Jueves 28 de Marzo de 2024

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ACTUALIDAD

10 de diciembre de 2020

Profanar la democracia. Verde o celeste. Vagina o útero. Deseo o ulterioridad.

“Profanar significa devolver lo sagrado al uso común, hacerlo profano, restituyendo lo que permanece aislado, separado en la esfera de lo divino” (Agamben, G. 2005. Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo).

La democracia se constituye como significante amo o significante extenso en su doble rol de tótem y tabú, inaugurando un estadio que rompe el espejo de la mismidad, para dar curso, cómo síntoma de lo carente, al individuo escindido, mutilado, para convetirse en sujeto representado en la faz pública o política. 

Por más que se tengan en las diferentes aldeas, en donde pulula como fantasma “lo democrático” y a cada rato y en todo momento, estudios estadísticos que hablan a las claras de la rutilante pérdida de credibilidad de los múltiples hacia el tótem, lo cierto es que funge como penalidad el horror sagrado de lo tabú. En síntesis, se habla, de lo mejor que podría ser lo democrático, pero nunca descartándolo o suprimiéndolo. Ni a nivel teórico o práctico. Plantearse el imposible de sustituir lo democrático, sería matar al otro, liberar la pulsión de muerte, en que nos invaginamos como sujetos, absolutizados en una sóla forma o manera de organizarnos.

Surgen, claramente, intentos, simulados para pretender una suerte de liberación o emancipación. En términos políticos, de derecha a izquierda, la democracia, sólo es entendida y explicada, desde conceptos primos o relacionados, cómo sistema, poder, capitalismo, producción, y demás epítetos que permiten lo único permitido por el tótem, la crítica solapada o parcial a lo democrático. 

“El orden simbólico que nos organiza, como conciencia moral, tuvo su origen en la forma humana sensible del otro que, por identificación redoblada, nos hizo ser. Éramos todo y parte al mismo tiempo: lo bueno estaba adentro, lo malo afuera. Pero en realidad, en la forma del otro estaba también organizándonos, desde adentro de nosotros mismos, la forma obligada de toda satisfacción. Quedamos aferrados al otro sensible cuyo orden, sordamente, nos regula con su modelo de ser que delimita, dentro de nosotros mismos, el contorno de nuestra propia carne. El debate, adultos ya, se continúa en este campo interior donde la semejanza germinal con el otro que nos habilitó a la vida, se abre como diferencia meramente subjetiva en la conciencia del yo. De este modo, la relación adulta individuo mundo exterior se transforma, regresión mediante, en una relación individuo- individuo”.( Rozitchner, León .1998. Freud y los límites del Individualismo Burgués. Méjico Siglo veintiuno editores. Pág. 208). 

La transgresión al tabú, en la mayoría de las veces se pagó mediante la muerte. Evitar el cumplimiento irrestricto de la máxima que la última ratio es la violencia, principio performativo tan poco democrático, tendría que corresponderse con desacralizar lo totémico en que hemos constituido a lo democrático. 

La única manera, forma, que no implica la ruptura de lo humano cómo sinónimo de quién evita la violencia o la agresión concreta, tiene que ver con el mundo de los conceptos, de la palabra. 

Profanar la democracia, es la tarea del ahora. Cuestionarla, rasgarla, indagarla, perforarla con todas y cada una de nuestras temerosas y temerarias inquietudes. Sacarla del lugar divino, totémico y sacro en que se situó, luego de los oscuros tiempos de los regímenes totalitarios que se legitimaron a sangre y fuego, es un imperativo categórico en su doble rol, de deseo colectivo, como imposible de lo común.

 

La aldea en la que fui alumbrado, puja por una tensión, que podría leerse más allá, por más de no salir de lo binario de la guerra de los pañuelos. 

 

La significación de la vagina o del significante democrático. De la vulva al útero. 

 

Mientras en los guetos intelectuales continua la discusión por la herencia lacaniana, en relación a sus distintos seminarios, uno de ellos, que plantea “la significación del falo” pronunciado en 1958, llevado al plano de lo político (suponiendo la existencia de esta faz, sumada a los planos psicoanalítico y filosófico) representaría la anuencia, la aceptación, de lo humano, con respecto a las formas de gobierno que irrumpieron en aquel entonces, donde el poder como tensión (como demanda inmanente en o de lo colectivo) se obliteraba, en el otro plano, es decir se reconvertía en un significante político que se presentaba, fálico, turgente, penetrante, agresivo, invasor; gobiernos autoritarios que reaccionaban a la fantasía de poder ser castrados, con la impetuosa e irrestricta aplicación de una ley penal, que en su primera como última ratio, ejercía violencia en todas y cada una de sus modalidades posibles. En la actualidad, a plena luz de nuestras complejidades democráticas, el poder desentrañar los nudos (“El complejo de castración inconsciente tiene una función de nudo”, afirmaba Lacan en la significación del falo, que más luego citaremos en forma más extensa) que nos propone la faz política, nos permitiremos el analizar, la cuestión democrática, en donde se inscriben sus acciones, o sus faltantes, ausencias, obliteraciones entre las demandas (per se naturales ) y los deseos que surgen como resultantes de la no totalidad o no concreción de lo demandado. Llamamos a esta faz, psicoanalítica, que bien podría ser correspondiente al plano simbólico, desde donde se terminan de inscribir los significantes. Esta es la razón por la que la vagina, como otrora desde los tiempos de Freud y luego Lacan, funge como el elemento que se traducirá más luego como el significante democrático, como lo señalábamos al comienzo, a diferencia de los tiempos políticos incluso de quiénes postularon al falo como el objeto constituyente de lo normativo, o constitutivo del poder como de su administración.

