Martes 8 de Octubre de 2024

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  • 20º

ANA DE LACALLE

15 de diciembre de 2020

Filosofía, felicidad y autenticidad en Cioran y Nietzsche.

Reflexión sobre la convicción griega de que el conocimiento lleva a la felicidad, a partir del pensamiento de Cioran y Nietzsche.

Leyendo a Cioran me cuestiono, a menudo, si no será falaz la convicción socrática de que la ignorancia lleva a la infelicidad. La ignorancia puede ser la voluntad de frivolidad, pero de una superficialidad consciente, en cuanto se ha testado levemente que el continuo cuestionarse y profundizar en el yo, en los otros y en el mundo, solo nos conduce a las cloacas de la humanidad.
Desconozco, no obstante, si todo humano dispone de la libertad de querer lo frívolo por encima de lo profundo. Hay caracteres que parecen no poder deshacerse de su impronta indagadora e interrogativa. Por más que se afanen en eludir el abismo se sienten paradójicamente atraídos por él. Quizás, no sea solo el carácter, sino también la experiencia, es decir, la apropiación que han hecho de lo acontecido a su alrededor, fruto de mayor sensibilidad, de incapacidad de ser indiferentes, de su mortal impotencia.
Sé que estas palabras pueden desatar tempestades, al parecer una apología de la banalidad y la vulgaridad. Mas, no es mi intención otra que poner en duda una forma de ser humano u otra, y mostrar que no es en absoluto obvio que una nos haga más soportable la vida que su alternativa.
Atendiendo a esta posible opción por lo frívolo Cioran observa:
“Nadie alcanza de buenas a primeras la frivolidad. Es un privilegio y un arte; en la búsqueda de lo superficial por aquellos que, habiendo advertido la imposibilidad de toda certeza, han adquirido asco por ella; es la huida lejos de esos abismos naturalmente sin fondo que no pueden llevar a ninguna parte.”[1]
O sea, están aquí azuzados a desentenderse de lo inaccesible por esa mortal impotencia que les produce asco, y les aboca a planear siempre por la superficie de todo cuanto hay para evitar esa sensación casi vomitiva de buscar y no hallar. Esto, obviamente, no significa que no haya otros individuos que se muestren incapaces de ningún tipo de profundidad y vivan en un mundo virtual, ficticio, pero tal vez menos nocivo que la constatación cruda del abismo.
Como contrapunto de los que huyen, con cierta consciencia, de la búsqueda infinita, Stefan Zweig nos brinda un retrato literariamente bello, pero descarnado de lo que fue la vida, en muchos de sus episodios, de uno de los más grandes pensadores que decidieron enfrentarse al abismo inscrito en la cultura que lo vio nacer y desplegarse; hablamos de Nietzsche —cuyo pensamiento influye notablemente en Cioran—
“Ese aislamiento rotundo, ese estar consigo mismo, es lo más profundo, lo más trágico de la vida de Friedrich Nietzsche. Nunca una plenitud de espíritu como la suya, ni una orgía semejante de los sentimientos, estuvieron rodeadas de un vacío tan enorme, de un silencio tan hermético. Ni siquiera tuvo adversarios; así, la más poderosa voluntad de pensar, «encerrada en sí misma y enterrándose a sí misma», se ve obligada a buscar dentro de su propio pecho, dentro de su alma trágica, la respuesta o la contradicción. Y ese espíritu, furioso por su destino, arranca su túnica de Neso de los jirones sangrientos de su piel, arranca ese ardor que lo devora para aparecer desnudo ante la verdad, frente a sí mismo. Pero ¡qué frío glacial hay alrededor de esa desnudez! ¡Qué silencio alrededor de ese grito del espíritu! ¡Qué cielo siniestro, lleno de nubes y de rayos, se cierne sobre ese «asesino de la divinidad», que, a falta de un enemigo con quien combatir, se precipita sobre sí mismo, sin piedad, como quien se conoce a sí mismo y es su propio verdugo! Arrebatado por su demonio más allá del tiempo y del espacio, más allá de los límites más extremos de su ser, retrocede a veces, sacudido por un estremecimiento, con la mirada llena de terror, cuando se da cuenta de cuán lejos de todo lo viviente, de todo lo que ha sido, le ha arrastrado su vida.”[2]
Constatamos, pues, las tres vertientes que pueden aparecer en los humanos antes la exigencia de enfrentarse a su reflejo en el espejo: la de no percibir más de lo que literalmente resta reflejado, la de intuir que tras el reflejo hay algo que puede ser devastador, la de afrontar con todo el coraje la posible senda abisal.
