en la ciudadanía, condiciona con vehemencia, los escenarios políticos e institucionales.

 

Los recambios o renovaciones de fuerzas políticas o de nombres, no sólo pueden darse por estallidos sociales o la continua pérdida de la gobernabilidad, se dan también por las escisiones o traiciones que se producen dentro mismo del oficialismo. Esta es la segunda y última alternativa con la que cuentan los opositores para acceder al poder. Es decir el propio Kirchnerismo puro, Cristinismo o Camporismo o la suma de todo esto, podría estar siendo una futura víctima de que Daniel, una vez en el poder, genere desde allí el “Sciolismo” y chau proyecto nacional, popular y democrático, con banderas e íconos incluidos.

 

Al finalizar una elección, en la cual no se le pudo vencer al aparato, al ganador se le rinde pleitesía desde todos los sectores. No se trata de una mera actitud obsecuente, sino de una estrategia política. En la asunción del ganador, se habla de generalizar lo particular (todos somos argentinos, todos queremos el bien de la patria, todos...) para que en definitiva, todos, tanto oposición como oficialismo, no se queden fuera del reparto de la cosa pública. Al gobernante le conviene tener un amplio respaldo, casi absoluto, y a los opositores no les conviene enfrentarse al gobierno en épocas no electorales.

 

Este proceso se termina de consolidar, cuando los oficialistas llegan a tal número cuantitativo, que lisa y llanamente, sobran. Desde el núcleo gobernante, surgen las alternativas más válidas de oposición. Hace no mucho tiempo atrás, esto era considerado una traición, en la actualidad es uno de los recursos más utilizados. Los ejemplos se pueden mencionar a borbotones. Raúl Romero Feris en la provincia de Corrientes (llego de la mano del pacto autonomista-liberal y en el gobierno fundo su propio espacio, el partido nuevo) Gildo Insfrán en Formosa (llegó de la mano de Vicente Joga y en el poder lo abandono) Los Zamora en Santiago del Estero (acompañando hasta el cementerio a los Juárez y superándolos en imitación de un sistema feudal).

 

La mitología política, de cómo llegar al poder (dando un golpe o traicionando) y que hacer una vez en él (repartir dádivas) absorbe actos institucionales y republicanos (votar) y también los transforma en mitos. Mucha gente aún sigue creyendo que en las elecciones se eligen a los representantes. Muchos niños no salen a divertirse a la siesta por temor al pombero o al hombre de la bolsa. Son mitos, invenciones supuestamente reales que la incorporamos como dogmas, y que poseen una finalidad. En un caso que los infantes no salgan de la vista y el control de sus padres, en otro que la gente no salga del yugo y la subordinación del patriarca o patrón.

 

El democraticio

La violencia del estado que en la actualidad se traduce en su sobre-presencia en ciertos sectores a costa de la ausencia del mismo en vastas áreas y bolsones, la sobreactuación de un supuesto sentir o hacer democrático, en donde sólo se ejerce una dudosa “aclamatoria” de mayorías (sistemas de preselección de candidatos cerrada, como internas que no se llevan a cabo, que transfieren el sentido de elegir por el de optar, entre quiénes ellos, de acuerdo  a sus reglas disponen que tengamos que optar, es decir elegir condicionados) debería estar tipificado en la normativa, como uno de los delitos más flagrantes contra las instituciones y el pleno ejercicio de la libertad, de tal manera, la ciudadanía no tendría excusas como para no “levantarse” en puebladas, en manifestaciones que dan cuenta de la total y absoluta anomia, en que la incapacidad de cierto sector de la clase política nos puede volver a conducir. Propuestas es lo que sobran, se precisa de predisposición de estos para hacerles sentir a la ciudadanía que algo determinan, con el pago de sus impuestos y con sus votos. En tiempos electorales, una práctica que debería ser desterrada y que es una muestra expresa del democraticidio, es la compra de votos, mediante una dádiva, prebenda, por intermedio de corte de chapas, dinero, mercadería, merca o lo que fuere. Como también lo es la no sanción de los hechos de corrupción, o la dilación en demasía para resolver los mismos, perpetrados por hombres que hayan pertenecido a al funcionariado público.

 

Posibilidad de Respuesta a la pregunta:

Hacer visible, en la contundente forma, de que todos aquellos a los que nuestro sistema tiene afuera, valen como voto el número de cinco (5), nos impelerá a trabajar seriamente en generar una democracia verdaderamente inclusiva, más allá de los detalles de lo ideológico, lo partidario o lo cultural de cada pueblo que se precie de habitar y de convivir bajo un régimen en donde la representatividad, no tenga vicios de origen, o apañe situaciones históricas de desigualdad, injusticia y marginalidad, para sostener la perversa mentira de que todos en la misma proporción tenemos la misma contemplación del  estado, del que sí, en este caso, sin excepción todos hemos cedido en nuestra libertada política para su conformación.

Finalmente, creemos haber objetado formal como racionalmente, uno de los principios por antonomasia de nuestras democracias representativas (“Un ciudadano, un voto”) demostrando lo tópico del mismo (un catálogo de lugares comunes, puntos de vista que gozan de aceptación generalizada, o como se define la tópica en sí, el arte de hallar argumentos, pero que no constituye la formulación de un razonamiento válido o que se su conclusión se desprenda de sus premisas) y contrarrestándolo con la propuesta inequívoca, tendiente a compensar lo que no ha devuelto el contrato social, en el momento electoral, el día en donde los ciudadanos pueden ejercer su derecho a elegir a sus representantes. A los efectos de que, de esa premisa principal del gobierno del pueblo, o la voluntad de las mayorías, con la que se presentan en título de molde las democracias, aquellas deben ser contempladas no en su individuación, sino en la consideración que ha tenido ese mismo estado, para con ella. El concepto de pobreza es clave para definir quiénes podrán tener la necesidad de ser compensados, de ser empoderados, pues esa misma condición, no podría ser tal, en caso de que el contrato social, firmado tácitamente por todo y cada uno de los ciudadanos miembros, funcionara asertivamente. Contar con las informaciones que emanen de un foro de un organismo internacional para determinar, a quiénes se considera pobres y a quiénes no, bajo un resultante, regido por el ingreso de cada persona, es el método menos indiscutible para llevar a cabo la división de votantes, o el padrón electoral entre los que su voto valga uno y entre los que su voto valga cinco. Cinco como número medio, entre los extremos de los dígitos, que plantea más ecuanimidad que proporcionalidad (en lo que no se puede determinar, por ejemplo la distancia o lo que genera de ella, entre alguien que tiene y el que no tiene, o el rico y el pobre) generando, asimismo, una facilidad de hecho en su implementación práctica, concreta y efectiva, que consideramos, fortalecerá la relación entre representantes y representados, es decir contribuirá con la legitimidad que sostiene la vinculación de política, con los políticos, reformulándose el contrato social (en el aspecto nunca antes planteado de lo que ocurre cuando no cumple para aquello para lo cual fue creado) , y autenticando la democracia en sus principios más básicos y elementales   

 

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