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ACTUALIDAD

8 de marzo de 2021

Patricia Capitana.

!Evita, Moncada, Formosa liberada! Se escuchaba en el feudo de Insfrán mientras la heredera simbólica de Juana Azurduy le ponía el cuerpo a la opresión travestida de supuesto peronismo democrático.

No le será gratuito a una gran mujer que desde sus inicios excedió el género y que pese a las desigualdades que se le presentan, como a tantas, desde su condición de mujer, da una batalla sin tregua y sin cuartel por la libertad ciudadana y política. 

Tal como a Eva Duarte, a quién desde niña la sociedad patriarcal la caracterizó negativamente por la barbárica denominación legal de “hija ilegítima”, sus acciones en el campo social y político, no pocas veces fueron tratadas de ser eclipsadas por haber contraído una relación con Juan Perón, por simplemente vestirse como deseo y pudo y por sobre todo por haber construido desde su impronta un orden simbólico diferente a partir de su irrupción.

Patricia guarda muchas similitudes con Evita, mal que les pese a los que se dicen admiradoras de  esta o seguidores actuales de aquella. 

Denostada por su apellido, por su condición de hija de o nieta de, cómo si alguien pudiese esto elegir, no le perdonan que combata con las armas de una femeneidad auténtica y determinada, contra incluso, mujeres que en el camino perdieron su condición de tal y que administraron “machirulamente el poder” cuando el marido de una en particular la ungió como su sucesora, ratificada luego en las urnas. 

Patricia no necesitó vincularse sexo-afectivamente o amorosamente con ningún hombre para estar donde está y por haber logrado lo que consiguió. 

Su estela libertaria es pública y transparente. Decidió amar a quien ama, desde su lugar de sujeto, de ser humano, sin que intervenga la conveniencia política para hacerlo o escapando a la casualidad para que suceda. 

Mientras otras, escudadas en la circular 1050 de la dictadura (famoso anillo de bodas que determinó el matrimonio que alumbró la responsabilidad “cívico-militar”) se enriquecían escandalosamente, Patricia abrazó una causa de la que luego reconoció su error en tiempos en donde la violencia era moneda corriente. Error de juventud, error de perspectiva, pero no un desacierto ni conceptual ni de finalidad. Patricia siempre supo que lo suyo era la política, por más que en el medio, como a tantos argentinos y en esos momentos de violencia institucional perdiera una hermana. 

Ante tanto dolor sin justificarse y en la grandeza de escindir el poder de su elemento primigenio del hecho consumado, siempre asociado a la violencia, se la jugó nuevamente por la libertad de sus caminos, para constituir nuevas mayorías y fue parte de gobiernos no peronistas, llegando siempre por los votos y consolidando los valores republicanos, institucionales y democráticos. 

No le perdonaron el poder liberarse de tanto odio, violencia y rencor. Mucho menos, transformar en bandera, en una Argentina desahuciada ante tanta opresión su trayectoria política que significa mucho más que lo que puede referenciar sus apellidos que para algunos significan un patio de compras o una avenida. 

En tales recintos en donde otras habiendo tenido la posibilidad de liberarse no lo hicieron, condenando al pueblo que representan, compran a destajo las marcas que el pueblo nunca tendrá, como muestra de tilinguería machista, no dudan en golpearla bajo, por haber salido presurosa a dar una nota sin asistir previamente a la peluquería o por supuestamente haber brindado con la sangre de cristo, acto simbólico de poder sólo reservado a hombres dotados en los peores sentidos. 

Así fue Carolina, la piba, la dura, el rostro de la derecha, la apadrinada por un ex presidente, y cualquier otra caracterización que a Patricia, por suerte no le hace mella. 

Ella es una parte de una Argentina, condición colectiva de la institucionalidad, democrática y republicana, que hace años viene siendo violada, abusada, maltratada y amenazada por hombres y mujeres, que accionan el poder desde una condición salvajemente machista, y que la quieren de rodillas, pobre, marginal y oprimida.

No dudan en robarse otrora símbolos de liberación o de emancipación, de ponerse etiquetas políticas que significaron otras gestas en tiempos otros y que de última podrá ser un debate académico o histórico.

Lo que sí, es que cuando una Patricia emerge, alumbra como posibilidad de pueblo, de ciudadanía de quiénes deseamos ser libres, con responsabilidad y obligaciones, no dudarán en pretender llevarla a la hoguera, en la versión actual del escarnio por redes, de operaciones o de medios comprados por dinero mal habido. 

El orden simbólico nuevo que dibuja la posibilidad que seamos algo más que una horda desenfrenada tiene una líder, una capitana. ¿Cambiamos? Cambiemos. 

 

Por Francisco Tomás González Cabañas. 

 

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