ANÁLISIS
17 de mayo de 2015
¿Es lo mejor que tenemos?
Hace veinte años, era aceptable que nos dijeran que antes que la dictadura, esta democracia era más que una fiesta cívica, o el paso previo a lo perfecto. Sin embargo, se acumulan décadas, en donde esta incertidumbre democrática, se pretende sostener bajo pretensiones académicas como “democracia inacaba” u otros eufemismos que intentan que las próximas generaciones, es decir dentro de algunos lustros y sin que ya le podamos decir a ellos que lo democrático es lo mejor, ante la dictadura (que será una cuestión historicista en tal momento) puedan llevarse puesta, esta simulación de elegir, cuando en verdad, es un pérfido sistema enquistado por los intereses de una minoría que nos impele a optar entre los que ellos deciden que tenemos que, y aquí cambian el concepto, “elegir”, de acuerdo a lo que establece lo que entiende como “la democracia”.
Sinónimo por antonomasia de elitismo y sectarismo, alimentando un tufillo nauseabundo de oligarquía feudal, la figura de la “Mesa Chica”, es la que describe con mayor verosimilitud, la manera, el mecanismo y la forma, en que se resuelven muchas de las ofertas electorales, que nos impusieron, nueva y consuetudinariamente los partidos, para elegir nuestros representantes.
Ningún dirigente o agrupación partidaria, escapan a las responsabilidades políticas que les caben, y que nuevamente, nos conducen a la marginalidad cívica.
Ni las convocatorias a internas apresuradas, símiles a pantomimas sólo comparables con las circenses elecciones de la década del ´30, ni la supresión de las mismas, dado el acortamiento de los plazos electorales, generarán que la sociedad, participe en un grado tal, que signifique el cumplimiento de lo establecido en nuestra carta magna, que es ni más ni menos, que una forma representativa, república y federal de gobierno.
Tampoco se debe, estrechar, irresponsablemente el análisis, tal como acostumbran a hacer quienes disponen de micrófonos, solventados por siderales pautas oficialistas y opositoras, o quiénes habitan en la lógica binaria e infantil, de considerar, que las acciones y los hombres, se dividen en estratos definidos, y enfrentados, entre buenos y malos (o izquierda o derecha, o cuanto antagonismo se fuerce a presentar municipalismo vs provincialismo). La observación, de la primacía y del reinado, de la mesa chica, debe ser incluyente, a la sociedad toda, que actúa como partícipe necesario.
Divididos en un sistema de castas, mezcla del establecido en la India y del régimen feudal de la época oscura, los correntinos somos tan obedientes, que aceptamos obcecadamente, morir, antes que incumplir una orden o mandato que provenga de las esferas encumbradas. Esta es la única razón, por la cual, el conflicto bélico de Malvinas, se recubrió de tanta sangre de coterráneos. Podríamos seguir ahondando, o fortaleciendo el argumento, con ejemplos concretos. Cada uno de ellos, daría para extensas y profusas notas de color. Desde los índices, elevadísimos, de violencia familiar, hasta la conquista de los primeros lugares en pobreza y marginalidad, tienen explicación en la obediencia debida que se, traduce en valentía para morir (por los de arriba) y cobardía para vivir (por nosotros mismos).
No se trata aquí, de plantear como salida, una revolución épica y sangrienta, tales como la Francesa y la Bolchevique, y por tanto nada más lejos que instigar a la quema del guaraní y de sus parroquianos (como sí ocurrió en nuestra historia oficial que se nutre de “milagros de rayos” que no son más que la validación simbólica del genocidio del pueblo guaraní que se lava como festejo fundacional de nuestra ciudad).
Simplemente el planteo, discurre, a los fines de que la Mesa Chica, al menos no lo parezca tanto, y que los que acostumbran a decir a todo que sí, alguna vez se manifiesten, organizadamente por un no.
A fin de cuentas, no tendría que ser un esfuerzo mayor, para los que atornillados en los tableros pequeños, dejen sumar sillas, para que los conciliábulos no se den en estrechos locutorios, y sí se puedan dar, en los ámbitos de un aula magna o en algún estadio de club de barrio.
Instando a un diálogo político, entre los dueños de las lapiceras, o unificando los criterios institucionales para convocar a elecciones, hubieran sido acciones, amables o con apariencia republicana, que en nada perjudicaría a los omnímodos del poder.
Sin embargo se ha optado, por forzar a la ciudadanía, a que nueva y obcecadamente, obedezca sin pruritos. Las execrables imágenes del pobrerío, que suben como ganado a un destartalado ómnibus, en donde se le da la boleta y las últimas instrucciones para que “vote bien”, se repetirán varias veces este año. Nadie en una provincia donde la realidad pega duro, puede desear seriamente que estas imágenes, de un día para el otro, dejen de darse.
Conocedores del pueblo manso, disciplinado y sumiso, que tienen en manos, saben que así sean 10 las veces que se tenga que votar, ahí estará el chamigo, llueva a cántaros o con sol radiante, cumpliendo la orden, el mandato, por más ilógico que fuere. Nadie le pide a este, privado de educación, de trabajo y condiciones de vida digna, que debata sobre la Coparticipación Federal con el Ministro de Economía. Con tal que, en vez de pedir dinero o comida por el voto, solicite trabajo o herramientas, o una parcela de tierra, el sí obsecuente y parasitario, se irá transformando en una, adecuada y correspondiente, petición ciudadana.
Por imperio de la física, mientras más chica resulte la mesa, menos poder de incidencia tendrá, por más que le parezca, a los contertulios, que seguirán hasta la eternidad como están. No porque el pueblo manso, de un día para el otro, irrumpa sobre la misma y sus ocupantes, sino más bien, porque a medida que se reduce la tabla, y se va expulsando, a los pocos integrantes (en vez de invitar a otros, y hacerla más extensiva) alguno de ellos, preso del enojo que le cause el ser despedido, podrá patear el tablero y dar fin al juego, tal como ocurrió, no hace mucho tiempo atrás, y que conducen, inevitablemente, a las, cada vez más habituales, épocas de Intervención Federal o la judicialización de la política que en términos reales vendría a ser lo mismo. Hasta que un día, tras décadas de observar esta pantomima del cuál por acción u omisión, somos todos responsables, se vengan, cuál aluvión zoológico, aquellos más marginados, los que la vienen pasando mal desde hace tiempo, para que muchos la pasen genial, y arriba de los escritorios de sus representantes, lejos de sus barrios marginales y sin nada que perder, los echen a patadas a estos y le pregunten ¿Y vos a quién representas? Para que esto no ocurra, la solución no pasa por no plantarse, no imaginarlo o no escribirlo, como vos, lo podes creer crack, al contrario, debemos ponernos a trabajar en base a este supuesto, de lo contrario, caeremos indefectiblemente y antes de lo pensado, en el mismo.
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