ACTUALIDAD
1 de febrero de 2022
Luz primero, todo lo demás después.
Existen dos maneras de reaccionar ante la falta, ante la carencia o ausencia. Enfrentarla, abordarla y asumirla (bajo el consumado efecto de afrontar las consecuencias como el miedo y la angustia) o desconocerla, hacer de cuenta que nunca la tuvimos en cuenta y continuar la experiencia vivida a sesgo de sellar a fuego un realismo apegado a una letra impresa imborrable e infranqueable, como muerta o carente de vida. Adentrarnos en el "órden simbólico" podría ser como una vela en medio de la oscuridad provocada por un corte de energía eléctrica por falta de inversión y de calidad de suministro de un recurso vital en los tiempos actuales. Con este ejemplo salimos de la esfera de la individualidad, de lo determinante de sí ante la falta duelamos o negamos para indagar en la generalidad de lo colectivo, en las experiencias de lo gregario que determinaron la administración de las tensiones de lo público, que es la chispa de luz del choque de dos espadas, como citaba a Nietszche, Foucault en "La verdad y las formas jurídicas".
La Constitución de Weimar (1919) , que da luz a la "República de Weimar" que permitió el ascenso "democrático" de Hitler y el nazismo (es decir la estructura jurídico-legal que generó tales condiciones o desde las cuáles surgió) tiene como basamento teórico a los postulados de Karl Loewenstein que granjeó la concepción de "democracia constitucional". Cómo el autor en vida, sobrevivió al nazismo que abrevó en la juridicidad de los actos y el ipso facto (durante toda la nefasta experiencia nazi, la constitución de Weimar seguía en términos normativos válida de ser aplicada o ejercida) se encargaría despúes sobre todo en su "teoría de la constitución", de despegarse de la validación teórica que encontró el nazismo en absolutos o hegemonías normativas cómo las propuestas o defendidas por él y decoraría la vieja división de poderes (nunca clara a nivel teórico de Montesquiou) con su confusa división tripartita del poder, que podría entenderse cómo la toma de decisiones y sus laberínticos recovecos para que se lleven a cabo o para que sean tales.
Independientemente de esto, que suena académico o excesivamente exigente en aldeas, en donde la mitad de los integrantes antes que en agrupación de ciudadanos se agrupan en hordas para forjarse la supervivencia de al menos un día más, el orden simbólico, todo lo que no tenemos o con lo que no contamos, nos obliga a ponerlo arriba de la mesa y por esta misma razón, la luz se vuelve un elemento fundamental.
No sólo la necesitamos, por las temperaturas de escándalo que muestran un síntoma más del ecocidio del que somos responsables y que, edulcoradamente, llamamos "cambio climático", sino que es imprescindible para que veamos, como detrás de tal oscuridad se esconde todo aquello que los representantes y responsables del sistema político imperante no nos pueden brindar.
Sí desde el poder nos quieren enrostrar que las ausencias que padecemos en nuestro deseo ciudadano, se deben a las falencias que tenemos como "emprendedores de lo democrático", entonces es sumante razonable que nos digan que la democracia para ser tal necesita de una constitución que la garantice o de una letra muerta para que se aplique.
Es decir que para ser felices, necesitaríamos del ministerio de la felicidad, de la ley votada, democráticamente, por la legislatura e instrumentada por el funcionario de turno, que obviamente será parte de los partidos políticos que están dentro de la definición de "democracia protegida (partidos o expresiones políticas que sólo admite el mismo sistema)" que estableció el teórico alemán para diferenciarse de los nazis que lo supieron usar para justificar normativamente la llegada de estos al poder, en Alemania primero y en el mundo después.
En tiempos de oscuridad, sea producto de los vaivenes institucionales del desorden nacional (estos no están en cuestión pero muchas veces son usados para que no veamos nuestro "orden simbólico") e internacional, sumados a la problemática local, bienvenida la luz del debate de ideas, de la expresión de las mismas, por intermedio de cartas, de publicaciones y el desarrollo de ejes conceptuales y de nociones teóricas. Podría ser el camino, a las claras de quiénes hemos convertido el andar de lo intelectual en un modo de vida y de comportamiento, encuentre de una buena vez su tiempo, su espacio y su reconocimiento en las esferas del poder y de lo institucional para que algunas cosas de las que decimos en clave de deseo, de expresión o de promesa, se cumplan en forma efectiva para que la democracia se traduzca no sólo en palabras escritas en un papel constitucional, sino también en el hacer que se hace verdad, para uno y para todos, para una integración más allá de lo semántico o nominal.
Por Francisco Tomás González Cabañas.-
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