Viernes 29 de Marzo de 2024

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  • 20º

ANÁLISIS

16 de septiembre de 2015

La Agonía de la Democracia

En los últimos años, más de un teórico político ha reflexionado sobre las “paradojas” actuales que genera el régimen político democrático liberal. Podría citarse sólo a algunos autores paradigmáticos como Chantal Mouffe que ha planteado La paradoja democrática, (2003) Noam Chomsky, por su parte, ha hablado del miedo a la democracia (2004), Jacques Rancière ha analizado lo que denomina El odio a la democracia (2006), en tanto que últimamente Tzvetan Todorov, ha anunciado los peligros que implican los enemigos íntimos de la democracia (2012). Por Cristian Andino.

Sin pretender ser reduccionistas, nos animamos a plantear al menos cuatro claves que pueden ayudarnos a pensar el fenómeno y desde las cuales la mayoría de los teóricos políticos de la democracia tratan de plantear el problema: primero,  desde la consideración de la ambigüedad del fenómeno democrático actual por ser éste resultado de la contingente confluencia de dos tradiciones distintas: la tradición democrática y la tradición liberal.  Segunda, desde el significado revolucionario claro y preciso de “democracia” que debe ser recuperado. Tercera, desde la consideración  de que los gobiernos  autoproclamados “democráticos” son en realidad oligarquías con forma representativa, que desde la apropiación del poder económico, anulan la participación popular y, cuarta, desde la necesidad de una urgente reforma democrática considerando algunos peligros que le devienen principalmente desde dentro. Atendiendo la primera clave, se considera que no puede haber una integración o conciliación última entre democracia y liberalismo, dado que ambos  parten de principios no sólo distintos, sino también contrapuestos. Los que sostienen esta premisa argumentan, por ejemplo que los principios democráticos de participación y de soberanía se asocian a una identidad colectiva que corre el riesgo de dejar en suspenso los derechos de libertad e igualdad individuales; por otra parte, los mismos principios liberales de libertad e igualdad individuales serían incapaces de fundamentar la unidad política colectiva, donde necesariamente han de ejercerse.   La segunda clave la expresa con radicalidad Rancière al afirmar que política y democracia son lo mismo. Si no hay democracia no hay política, sino sólo la lógica policial del Estado que rige la  distribución jerárquica y arbitraria de  los espacios sociales públicos mediante “consensos” que eliminan todo “desacuerdo”.  La democracia para Rancière es un espacio común que se apropia de lo “público” que el Estado quiere acaparar en exclusiva. De allí que este sistema político sea considerado siempre un escándalo para las diversas élites. Desde esta aproximación, la democracia es más que sólo una forma de gobierno sino la radicalidad de dar la palabra y el poder a todo individuo sin exclusión. Desde el tercer principio se infiere que la democracia, desde su orígenes griegos, consistió en el arte del buen gobierno de parte de aquellos que no aspiran el poder, de ahí que -en contraposición al ideal político moderno- el peor sistema democrático (demagógico) es el de los que aman el poder y utilizan toda clase de artilugios para conquistarlo. En la actualidad, esto se traduce en la “representación” política de  sectores que ostentan el poder económico, jurídicamente legitimado por un sistema representativo, de carácter oligárquico que acapara la “cosa pública”. Con ello, el pueblo -legítimo depositario del poder formal-queda excluido de la política, con consecuencias nefastas que van desde posturas mesiánicas, populistas,  ultraderechistas y hasta de fundamentalistas religioso-dogmáticos. Atendiendo este anquilosamiento del poder en estructuras oligárquicas,  autores como  Giorgio Agamben, no han dudado en calificar a estos sistemas  como “estados de excepción”, es decir, como campos de concentración encubiertos, sin posibilidad de fundamentación jurídica justa. Las claves anteriores, nos llevan a plantear la crítica de los “vicios” democráticos como cuarto frente de análisis, que a su vez supone el análisis de los fundamentos ontológicos de “lo político”. En dicho análisis sobresalen las diversas concepciones del “poder” que deben ser articuladas por medio de las instituciones y su conjunto de prácticas “políticas” que garanticen un cierto orden que permita la coexistencia humana en condiciones que son  potencialmente conflictivas. La crítica de los “vicios” democráticos se enfoca, fundamentalmente,  en desenmascarar al sistema económico que ha producido  una masa de  individuos consumidores sin límites, sin sentido del bien común y preocupados en defender únicamente  sus intereses particulares.  Así las cosas, la crisis de la  democracia representativa, se profundiza por la aparición de una élite política que no se logra desarticular  por falta de participación popular, situación a la que contribuye notablemente los medios masivos de comunicación al infundir miedo, desesperanza y fatalismo en la población. Posibilidades, peligros y desafíos democráticos Apesar de los obstáculos mencionados anteriormente, el camino a la democracia va encontrando de apoco nuevas luces y senderos que transitar, pues somos testigos de un  levantamiento generalizado de los sectores excluidos, que reclaman con fuerza su espacio de participación y, al mismo tiempo, niegan esa política que los excluye y margina. Plantean entonces otra política desde las márgenes, fuera de los espacios tradicionales, desde las periferias urbanas y  rurales en reclamo del “poder” que ha sido arrancado de sus manos.  Con todo, hay una serie de cuestiones que el sistema democrático debe resolver en pos del “demos” y que fundamentalmente implica la modificación de las bases del sistema productivo. Es perentorio consolidar un sistema productivo que incluya a los sectores  marginados, ya no por medio de la falsa expectativa de acumulación y esfuerzo individual, sino por medio de la cooperación compartida en la producción comunitaria, en un sistema que permita la vida  digna de toda la sociedad. El cumplimiento efectivo de estas premisas es urgente, pues  el actual sistema “democrático” no podrá aguantar el estallido social que implica el hambre y la imposibilidad de vida de gran parte de la sociedad. De no tomarse las medidas correctivas seguiremos asistiendo, ya no a la agonía democrática, sino a la  agónica muerte de más excluidos que hoy mueren de hambre clamando en su miseria un mundo mejor. 

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