ANÁLISIS
18 de agosto de 2020
Hegemonía sanitaria.
A priori puede resultar paradojal, sin embargo, es ratificatorio. Los continuadores del pensamiento gramsciano que acuñó la hegemonía cultural, que se circunscriben en una línea de pensamiento, contra-hegemónica (cuando no emancipadora, como para recrear conceptos desde lo semántico) son los adalides, de la superestructura imperante que determina, pandemia mediante, lo que debe o no realizarse, so pena de aplicar la fuerza de ley, a quienes osen, pensar, exclamar, peticionar o realizar acciones que vayan por fuera de lo dispuesto.
El bloque hegemónico constituido, no deja ver (esta es su razón de ser, obturar la posibilidad de observar todo lo otro) los aspectos que bien podrían medirse, estadísticamente (como minuto a minuto se exhiben en el mundo y en cada aldea del mismo, la cantidad de contagios, de enfermos graves y muertos) en relación a los daños, de todo tipo y orden, que producen las acciones tendientes, a mitigar las consecuencias del virus. Dado que nos resulta imposible, precisamente por la eficaz acción contundente, del actual poder hegemónico sanitario en curso, determinar cuántos suicidios, intentos de, agravamiento de enfermedades que se dejan de tratar, dramas laborales, emocionales, económicos y condenas de a millones de sujetos a la pobreza y la marginalidad, generó y sigue generando, la reacción hegemónica ante la aparición de la pandemia, haremos una composición inductiva de algunos hechos que públicamente se dieron lugar en la tierra desde donde esto se escribe.
Tras cinco meses de declarada la restricción que imperó y sigue imperando en todo el globo, como respuesta, insistimos hegemónica desde lo sanitario, en la ciudad de la que, me es muy difícil moverme, se produjeron poco más de doscientos contagios y producto de ello, dos muertes. A casi medio año, la razón hegemónica de su implementación continúa oprimiendo, hasta límites insospechados, para que incluso, podamos pensar, no ya otra cosa, sino otra manera de contemplar el fenómeno. Arrecian, desde el primer día, números, testimonios y toda la parafernalia opresiva que nos dice en todos los órdenes y planos, una y otra vez, en la misma lógica repetitiva y nociva del virus, los contagiados, los enfermos moderados, los enfermos graves y los muertos. Nos los muestran en gráficos, en estadísticas, en fotos, en videos, institucionales, informales, reina en nuestros temores como pesadillas y se nos hace omnipresente, imposibilitándonos el soberano y humano recurso de la esperanza de alguna vez poder pensar y sentir otra cosa, más allá de la pandemia misma, y la única alternativa que la hegemonía nos impone; que sobrevivamos, que significa que podamos morir (incluso matándonos ante la desesperación) de cualquier otra cosa que no sea de las consecuencias del virus.
Aquí radica el problema. No se trata de que no sea prioritaria la atención de lo que genera la pandemia, sino que no sea hegemónica y con ello, que sea excluyente para todos los problemas no sólo que poseemos como sociedad, sino que se pueden agravar, mediante, la imposición, irrestricta, de una formulación draconiana que disloca, el contrato social tácito de las democracias modernas y las transforma en pactos con cláusulas leoninas.
Para ir a la comprobación de campo, que se realiza, desde el lugar y con los elementos que permite, que fuga, el establecimiento de la hegemonía sanitaria, referiremos lo siguiente.
Sin que compartamos lo que consideramos, es caer en la razón instrumental, de leer diagnósticos sociales, bajo el imperativo de lo numérico, cayendo en la falacia de concluir en absolutos, cuando todo es relativo, concederemos igualmente y pese a no concordar, para demostrar el poder omnisciente que impone la hegemonía sanitaria.
