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ANÁLISIS

19 de abril de 2015

El malestar en la política y el sadomasoquismo de la dirigencia

La primera parte del título hace referencia a uno de los textos más logrados de Sigmund Freud, por su poder de síntesis y claridad conceptual, el mismo va tras la finalidad del ser humano en su doble meta de alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento, generalmente se lo traduce como malestar en la cultura o la civilización, y una conclusión bien podría ser; lo que sacrificamos en pos de no sufrir y la pregunta sí para evitar dolor, acaso no postergamos la felicidad. En nuestra política cotidiana sucede lo mismo (en capital el caso reciente de no saber aun cuando se vota para concejales), ¿acaso a expensas de evitar caer en autoritarismos, en regímenes absolutistas, no estamos absteniéndonos de tener o de exigir una democracia más representativa?

Para los que no son lectores especializados y para ciertos incautos, aclaramos que la cita que hacemos a continuación no quiere, ni tiene por objetivo, destacar lo sustancial del texto de Freud, sino lo que consideramos que es atinente a lo que deseamos transmitir en el artículo, Sigmund se pregunta y pregunta: “¿Por ventura no significa nada el que la Medicina haya logrado reducir tan extraordinariamente la mortalidad infantil, el peligro de las infecciones puerperales, y aun prolongar en considerable número los años de vida del hombre civilizado? A estos beneficios, que debemos a la tan vituperada era de los progresos científicos y técnicos, aun podría agregar una larga serie -pero aquí se hace oír la voz de la crítica pesimista, advirtiéndonos que la mayor parte de estas satisfacciones serían como esa «diversión gratuita» encomiada en cierta anécdota: no hay más que sacar una pierna desnuda de bajo la manta, en fría noche de invierno, para poder procurarse el «placer» de volverla a cubrir. Sin el ferrocarril que supera la distancia, nuestro hijo jamás habría abandonado la ciudad natal, y no necesitaríamos el teléfono para poder oír su voz. Sin la navegación transatlántica, el amigo no habría emprendido el largo viaje, y ya no me haría falta el telégrafo para tranquilizarme sobre su suerte. ¿De qué nos sirve reducir la mortalidad infantil si precisamente esto nos obliga a adoptar máxima prudencia en la procreación; de modo que, a fin de cuentas tampoco hoy criamos más niños que en la época previa a la hegemonía de la higiene, y en cambio hemos subordinado a penosas condiciones nuestra vida sexual en el matrimonio, obrando probablemente en sentido opuesto a la benéfica selección natural? ¿De qué nos sirve, por fin, una larga vida si es tan miserable, tan pobre en alegrías y rica en sufrimientos que sólo podemos saludar a la muerte como feliz liberación?

Parece indudable, pues, que no nos sentimos muy cómodos en nuestra actual cultura, pero resulta muy difícil juzgar si -y en qué medida- los hombres de antaño eran más felices, así como la parte que en ello tenían sus condiciones culturales”.

Cabe arriesgar, quizá como tesis de artículo, no doctoral o para el claustro, que probablemente la dirigencia, social y política, este acendrada en sustancialidad sadomasoquista.

En este paréntesis, que nos encarrila en la normalidad o mejor dicho que nos habla acerca de lo que no es lo común o normal, es decir lo que se dice o acepta habitualmente, nos consideramos aptos, para emitir un “diagnóstico mediático, no de una personalidad política individual, sino de la clase política en general”, para ello no consultaremos con un médico, sino con un sadomasoquista confeso (pues desde tal hipótesis partimos) que además es escritor, la siguiente es la definición que nos da Nicolás Fiks:

“No hablaré de la historia del sadomasoquismo pues mi intención no es demostrar nada (los profesores demuestran), simplemente me limitaré a hablar de algunas variantes de este sentimiento ambiguo que se manifiesta únicamente en aquellos que no sólo se vanaglorian de su actitud de marginales, sino que además llevan esta hasta sus últimas consecuencias (no es el caso, por ejemplo, de muchos idiotas que concurren a Réquiem o a fiestas Fetiche vestidos de cuero pero que no saben nada del verdadero sentimiento dark).

