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ANÁLISIS

8 de septiembre de 2015

La política y la felicidad

Hemos escuchado a millares de políticos a lo largo de decenas de años, prometernos todo tipo de “bajadas de luna”, que van desde la posibilidad de comer con la democracia, hasta que los sueños se cumplan, de que nos traigan aire fresco y que nos amen, pero ¿porque la felicidad, es acaso, la barrera en la cual mueren todo tipo de promesas electorales, es que nadie se anima a prometernos a ella? Probablemente pocos sepan o pretendan saber de que se trata y eso es lo que intentaremos averiguar. Por más que política y felicidad, parezcan términos que sen excluyentes, en un a priori significante, iremos contra todos los libros.

El sentido mismo de las cosas, es la instancia o el concepto máximo de la filosofía, la ciencia de las primeras y las últimas causas, el porqué del todo y de la nada, el origen y el final, como la vida y la muerte. El poder, pocas veces se ha logrado integrar con lo filosófico, algunos rescatan el Perón del Congreso Mundial de Filosofía en Mendoza.

Sin embargo, lo que parece lejano, en verdad es profundo, las raíces, los orígenes, los valores.

 

Los conceptos, como construcciones temporo-convencionales, adquieren jerarquía por intermedio de los sistemas establecidos.

El mundo, como proceso histórico-dialéctico, se manifiesta a través de las elaboraciones que necesariamente parten del intelecto humano.

El individuo como ser existencia dentro de un espacio social, posee límites naturales los cuales obligadamente intenta superar.

Lo general y lo particular, como abismales extremos, predeterminan axiomáticamente las verosímiles respuestas al todo y la nada.

A partir de las innegables afirmaciones, la dinámica del propio proceso capitalista se aboca a la completa destrucción (ideológica) de una forma particular de existencia, nominalizada como occidental o postmoderna, la cual hace preponderar elementos tan aleatorios y secundarios como vacuos y execrables, llevando de esta manera, al individuo en cuanto tal, a una extrema incoherencia que lo sitúa en los márgenes de la irracionalidad.

Desde el punto de vista objetivos, los argumentos se muestran (decir son, sería muy arrogante) como inexpugnables, teniendo en cuenta además los contados individuos con la suficiente capacidad y preparación como para intentar una cierta comprensión, por la situación anteriormente comentada, por más que el acabóse económico ha iniciado su verdadero y desbarnizado cometido.

De esta manera prevalecerán los juicios netamente subjetivos. Nada explica lo que no tiene explicación, tan sencillo como irrisorio a la vez, pero lo único que no carece de sentido.

Tan sólo escuchar hablar de que lo importante es encontrar el sentido, o crearlo, fabricarlo, pero tan solo escuchar que un político ha dado en el centro de la esencia de las cosas, explica mucho, casi todo, diríamos

 

Ya Aristóteles con relación a la moral que sustenta este término, más que nada con la perspectiva subjetiva del bien, después Santo Tomas de Aquino para hablar un poco de las escolástica lo define como un acto de voluntad dirigida hacia un determinado lugar, dios en el caso de Santo Tomas. Brentano con todo el absorbimiento de las líneas de pensamiento moderno nos brinda más que nada una cuestión gnoseológica, ligada con un psicologismo.

 

Husserl a comienzo de este siglo XX funda toda su filosofía a través de este término. Este recorrido burdo, subjetivo, incompleto, irreal, intenta mostrar una afección del pensar; creo que una cuestión que también habría que definir es el patrón fundante y radical,  es el momento sin ningún sentido histórico, con un sentido temporal. Me refiero a esto por el hecho de que hoy por hoy, las líneas de pensamiento que predominan  si no van a la par de los acontecimientos, que van atrás, algo llamativo original como preocupante y pernicioso, esta afección a la que hacia referencia fastuosa en el sentido cualitativo esta relacionada con la formación de verdades.

 

Platón puede ser el fundador de la filosofía occidental como un mero literato, Wittgenstain puede ser un gran analítico, como un simple reduccionista. Sartre puede ser un gran pensador, como un iconoclasta con ambiciones de poder. Considero que estos individuos y otros con las mismas causas son juzgados en tribunales a temporales, generalmente capitaneados por jueces que solo consiguen notoriedad y que de alguna manera a expensas de ese banquillo de los acusados logran lo que desean; pienso que hay demasiadas alternativas y demasiadas preguntas como el hecho de si seguir sumando hojas a los interminables expedientes, si citar a los testigos principales de estos casos, que podrían ser los célebres comentadores, los eruditos académicos, si dictar una sentencia o si comenzar de fojas cero.