En ciento cincuenta días, dos muertos. No tenemos los datos, de cuánto dinero exacto el estado, destinó para evitar mayor cantidad, sin embargo, a todas luces, las normativas en tal sentido, redestinaron partidas y focalizaron el grueso de recursos para atender la calamidad. Por la misma razón hegemónica, sumado a la falta estructural de políticas públicas, de diagnóstico como de previsión, no podemos saber tampoco, si en estos cinco meses, aumentó la cantidad de suicidios, sí se agravaron las patologías de personas enfermas de otras causas que terminaron en muerte y resulta aún más complejo determinar sí el cambio o la modificación sustancial que produjo y produce en nuestras vidas, el confinamiento y las restricciones, derivó y deriva en otras causas de muerte, que podrían ser consideradas accidentales, que no existirían o hubieran existido sin la tan mentada imposición de las medidas sanitarias hegemónicas.
Tomando sólo 3 días, de acuerdo, a lo que informan medios de comunicación, que no escapan a la lógica hegemónica, de informar bajo el protocolo que se les impone, so pena de que le quiten la pauta publicitaria oficial o de que incluso pueden ser procesados por la novedosa y polémica tipificación de las “fake news”, se realizó la siguiente cuenta.
Falleció un sacerdote y hombre insignia de la cultura local. Cursaba una enfermedad crónica. Por su edad, conformaba el “grupo de riesgo” de acuerdo, a los términos hegemónicos de la pandemia sanitaria. Más allá de los consabidos y merecidos homenajes, aún nadie osó preguntar. ¿Se habrá dejado de atender normalmente de su enfermedad? ¿Tuvo algún impacto, y en tal caso, en qué medida, a nivel emocional, las restricciones que como a todos nos afectan en su desenlace reciente.?
Otro caso, apareció muerto en su departamento un basquetbolista de treinta y pico años. La justicia, caratuló la causa como muerte dudosa. En el hipotético caso de que se trate de un suicidio, ¿Cuánto tuvo que ver que no pudo desarrollar su vida profesional y existencial en las formas que desarrollaba previa a la pandemia.?
Dentro de los tres días analizados, en los mismos medios, se informó, videos mediante, del ingreso de una mujer de mediana edad, con sus dos hijos menores de 10 años, a las aguas del río con fines suicidas. En otro hecho similar, con horas de diferencia, un hombre se atrincheró con su propia familia, tomándolos de rehén y de acuerdo, a lo que refieren, amenazandolos. Si bien, en ambos casos, la tragedia no llegó a concretarse, sólo las víctimas de tales hechos sabrán el coste de haber atravesado tamañas situaciones traumáticas.
Insistimos en que no pretendemos analizar las situaciones en términos excluyentes, ni tampoco, arguyendo que el tratamiento de la pandemia, no debe ser prioritario. Simplemente expresamos que no debe, ni puede, ser establecido desde la superestructura que detenta el poder, como un dispositivo hegemónico.
La muerte nos iguala, no podemos concebir, ni mucho menos tolerar, que los muertos de una causa, sean más importantes que los de todas las otras, incluso si alguna de esta, pueda ser producto, por ejemplo del accionar represivo por parte de fuerzas de seguridad que en el afán de hacer cumplir la restricción sanitaria, cometieran la brutalidad de asesinar.
Contamos con otra desventaja singular. Los intelectuales y comunicadores que adscriben o adscribieron a la dinámica de militar en realizaciones contra-hegemónicas, en muchas aldeas occidentales, por el reparto de la distribución del poder, gobiernan o lo hacen mediante los “suyos” y por tanto, se han transformado en edecanes con lustre, de los dispositivos hegemónicos que en sus libros, en sus trayectorias y en sus testimonios hasta antes de la pandemia, se decían combatir o mitigar. Esto último también lo podemos catalogar como otro de los tantos daños colaterales. Incontables intelectuales en verdad no estaban contra la hegemonía, sino en la medida de la proximidad que se encontraban con quienes dictaban los términos de la misma.
La hegemonía cultural de Gramsci, devino en la actual hegemonía sanitaria. La resistencia seguirá su curso, con otros actores y formas, mal que les pese, a los que, ciega e irracionalmente, pretenden, hegemonizar también los términos, los conceptos y las palabras.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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