Deambulé durante años en terrenos anti-edénicos, en donde la inocencia era un fútil estado y los pasos de Yaveh en los atardeceres no me amedrentaban. No quiero decir con esto que mi actitud haya sido la correcta, o tenga que ser imitada; creo que no sólo hay que poseer un instinto herético hacia determinadas imposiciones religiosas, sino que además un cierto desapego por la vida y la dignidad propia.

Me persuadí de lo pueril del acto sexual desde muy temprana edad.

Considerándolo tan aburrido y carente de sensaciones como comer o ir al baño. Intenté por todos los medios, colorear mis encuentros carnales con dosis de lascivia y de extremismos sadomasoquistas.

Es bueno recordar, que la mínima falla en todo este sacro teatro del placer y del dolor, puede acarrear disgustos, y ocasionalmente, daños no queridos. Si bien la mayor parte de las veces, estos encuentros se dan con prostitutas, ¡benditas meretrices!, en una relación de pareja también pueden hallarse este tipo de juegos.

Aquí, si bien es Eros quien impera, no quita que sus integrantes, por más enamorados que estén, no puedan sumirse en los desiertos de Sodoma y Gomorra.

Es decir; debe haber un vínculo muy estrecho para soportar humillaciones y castigos de la persona que amas, y una veneración aún más fuerte, para luego dejarte sanar las heridas que te pueda haber causado.

Sabiendo desenvolverse en este terreno, la pareja descubrirá que el amor que los une, es aún más profundo de lo que creían”.

Tras este abordaje a pleno del sadomasoquismo, a las claras está que para los practicantes es inescindible el sufrimiento del placer, y que transitar los caminos del mismo, requiere al menos, tener una cierta edad, como para elegir (sea conscientemente o inconscientemente) y que la esta práctica es de una agresividad pauta o establecida (lo remarcamos por la insinuación que realizaron sobre la púber asesinada cuyo caso conmociona al país) pero que busca como finalidad o en un trazo paralelo la felicidad, tras el dolor o en convivencia con el mismo.

Es más que evidente la condición sadomasoquista de nuestra dirigencia político-social, que transforman los períodos electorales, en una suerte de reverberación de Sodoma, para hacerla posible en un eterno retorno desquiciante.

Esto que tan claramente leímos en lo sexual, es lo que ocurre socialmente con nuestros candidatos o políticos, cuando parecen multiplicarse, al recorrer barrios, embarrarse en esas calles que no están asfaltadas por sus propios deseos o incapacidad, caminar y visitar esas casas, atestadas de niños piojosos, contagiarse los mismos, tomar a regañadientes ese brebaje, babeado, o probarle la comida aceitosa, verse invadidos por ese dolor, lo trocan o cambian en felicidad, cuando le mienten a esos infelices, sabiendo que muy difícilmente cumplan lo que están exclamando en ese momento como parte de la campaña o del cotillón electoral. Pero el acto que define el sadomasoquismo de la dirigencia política, por antonomasia, es el día del comicio o de la elección, cuando le dan al esclavo, el auto o vehículo, entrega de prebenda, llámese mercadería o dinero y lo conducen, cuál si fueran perros o vacas, al cuarto oscuro o al matadero para que voten o elijan a los amos que le llevarán la correa por cuatro años.

Uno expresa esto, se toma el tiempo o dedica energías, simplemente para dejar por sentado, como seguramente le pasara a algunos otros, que no a todos nos gusta vivir bajo la férula de dirigente sadomasoquistas que buscan someter, dado que les da felicidad, porque previamente sufrieron o padecieron ese sometimiento que ahora infringen, es como lo que uno practica en el ámbito de su sexualidad, debemos respetar, como leíamos en las confesiones del sadomasoquista, que existan quiénes le guste o excite comerle la caca al otro o cagarle encima, pero no a todos y mucho menos sí una de las partes no accede a tal pacto de agresión mutua,  por tanto el problema no es ni el sadomasoquismo, ni los sadomasoquistas, que como creemos están en la cima de nuestra sociedad, sino los que no lo somos, a quiénes (permítannos los términos sadomasoquistas, valga la redundancia) nos están cagando a diario, y decimos que sólo es barro, por temor, por haraganería o por costumbre, de ni siquiera decir nada.