 Pero sí algunos ya se preguntaron acerca de la felicidad y su posibilidad en lo humano, fueron los Griegos, y a ellos recurrimos.

Sólon y Creso.

 

Creso, según los textos antiguos, era el rey de Lidia (en Asia Menor). Su reino era rico y él se consideraba el más afortunado de los hombres, y ha pasado a la leyenda como ejemplo de cómo la desgracia puede acercarse a cualquier hombre por grande que sea.

 

La historia comienza cuando Solón, uno de los 7 sabios de Grecia y Legislador de Atenas, tuvo a bién dejarse caer por allí, y Creso le atendió como merecía. Ya puestos, le enseñó todo su poder, sus tesoros y objetos de plata y oro, símbolo de riqueza extrema en la antigüedad. Una vez se lo hubo enseñado todo, le preguntó:

 

- Huesped de Atenas, tú has viajado mucho y has conocido a mucha gente. Dime, ¿quién crees tú que es el más feliz de los mortales?

 

Solón se tomó su tiempo para contestar:

 

- El hombre más feliz que he conocido es Tellus de Atenas. Vivió en un tiempo en que su ciudad natal dominaba el mundo, tenía hijos hermosos y buenos y alcanzó una edad respetable. Finalmente salió victorioso en una batalla por su patria y los atenienses honran su memoria.

 

Algo mosca (pues esperaba otra respuesta en la que evidentemente apareciera él), Creso preguntó entonces quién era el más feliz después de Tellus. Y Solón respondió:

 

- Los hermanos Cleobis y Biton. Su madre, que era sacerdotisa, debía ir al templo por cierta fiesta, pero no fue posible traer a tiempo los bueyes del campo. Entonces se uncieron sus hijos al carro y la llevaron al templo, que estaba a una milla de distancia. Los hombres elogiaron a los muchachos por su enorme fuerza y tamaña hazaña, y a la madre por tener tan buenos hijos. En su felicidad, que también era su locura, la sacerdotisa entró en el templo y rezó para que los dioses dieran a sus hijos lo mejor que se pueda dar a un hombre. Así las cosas, los hijos se adormecieron en el santuario y murieron. Su madre conoció entonces que lo mejor que le puede pasar a un hombre es morir en su juventud, cuando no conoce aún la amargura de la vejez. 

 

Ya francamente irritado, Creso se quejó, o bramó más bien, que era un desprecio terrible comparar su felicidad con la de unos vulgares ciudadanos de Atenas. Solón se mostró tranquilo:

 

- Actualmente eres muy rico y dueño de muchos pueblos, pero antes de su muerte nadie debe considerarse feliz. Muchos a quienes los dioses colman de felicidad han caído más tarde en la más amarga miseria.

 

Creso oyó la respuesta, pero su soberbia era más grande que la sabiduría de Solón, así que lo echó de su reino. Algún tiempo después iba a comprobar de forma dolorosa cuánto debía haber escuchado, al decidirse a intervenir en los asuntos de Persia. POr aquel entonces, Ciro estaba logrando elevar un potente imperio justo en la frontera de Lidia. Antes de hacer nada, por prudencia, envió mensajeros a Delfos y esta fue la respuesta del Dios:

 

"Si Creso traspasa el río Halis se derrumbará un gran imperio".

 

Dando Creso por seguro que podría destruir el imperio persa, reunió a su ejército y se lanzó contra Ciro. Pero en la batalla entre ambos reyes, Creso fue el perdedor, Sardes fue tomada al asalto, el tesoro fue saqueado y el propio Creso fue hecho prisionero. Llevado encadenado a presencia de Ciro, escuchó su sentencia de muerte: Ser quemado vivo en la plaza de Sardes. Hasta entonces el infeliz rey había permanecido en silencio, pero cuando las llamas comenzaron a prender la pira se acordó de Solón y comenzó a sollozar su nombre: ¡Solón, Solón, Solón!....

 

Ciro escuchó su quejido y envió a sus intérpretes para tratar de averiguar qué significaban esos gritos. Al escuchar el gran rey la historia de Creso y Solón, se conmovió, y pensando en las mudanzas de la fortuna mandó sacar a Creso de la pira y desde entonces le mantuvo en su corte.

 

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