Recordemos que la cuestión planteada era si el no poseer consciencia plena de lo que hay nos hace más infelices; convicción socrática que hay que entender en el contexto de la Grecia clásica, pero que hoy en día, seguramente porque vivimos en un mundo post, en el sentido de que no es más que negación o reacción de algo anterior pero en sí mismo propiamente nada o vacío, pudiera ser que la frivolidad o la ignorancia de lo profundo nos haga, no más felices, pero sí menos atormentados.
Muestra de esto es la descripción que Zweig hace de la vida de Nietzsche, el cual puede ser considerado uno de los filósofos que con más valentía y coraje fue ahondando en lo que nadie antes había excavado. Desenmascaró las ficciones de la cultura occidental mediante una genealogía que mostró —a criterio del filósofo alemán y que supuso una convulsión en la manera de percibir la modernidad— que todos los valores responden a voluntades que luchan por dominar e imponerse, por autoafirmarse.
Por su parte Cioran, que podría ser considerado la encarnación particular del nihilismo negativo definido por Nietzsche, llevó también una vida asolada por la melancolía y el pesimismo; su convicción de que el iluminado, aquel que ha visto más allá de lo que la mayoría ven, no puede revertir su estado y de que tan solo le queda el consuelo de que, si quiere, puede suicidarse[3], no es tampoco un ejemplo que estimule la búsqueda siempre insaciable que desemboca en la nada.
No obstante, y aquí aparece lo peculiar y quién sabe si el valor compensatorio de los que se han hundido en el lodo oscuro para resurgir en el vacío, tanto un pensador como el otro se perciben a sí mismos como humanos que se han elevado por encima de la vulgaridad, y esto parece satisfacerles más que angustiarles. Así, el filósofo de origen rumano afirma, intuyo que con cierta dosis de orgullo del que nos habla abundantemente, que “La oposición entre la vulgaridad y la melancolía es tan irreductible (…) que incluso las más cortantes antinomias se embotan ante la oposición en la que se afrontan nuestros bajos fondos y nuestra hiel pensativa.” Amarga capacidad de pensar pero que nos dispensa de quedar reducidos a nuestras pasiones más salvajes.
Si nos fijamos en la percepción nietzscheana vemos que Zaratustra intenta sacudir la conciencia de los otros diciendo “¿Qué es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y justo eso es lo que el hombre debe ser para el superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa (…) ¡Mirad, yo os enseño el superhombre!”[4]Es decir, muerto dios como ya ha mencionado unas páginas atrás en su breve conversación con el santo, el hombre debe elevarse por encima de sí mismo, superarse; esta es precisamente la tristeza que arrostrará Nietzsche, el hecho de que aun habiendo quien por su propio recorrido ha visto cual debería ser la transformación del humano, todos se vuelven ciegos y sordos, no atienden a la llamada del profeta del nihilismo que aventura la sustitución de todo dios por el superhombre, el cual ha asumido y afronta la muerte de un dios que sometía y debilitaba al hombre.
Observamos, en consecuencia, que a pesar de que los que rebuscan en el abismo tan solo se topan con la nada y el vacío, ambos autores parecen sentirse orgulloso de estar alejados de la mediocridad o vulgaridad de los humanos que andan ciegos y no quieren ver. No son más felices, como creía Sócrates, pero se sienten más dignos por haber sido capaz de mirar al exterior de la caverna platónica y no permanecer cegados como el resto de los prisioneros.
Tal vez, la filosofía como actividad destructora y desveladora de lo que yace tras el mundo que habitamos, sea un ejercicio de alto riesgo, pero que merece la pena asumir como propio si no deseamos mantenernos al margen de nosotros mismos, viviendo ficciones. Aunque pudiera ser que este ahondar en las cuestiones más relevantes sea una tarea reservada para los que pueden encararla con la frente altiva, como Cioran y Nietzsche, y muchos otros que creamos intentar ese buceo agrio, no seamos más que “aspirantes a”, que se quedan tropezando en el camino deslumbrados por aquellos que parecen haber entregado su vida a semejante tarea, diría casi inhumana por dolorosa. 
 
 
 
 
[1]Cioran, E,M. Breviario de podredumbre, Ed. Taurus. Traducción de Fernando Savater. Pp.32. Barcelona 2014
[2]Zweig, S. La lucha contra el demonio. Friedrich Nietzsche. Tragedia sin personajes. Editorial Acantilado. España 1999.
[3]“Podemos vivir como los otros viven y sin embargo esconder un no más grande que el mundo: es la infinitud de la melancolía...” Ibid. pg.98
[4]Nietzsche, F. Así habló Zaratustra. Alianza Editorial. pg. 41. Madrid 2011

 

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