¿Porque no perder, como correlato de morir, en el intento de modificar esto mismo?

Sí bien, algunos, los más perspicaces dirán que la humanidad está condenada a transgredir lo impuesto, en caer en esa tentación de la que somos hijos (Sí Eva no hubiese comido la manzana no tendríamos humanidad), lo cierto es que tampoco podríamos caer en otras en donde culminaríamos en la cárcel o el psiquiátrico (si nos dejamos librados a nuestra instintividad por ejemplo) por tanto, esta seductor y contradictoria propuesta es perfectamente aplicable al atiborrado, de números y guarismos, mundo de la política vernácula donde se dan apreciaciones por doquier, cayendo muchas en extremos, no necesariamente peligrosos, pero si risibles, simpáticos y humorísticos.

Quién tenga la pulsión de obedecer su esencia  y en vez de actuar como un muñeco de torta, de un arlequín en un circo en medio de la guerra, les hable a sus compañeros/correligionarios/camaradas, desde la efusividad del dolor por una derrota, desde la sinceridad de tal emoción, cagando a pedos porque no a quiénes considere responsables conexos, quizá no se garantice un futuro éxito, pero le estará brindando a quiénes lo escuchen la originalidad más común y silvestre, de ser humanos , de eso que desde los noventa o antes nos vienen robando y nadie, desde la política se ha dedicado a devolvernos.

¿Cómo no va a doler una derrota?, ¿Como uno puede participar para estar, para tener un lugar y no querer prevalecer, como además de todo esto, se nos animan a decirnos en la cara, que no han perdido, sino que, o siguen siendo mayoría o en algún momento lo serán? Esto sí que es una ficción mucho más grande o al menos compatible con la del principio de igualdad que sostiene los frágiles vínculos, legitimidad cuestionada siempre, entre representantes y representados, esto tiene que ver con nosotros, por más difícil que resulte creer, con cada uno de los que lee, sueña, piensa, escribe, escucha y participa en la comunidad.

Porque nos impusieron que toda lucha, que todo horizonte, debe tener un resultante que indique que se ha vencido, pero nadie se detiene en pensar, que la única forma de ganar es de generar otro discurso, otra discursividad.

Debemos tener en claro, que la cultura del éxito sigue reinando, digita a nuestra clase dirigente, les pone palabras, discursos, acciones y reacciones ante acontecimientos puntuales y colectivos; una cosa es perder y otra es ser perdedor, pero no por temer a plantear la diferencia podemos dejar que nos hagan caer en la tentación de un mundo donde no hay vencedores ni vencidos, donde todos ganan, licuando y banalizando este concepto, como el necesario e indispensable del de la derrota.

Adherimos y hacemos propias las siguientes palabras de un pensador que trascendió el tiempo y la materialidad, y que seguramente escribió lo que escribió no por la necesidad de un me gusta en el muro de una red social, por la vanidad que se lo publiquen en algún lugar o por un dinero que alguien le podía ofrendar, sino porque tenía la necesidad, auténtica de decirnos algo, esa autenticidad que en nombre del éxito, la sometieron a destierro.

“Es difícil tener moderación con un poder desmesurado. De forma que es incluso para aquellos que son de naturaleza menos excelente una singular incitación a la virtud es estar colocado en lugar en  el que no hacéis ningún bien que no sea registrado y contado y en el que la mínima buena acción atañe a tantas gentes y en el que vuestra inteligencia, como la de los predicadores, dirígese principalmente al pueblo, juez poco estricto, fácil de engañar y fácil de contentar. Hay pocas cosas sobre las que podamos juzgar sinceramente, porque hay pocas en las que no estemos interesados de algún modo. La superioridad y la inferioridad, la dominación y la sujeción, se ven forzadas a una natural envidia y contestación; se han de atacar recíproca y continuamente…Quién no participa del riesgo y de la dificultad no puede pretender el honor y el placer que acompañan a los actos arriesgados. Es lamentable poder tanto que todo ceda ante nosotros. (Michel de Montaigne)

*El presente texto del filósofo correntino Francisco Tomás González Cabañas, fue publicado por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras meses atrás.

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