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12 de enero de 2017

¿Se puede criticar a la democracia en democracia?

“La confusión hace su trabajo y gana espacio. La proliferación es directamente proporcional a la indiferenciación.” Escribe Claudia Schvartz en el prólogo a unos textos de Artaud que en un pasaje dedica su escrito de la siguiente manera: “Que la muralla espesa de lo oculto se hunda de una vez sobre todos esos impotentes charlatanes que consumen su vida en admoniciones y vanas amenazas, sobre esos revolucionarios que no revolucionan nada”. Nosotros deberíamos cambiar la caracterización de revolucionarios, por la de comunicadores demócratas que no democratizan nada, censurando las críticas constructivas que se le realizan a la democracia, para mejorarla, consolidarla, enaltecerla y jerarquizarla.

Sabemos, con precisión meridiana, todas y cada una de las textualidades enviadas a directores y propietarios de medios de comunicación, que con excusas varias (disímiles, risibles, traviesas, caricaturescas, pero todas increíbles) deciden enviar al buzón de elementos no deseados o al borrador de su bandeja de correo electrónico, estas perspectivas con el tan loable fin, de contribuir, mediante crítica constructiva a mejorar el sistema de convivencia política y social instaurado. Entrar en el terreno de las habladurías, sería el de exponer todas y cada una de las razones, por las cuáles, esos que dicen trabajar en el servicio público de la comunicación, siquiera han reparado en poner en una triste carta de lectores, alguno de los cientos de textos, que por otra parte y no casualmente, se publican en espacios de comunicación que sí podrían jactarse de democráticos y que ayudan a la consolidación del sistema por tanto. Además la cuestión no pasa aquí, porque se publiquen o no, ciertas líneas, los garabatos absurdos de algún pretensioso. De lo que aquí se trata es de determinar, cuán democrático son aquellos que tienen una porción de poder, y que no necesariamente son elegidos por el acto simbólico de lo democrático, mediante una elección, para ser senadores o diputados. En el caso de que usted sea un lector, a secas, sin tener relación alguna con un medio de comunicación, difícilmente tenga acceso a este, como a otros documentos. La masividad que supuestamente ocurre en la instantaneidad de las redes sociales y los tan afamados fenómenos de viralización, son en verdad, otro engaño, para que los medios, comuniquen cada vez, menos responsable, como democráticamente, contenidos. Caro lector, sí a usted, esto le llega, es por la intermediación de un director o propietario de medio, a quién se le envía esto tanto a su correo profesional como personal. Hace años que venimos trabajando, con cierto eco, sobre todo fronteras afuera de la Argentina, para mejorar lo democrático, desde una perspectiva de crítica constructiva. No nos cansamos de seguir enviándoles, a muchos de los que jamás publican o publicaran algo, de lo que humildemente decimos. Ellos se escudan y se escudarán, como ya expresamos en sinrazones de las más absurdas e insólitas, probablemente, algunos de ellos, siquiera sepan, porque no publicaron alguna vez, algunos de los tantos textos enviados. 

Esta es nuestra tarea democrática, el considerar esta problemática, como general, nunca personal (siquiera conocemos, ni pretendemos hacerlo sus rostros), e imbuida en una falta de concientización democrática. Nosotros también trabajamos para nuestros censuradores,  pues creemos, que sí no modificamos nuestra democracia, la misma naufragará, irremediablemente, y no habrá camarote que escape a la invasión de las aguas. No lo decimos nosotros, como todas las cosas, ya la dijeron, hasta probablemente de una mejor forma, otros que nos precedieron, a quiénes también censuraron, y que por suerte, encontraron, a demócratas, como usted que publicara este texto, lo que a renglón seguido se lee:

“La libertad de pensamiento se confunde en los espíritus con la libertad de publicar, que no es lo  mismo. Jamás se impidió a nadie pensar como quisiera. Sería difícil; a menos que se tengan aparatos para rastrear el pensamiento en los cerebros. Se llegará a eso seguramente, pero todavía no es del todo así y no deseamos ese descubrimiento…Pero en el uso más ordinario en que se dice libertad de pensar, se quiere decir libertad de publicar. La libertad de publicar que es una parte esencial de la libertad del espíritu, se encuentra hoy, severamente restringida y también suprimida de hecho. Hay gente que les gusta publicar, que solo piensan para escribir y que solo escriben para publicar. Ellos se aventuran entonces en el espacio político. Aquí se perfila el conflicto.

La política, obligada falsificar todos los valores que el espíritu tiene por misión controlar, admite todas las falsificaciones o todas las reticencias que le convienen, que estén de acuerdo con ella y rechaza incluso violentamente, o prohíbe a todas las que no lo son. La política consiste en la voluntad de conquista y de conservación del poder; exige en consecuencia, una acción de coacción o de ilusión sobre los espíritus, que son la materia de todo poder.

Necesariamente, todo poder piensa en impedir la publicación de cosas que no convienen a su ejercicio. Se empeña en eso al máximo. El espíritu político termina siempre por obligar a falsificar. Introduce en la circulación, en el comercio, la falsa moneda intelectual; introduce nociones históricas falsificadas; construye razonamientos aparentes; en suma, se permite todo lo que necesita para conservar su autoridad, que es llamada, no sé por qué, moral.”(Valéry, P. La libertad del espíritu. Leviatán. Buenos Aires.2005. Pág.48) 

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