Jueves 28 de Marzo de 2024

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  • 20º

ANÁLISIS

25 de mayo de 2017

La suerte determinará quién ganará la elección.

“El azar es la única tarjeta de crédito para encontrar un punto de apoyo en lo abismal de un precipicio labrado sobre una certeza que enloquece. La certidumbre, insistía Nietzsche, y no las dudas son las que vuelven loco a Hamlet. La tarjeta de crédito ha quedado vencida… sobre las elecciones afortunadas o no, nada tenemos que decir nosotros… suponiendo que las elecciones (libres) fueren posibles… Porque lo que nos toca siempre en suerte, es aquello que siempre estuvo destinado al otro”. (Portela, O. La Filosofía de la catástrofe).

El Loretano lo expresaba con meridiana claridad, a él mismo le hubo de tocar el talento natural, que todos los que son premiados por los usurpadores de la representatividad del estado, carecen y pretenden suplantar, mediante esas cucardas embarradas en el lodo de la mediocridad. Claro, que, no pudiendo escapar de las generales de la ley, que pudo observar y compartirla mediante su pluma, tampoco le correspondió los privilegios de un sistema, que gozaron y gozan, incluso los que se decían sus amigos, a quiénes obligadamente, dedicaba poesías y escritos varios.

Pero aquí lo importante, no es Portela, y por extensión, tampoco lo son, nunca lo han sido desde el crimen de Platón de haber afirmado el estado gobernado por filósofos, ni los poetas ni los pensadores. Fijémonos sino Aristóteles en su afirmación, acerca de la suerte como principio de lo democrático: “Estando el poder en la democracia sometido a estas necesidades, las únicas combinaciones de que es susceptible, son las siguientes. Todos los ciudadanos deben ser electores y elegibles. Todos deben mandar a cada uno y cada uno a todos, alternativamente. Todos los cargos deben proveerse por suerte, por lo menos todos aquellos que no exigen experiencia o talentos especiales. No debe exigirse ninguna condición de riqueza, y si la hay, ha de ser muy moderada. Nadie debe ejercer dos veces el mismo cargo, o por lo menos muy rara vez, y sólo los menos importantes, exceptuando, sin embargo las funciones militares. Los empleos deben ser de corta duración, si no todos, por lo menos todos aquellos a que se puede imponer esta condición. Todos los ciudadanos deben ser jueces en todos, o por lo menos en casi todos los asuntos, en los más interesantes y más graves, como las cuentas del Estado y los negocios puramente políticos; y también en los convenios particulares”. (Aristóteles, Política · libro séptimo, capítulo primero. http://www.filosofia.org/cla/ari/azc03223.htm)

 

Acá el tema en cuestión, al menos para nuestra realidad cotidiana y parroquial, es quién se queda en la municipalidad de la ciudad desde la que escribimos. Sí el ingeniero continúa o se la arrebata el doctor. Claro que no por los proyectos, propuestas, equipos técnicos y alineamientos con provincia o Nación, cómo se esfuerzan en disfrazar las facciones en disputa, para convencerse ellos que de lo que hagan o dejen de hacer, dependerá algo. Es decir, siquiera, les interesa seducirnos, encantarnos o prometernos que la democracia cumplirá sus problemas. Esto era lo que se creía, se pensaba, se enseñaba y se escribía hasta no hace mucho, hasta que ingresamos a los tiempos de la posdemocracia.

Los actores de la política, las facciones en disputa (oficialismo y oposiciones), los mamadores del falo o la ubre estatal (depende del órgano que más placer le dé succionar) quieren convencerse que de lo que hagan, piensen, diseñen o administren, se traducirá en una cosa o en otra, en sus respectivos éxitos o fracasos (en verdad ganan siempre, tal como lo expresa el filósofo político del establishment “a veces perdiendo se gana y ganando se pierde”) en que tengan todo el presupuesto posible o solo el conchabito y la cucarda del cargo legislativo que los unge por sobre el resto, que los destaca, que los diferencia, que los hace tales.

Esta es la razón, por las que surgen las actividades electorales, la campaña, el frenesí de las declaraciones, el avistaje de pobres (a decir de Carlos Coria García), con batallones militantes empoderados de las boletas libertarias que son las copias del contrato leonino que firman con sus opresores. Como lo expresamos previamente, hasta no hace mucho se pensaba que lo hacían por la razón de que algo tenían que realizar con los que tenían resuelto el tema de haber saciado el apetito (una teoría afirmaba que por esto se construyeron las pirámides Egipcias), sin embargo, lo hacen, porque creen que son libres, al establecer esta dinámica de manejar a los que someten (y por sobre todo a los respectivos ejércitos de segundas, terceras, cuartas líneas y quinta columnas), de gozarlos en la perversidad de hacerles creer que todos y a la vez, podrán salir de tal sistema de opresión, cuando en verdad, la lógica, irrestricta, del sistema, sólo soporta dosis homeopáticas, de tipos que se liberan, pero no para ser libres o buscar tal libertad, sino para dejar de ser esclavos y acceder al sitial de amos, en esa lógica que tan precisamente, describió Hegel.     

