ANÁLISIS
16 de agosto de 2015
Apología bestial a los sin nombre. La arquitectura de la parodia.
La época invernal bien se podría decir la gélida caricia de una navaja filosa que rebana, corta las más sutiles expectativas, sucumbe un sueño tremolo irrealizable, insostenible. Así andan los prójimos para algunos, hermanos para otros, caminado sobre abarcas, mientras los pies abominan la verdad revelada mientras se resquebrajan, se van muriendo. Por Carlos A. Coria García.
Es el sacro estupor de creer que estamos bien, que vamos para adelante como la caravana que acompaña un féretro a Campo Santo. El frio estridente corre el velo de una putrefacta pero no asombrosa realidad. Siglo XXI que llego y seguramente pasara sin enterarse que todavía persisten mujeres, hombres y niños en las realidades de nueve siglos atrás, que ahogan sus penas en un aguachirle imaginario.
El imperio de la buenaventura para algunos se escuda en murallas anchas y altas, relegando la otra cara, la de los marginados que en desolación marcan con un trozo de carbón sobre una piedra los días que corren y se acercan las jornadas de dádivas, bolsitas, cajitas, únicos momentos en que el estomago en regocijo sabe que hallara por un tiempo corto al menos, dos comidas diarias, mientras los movimientos del aire que sale de la boca que concluyen en promesas que perecen antes que un mosquito en invierno.
Se aproxima el día del niño y caerán como las bombas de la segunda guerra mundial, en bandas aves carroñeras a organizar los festejos, darles algo, un aliciente a tan paupérrima vida los dueños y señores de los publico acampando con su gente asalariada en lugar de exigir el cumplimiento estricto de los derechos humanos de la niñez.
Si acaso viene en tema podríamos comparar tal inmenso vacío a la arquitectura antigua, el Partenón básicamente es una construcción trilítica, apoyada sobre tres piedras, dos verticales y una horizontal, todo esto tiene una razón espectacular, resulta que para el griego importa más que toda cosa el hombre y su deslumbrante racionalidad. Por el contrario el hombre medieval levanta fastuosos castillos y catedrales como la Sainte Chapelle es que el hombre del mundo medieval es expresividad en clara ausencia de algo y lo que le falta es el “ser”, en contrario al griego que es plasticidad, pura presencia, lo que importa es el hombre.
Viniendo de la Hélade observar tal atropello a todo sentido común es como entrar en un inmenso horno y quemarse vivo, en donde la fotopolítica está a la hora del día para mostrar semejantes festejos por cuanta red social exista, como la arquitectura medieval, al otro día todo será ausencia y el pisoteo de los derechos humanos de esos niños seguirán y despreciados por los bufones del día anterior, en una inhumana jerarquización social.
Mientras creamos una apoteosis y creemos en la figura paternal, protectora de todo mal, nos sujetamos en perversos usurpadores del destino que intentan unificar una verdad que a contrario sensu se multiplica, el frio pasa, hace lo suyo, y de pronto un milagro ocurre y nos anoticia de tal calamitosa muerte de un hermano a manos del frio natural.
Abordando el camino sinuoso de una gloria que es mental más que material, cuatro postes y unos cuantos metros de bolsa que se balancean como péndulos o los mocos que cuelgan de los pibes, abrigan espíritus alejados de toda sofisticación, llegar hasta ellos implica una epopeya pantanosa, un fuego de troncos húmedos y la pequeña ollita tan negra como los promitentes, aguardan un agua salada y tres huesos a hervir.
Bajo que pretexto o auspicio hay que continuar soportando a un Estado invadido de egos, sublimes vozarrones que acuden a glorificarse como únicos hacedores, inmortalizando su paso en toneladas de cemento, en mirada sospechosa un alma ve una hermosa fuente nueva en la plaza mientras la gazuza y el frio susurran en su oído: se olvidaron de ti y de los tuyos. En muchas ocasiones se prefiere el ornamento y se mira con higa a quien socaba tal hermosura efímera y débil.
Un día de estos un arpeo se sujetara fuerte y las murallas de la realidad apócrifa será invadida por los sin nombre, que hace añares soportan sobre sus almas el estigma de la marginación, y todo este texto es una apología a fin y al cabo, es que el derecho a una humanidad digna e incondicional, en el instante que ellos decidan tal acto heroico encontraran en esta pluma las alabanzas y en estas manos empuñada una espada, es que la justicia con la balanza y sin la espada no es tal, el miedo no es a la muerte sino a no morir por algo que valga la pena.
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