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  • 20º

ANÁLISIS

21 de febrero de 2017

Condenado al Ostracismo.

“Cada año se reunía en Atenas la asamblea; votaban a mano alzada, no había un debate y los nombres de los candidatos no se revelaban y si el resultado era positivo, volvían a tener una votación pública dos meses más tarde, en la siguiente pritanía: se reunían en asamblea solemne (catekkelesía) con un quorum de 6000 votantes, y cada ciudadano que deseaba votar, inscribía sobre un fragmento de cerámica o eventualmente en una concha de ostra (de ahí la palabra ostracon), el nombre del sujeto cuyo destierro le parecía necesario para el bien público. No había a continuación un debate. Siempre que había una mayoría absoluta de votos, la persona cuyo nombre aparecía debía abandonar la ciudad en el plazo máximo de diez días y permanecer exiliado durante diez años (a menudo esta frase tenía un connotación teórica, ya que muchos a ostraquizados eran llamados anticipadamente y se les permitía regresar antes de que se cumplieran la sanción de una decena de años, lo que guardaría cierto paralelismo o equivaldría en cierto modo en nuestro siglo con las reducciones de penas a los encarcelados).Esta votación se hacía al pie de la colina en la que se ubicaba el Cerámico, el barrio del gremio alfarero de Atenas. Al pie de dicha colina se arrojaban los productos de alfarería defectuosos, rompiéndose en trozos cóncavos que recordaban la forma cóncava e irregular de una concha de ostra (ostracon). En esta votación cada votante escribía en el ostracon (la concha de barro) el nombre de la persona a quien quería desterrar. Si el nombre de dicha persona alcanzaba una determinada cifra de votantes, tenía que marcharse de Atenas antes de 10 días y permanecer en el destierro durante 10 años. El exilio no era nunca permanente y, además, la persona exiliada no perdía jamás sus derechos como ciudadano e incluso podía ser perdonado por una nueva votación de la asamblea. Durante el periodo de destierro, la ekklesía conservaba los ostraca en los que figuraban los nombres de los ostraquizados. Era un mecanismo de autodefensa popular, un simple voto de confianza política: no constituía una pena judicial, ni una condena penal” (Definición de Wikipedia).

Probablemente, tal como la democracia misma, el ostracismo, como un mecanismo defensivo del poder, sea arquetípico en nuestro inconsciente colectivo occidental. Desde ya que argumentar esto mismo, precisaría de la constitución misma de un tratado, sin embargo, y al sólo efecto de dotar de sentido a las presentes palabras nos limitaremos a expresar que la condena al ostracismo posee plena vigencia en urbes no tan populosas, que sin necesidad del acto mismo de la condena (en la actualidad un grupo de mensajería de celular o móvil reemplaza un encuentro o mitin de otrora, y el no manifestarse en contra de una acción inercial es prácticamente lo mismo que manifestarse escribiendo en la concha el nombre del condenado como en la antigua Grecia) la emprenden, mediante el dejar de lado, ningunear, o someter a una cruel indiferencia, a los que determinaron que son peligrosos para el sistema establecido.

El condenado al ostracismo, padece, sufre, la pena de que ni siquiera su penalidad ha sido publicada, socializada, o mucho menos mediatizada. En sociedades como las actuales, en donde se es mucho más en tanto y en cuanto lo que se da a conocer de uno mismo, en donde el honor, la honra y la “arete” o conjunto de valores esenciales, están vinculados, asociados y fijados, a lo que se expresa de uno, a lo que se menciona, como la cantidad de menciones que se posee, sobre todo en quiénes trabajan en la cosa pública, sea en el funcionariado o en sus abordajes teóricos, no ser saludado, no ser publicado, ser enrostrado, bajo la pertinaz indiferencia, es a todas luces el mismo acto de condena al ostracismo que otrora.

No se trata siquiera de ignorancia, desconocimiento o temor. Todos quienes participan en el sistema público, dirigentes políticos, sociales, gremiales, comunicacionales, empresariales y educativos, que observan en aquellos que llegan a sus dominios, por la vía no estipulada, no señalada por el camino concelebrado, previamente establecido, serán pasibles de ser condenados al ostracismo.     

Claro que no son muchos, ni lo serán, los que desafían las reglas de juego estipuladas y pretendan arribar a los lugares mencionados, sin ser vencidos en el mientras tanto, por acciones que atentan contra la voluntad y el deseo de quién pretende que las cosas sean de otra manera, o al menos que “la manera” reinante, sea discutida, puesta en debate y discusión.

Esta anti-humanidad a la que la aclamatoria de mayorías nos ha llevado, en nombre, perversa y paradojalmente, de la humanidad, su desarrollo y crecimiento al que dice contribuir, es la peculiaridad más contundente de la que tengamos memoria. En nombre incluso de una democracia nominal, aspiracional, semántica o desiderativa, en donde estaría incluido como principio esencial la libertad de pensamiento y el ejercicio amplio de la expresión, la condena al ostracismo, es tal vez, la demostración más cabal, de que en verdad, no es más que todo una puesta en escena, en donde la libertad del hombre moderno, está garantizada, solo en tanto y en cuanto este se conduzca por el sendero, iluminado, por el camino permitido.

Se pensaba que la garantía del cumplimiento de los principios básicos de los derechos del hombre, consistía en que no abonáramos a sistemas de gobierno totalitarios, a medios que a través de la violencia explícita conculcaran el libre albedrío. Sin embargo, y en pos de, o como resultante, devinimos en esta mixtura, que condena, sentencia, y penaliza hasta quiénes, envían un correo electrónico, sin que su destinatario se lo haya pedido.

Por más banal y absurdo que el ejemplo resulte, lo cierto es que, hasta los supuestos medios de comunicación, que por definición, en ámbitos democráticos, deberían ser quiénes reciban y publiquen las consideraciones ciudadanas, son quienes rechazan, denuncian y no publican las expresiones que le llegan, sí es que estas no provienen del riñón de sus hombres autorizados para tener la palabra.

En todos los ámbitos ocurre esto mismo, a nivel educativo, laboral y hasta familiar. Ni que hablar en las esferas religiosas, deportivas o societarias, en donde los dogmas se cumplen como normas y viceversa.

Sólo tienen voz, los autorizados por el sistema imperante, quiénes obcecada u obedientemente, cumplen a rajatabla, para acceder o conducirse por los caminos establecidos y determinados. Aquellos que vamos por los márgenes, que pretendemos, creyendo que la humanidad radica en estas experiencias de arrojo, explorar otros senderos, somos condenados al ostracismo moderno señalado, que se disfraza o se encubre, por excusas varias, como falta de espacio en un medio de comunicación para ser publicado, falta de decoro en el envío de un correo electrónico por no ser requerido, subversión y violencia encubierta por pensar, proponer o reclamar un sistema político distinto.

Voz y voto, es la garantía de los supuestos sistemas democráticos que habitamos. El que no nos pongan mordaza y el tener una urna o ser convocados a elecciones cada tiempo, no significa que tengamos la seguridad plena de habitar en campos en donde se respeten nuestros derechos fundamentales como seres humanos. Podríamos arriesgar que es aún peor, o más ingrato, que nos hagan creer esto mismo, que nos muestren en papeles que lo tenemos por sentado, pero cuando queremos expresarnos, nos traten con indiferencia, nos ninguneen o nos hagan a un lado, por la condena que otrora se dio en llamar el ostracismo y que en nuestro occidente actual está más vigente que nunca.

 

 

 

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