Sus respectivas faltas de libertades, radican precisamente en esta cuestión conceptual. No pueden romper este circuito, este círculo vicioso, que los oprime también, pese a que manden desde el sillón del patronazgo.

Al ser humanos, sienten la posibilidad que están dejando escapar, por esas certezas, que como decía Oscar, son las que enloquecieron a Hamlet. Son las que enloquecen a nuestros próceres locales, a los protagonistas de nuestros culebrones que dimos en llamar democracia representativa. Saben que si reducen sus posibilidades de administrar, tendrán menos dosis de sexualidad, de amores varios sea en calidad de hermanos, padres, hijos y amistosos. Ni que hablar de la reducción de salidas en programas periodísticos (en donde obviamente no preguntan, ni hacen el ejercicio de dialogar, sino subalquilan un espacio para que el otro político, monologue, un discurso que tampoco es suyo, sino provisto por maquinarias de coaching, de marketing o del copiar y pegar del google), de los me gusta en sus redes sociales o de los seguidores.

La elección, y por esta razón es la que no somos citados, o copiados y pegados por otros, por expresar lo incomodo de nuestras elecciones, o precisamente la renuncia a elegir que sería la renuncia a ser humanos, se definirá por mero azar, que más allá que abonando la teoría de Aristóteles y de toda la democracia Griega, es un principio en donde todos tenemos las mismas posibilidades (matemáticas u objetivas).

A diferencia de tal sistema, instaurado como artilugio el kleroterion, una máquina que servía para elegir a sorteo a determinados cargos públicos en donde los ciudadanos, los considerados tales, todos podían acceder al cargo. Miles de años despúes y como para refutar los que creen en razones instrumentales, sólo la elite de la nomenklatura está a tiro de azar. Es decir, y sobre todo en las democracias occidentales, dos grupos, dos equipos, en una relación obligada con el sistema electoral de Ballotage (uno de los menos consensuales, deliberativos y menos conductuales hacia principios democráticos puros) ver sí no las últimas elecciones en todos y cada uno de los lugares en donde impera el sistema democrático, vía la instrumentación electoral de la doble vuelta o su fijación cultural (en Corrientes capital la intendencia no se define por doble vuelta, pero el gobierno provincial sí y las dos últimas elecciones capitalinas se definieron por un puñado de votos).

Dependerá sí llueve o no ese domingo. Se definirá en como administre cada una de las facciones en disputa la maquinaria de dádivas y prebendas. El pobre escogerá, por cualquier variante que tenga que ver con el azar, con la suerte, lo mismo que el no pobre, llámese superviviente o rico. Los únicos que eligen convencidos, son las líneas subalternas, que más que convicción, poseen una conveniencia lógica, entendible, querible. Son los que sostienen el imaginario de este sistema. Los que creen en la zanahoria, en que cobrarán bien alguna vez, los que replican, los que comparten, los que militan, los que rellenan las listas, los que fiscalizan la elección (¿no se dio cuenta que por eso quieren instalar máquinas, que desde la justicia electoral salieron a convocar, ofertando dinero mediante, a quienes quieran fiscalizar?) son los grandes protagonistas, anónimos y desechables, de la presente institucionalidad. Son el eslabón más sacrificial y más perversamente utilizado para sostener la insania colectiva del circuito de amo y esclavo a la que hemos entregado nuestra libertad.

Tómese la pastilla que cree que necesita, para mantener los supuestos índices de normalidad que le dicen que precisa. Continué creyendo que conciliará mejor el sueño. Que logrará vencer a la muerte y que alcanzará la inmortalidad. Usted, ya ha sacrificado sus restos de libertad, por la supuesta certeza (esos bienes materiales mentirosos que compra para saciar su falta de arrojo para ser libre) que lo está enloqueciendo, que lo hace ver, creer, sentir, estar convencido, que por lo que haga, o deje de hacer, se definirá una elección.

Teniendo la posibilidad, ha elegido, no hacer uso de su facultad, prefiere no dar cuenta que en esa no elección, se está sometiendo a la dictadura del azar, a los arbitrios del supremo destino, al ucase proverbial del mandamás. De lo contrario usted no estaría leyendo esto y nos consta que lo hace.

Posiblemente lo haga para escrutar, como hendija de que se trata lo otro. Disfrute, aproveche, al contrario, de nada.

 

 

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