La vagina es democrática por antonomasia. La vagina es abertura, es dolor de parto como pliegues de succión, es puerta de salida del ser invaginado como puerta de entrada al mundo del clímax en donde se funde y confunde, placer con satisfacción. La vagina es la última instancia, el último responso antes del vacío sideral, símil a los agujeros negro, en donde el tiempo y el espacio, se van de razón, se tergiversan en la posibilidad de la otra vida, en el más allá de esta vida, que no debe ser más que el estadio intrauterino del cuál provenimos, en donde no había nada por demandar, de allí que no existiera el deseo en cuanto tal y por ende la no facultad de conciencia, mucho menos de deseo.

En la constitución de esto mismo, es que antes de ser seres deseantes, somos seres demandantes. Al no poder sernos correspondidas todas y cada una de ellas, esos faltantes, desajustes o no provisiones, las constituimos en deseos que operan en el plano de lo filosófico, es decir en lo que puede como no puede ser, en el reino de las primeras y las últimas causas. El deseo se agrava en complejidad, dado que al cumplimentarse, deja de ser tal o de operar como deseo, lo mismo sucede con la filosofía, no puede ser ciencia que determine un campo acotado, ni mucho menos un ejercicio que cumpla una función específica.

Al no tener, el sujeto político, es decir el hombre atado al contrato social (entiéndase este como condicionante, o como sucedáneo de una lógica de amo y esclavo) un resultante conveniente, convincente, que lo reafirme en su posibilidad de ser todos a la vez (de aquí surge la igualdad de posibilidades o de oportunidades, como si fuese un axioma al estilo la prohibición del incesto antropológico) no en el mismo tiempo claro está, respetando el principio de no contradicción, y habiendo atravesado la fase del falo, es decir, habiendo transido la consumación del poder, desde la turgencia peneana de los modos y las formas abusivas y arbitrarias de los gobiernos pre democráticos, es que ingresamos a esta viabilidad democrática o vaginal.

Recordemos, en el siguiente extracto, el texto del que tomamos la referencia: “El falo es el significante privilegiado de esa marca en que la parte del logos se une al advenimiento del deseo. Puede decirse que ese significante es escogido como lo más sobresaliente de lo que puede captarse en lo real de la copulación sexual, a la vez que como el más simbólico en el sentido literal (tipográfico) de este término, puesto que equivale allí a la cópula (lógica). Puede decirse también que es por su turgencia  a la imagen del flujo vital en cuanto pasa a la generación…Digamos que esas relaciones girarán alrededor de un ser y de un tener que, por referirse a un significante, el falo, tienen el efecto contrariado de dar por una parte realidad al sujeto en ese significante, y por otra parte irrealizar las relaciones que han de significarse” (Lacan,J. “La significación del falo”. 1958).

A lo largo de la historia, el sujeto de lo humano, es decir el ser, no decodificado en sus manifestaciones en los otros planos desde los que habla, dispuso, por citar ejemplos, que la histeria, etimológicamente, útero, refería solo a una suerte de incapacidad o problemática, solo atribuible a la mujer, a la misma se le impuso (en muchas culturas, lamentablemente sigue siendo así) la posibilidad de sus desarrollos de derechos laborales, cívicos o electorales, en tiempos en donde se escribían las fases del falo y la significación del mismo.

No es casual, que en todas las manifestaciones, o quejas o demandas (en verdad deseo de tener una sociedad o una democracia mejor) existan principios tales como “la revolución será feminista o no será” y se acompañen acciones del llamado género para luchar desde la perspectiva de la mujer como nunca antes.

Esto es un claro síntoma, no un diagnóstico ni la postulación de un tratamiento o del mejor.

En términos claros, no significa que quién porte vagina, tenga más (como tampoco menos) derechos que quién no la porte. El significante de la vagina, es que la democracia es una gran vagina social, plausible de comportamientos histéricos, de aplazar la concreción, de mostrar sus ambivalencias entre madre y mujer, de estar abierta, pero no siempre, sino a resguardo de ser comprendida, bien tratada, de lo contrario, puede cerrarse, volverse frígida, seca, petulante, indiferente y hasta cruel, como la muerte misma que no deja de ser la misma puerta, esta vez de salida, como lo fue la de entrada, la vagina de la mujer.

En el plano desde donde operemos, transitemos, nos obliteren o podamos desandar nuestra experiencia de lo humano, esta es una válvula, por no decir vulva que nos compensa en todo lo no correspondido, que nos devuelve la esperanza (que nos transforma en deseantes), de esa añoranza arquetípica de haberlo tenido todo, en ese mundo perfecto de lo intrauterino, pero esta vez, con el encanto de la seducción femenina, de que elegimos, a cada paso que nos va a suceder, como la promesa democrática, que no tiene solamente perfume, sino que es en su esencia, el sujeto político, en lógica femenina de nuestros tiempos actuales.

 

El deseo no puede ser negado, abortado, suprimido o escondido. Por más insidioso que resulte, en caso de que deseemos morir o no alumbrar a un otro, tal predisposición nos define, más allá de las regulaciones o de revoluciones normativas o leguleyas. 

 

Nuestros cuerpos profanados, nos deben llevar a la emancipación, liberación o libertad con responsabilidad, de profanar lo democrático, para que lo sagrado sea ni más ni menos que el respesto y la integración con el otro, al que deseamos, no casualmente, aniquilarlo, excluirlo (pobreza y marginalidad) y legalmente, cómo sí fuese poco, en ciertos casos, alumbrarlo. 

 

 

Por Francisco Tomás González Cabañas.

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