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29 de diciembre de 2016

La democracia disoluta.

A diferencia de lo que proponen ciertos intelectuales, con más pasado que presente (a tal punto esta cosificada la consideración cultural, que el pensador está sometido a la misma lógica que la del vino, a más cantidad de años supuesta más sapiencia y erudición, cuando en verdad es lo contrario, dado que sobrevivir en este sistema implica ceder y por ende embrutecer o transar progresivamente al punto límite que al estar más cerca de la muerte ya no se tiene nada más genuino que ofrecer que no se haya ofrecido) y con menos originalidad que las mismas formulaciones que dan vueltas sobre el marxismo, la democracia absoluta no sólo que es una clara invitación demagógica al onanismo intelectual, y al apagar las escasas llamaradas de cambio, sino que además es argumentalmente insostenible. La democracia avanza hacia su corrupción generalizada, a su disolución misma, en la que pretende envolver al hombre, al humanismo, al que claramente lo tiene subyugado. Resistirnos a tal frontispicio, al fin, al límite tajante, es lo único que sostiene nuestra expectativa, que nos conduce a un negacionismo enfermizo en donde no queremos pensar siquiera en la posibilidad que todo termine, y esto mismo es lo que nos empuja a tal finalidad ineluctable. Sí asimilamos que podríamos estar ante nuestro propio fin, posiblemente tengamos una probabilidad entre muchas, de pensar nuestro salvamento, salvación o salvoconducto, que no sea la cárcel, el presidio, o la terminalidad a la que nos estamos condenando con lo irresoluto de lo democrático.

“El capitalismo global ya no puede combinarse con la democracia representativa”. (Pedir lo Imposible, Zizek). Expresa uno de los faros intelectuales más escuchados de los últimos tiempos, y por tal condición, asimilado por el sistema mismo del que pertenece críticamente. En uno de sus últimos trabajos, la afirmación citada la formula en relación a un colega suyo, de avanzada edad que tras un paso por la cárcel por acciones subversivas décadas atrás, viene trabajando ahora, en la remisión de la mansedumbre (tal vez esta sea la magia de la ancianidad) dando idea, a través de textos como “Imperio” a una propuesta de democracia absoluta en donde la representatividad se suprima por la acción democrática, propiamente dicha.

En cualquier universidad occidental (entendiendo Occidente básicamente como Europa más el Norte de América), bar, confitería o espacio de paseo de vanidades del intelectual promedio, en donde  la única preocupación,  medianamente coherente (como si las preocupaciones tuviesen una coherencia en su origen, en su razón misma  de ser o emerger)  sea que alguien en nombre de una deidad se explote como bomba o robe un camión y justo pase por encima del oportuno pensador, esta formulación bien podría ser novedosa, creativa, como posible y asequible.

Sin embargo, mientras el resto del mundo, ese que mayoritariamente no está gobernado por lo democrático (paradoja excelsa del sistema que propone la aprobación de mayorías, sin embargo a nivel mundial, apenas sí es una minoría que, como si fuese poco pretende imponerse a la gran mayoría que no se organiza de tal modo)  o que parsimoniosa pero progresivamente se van despegando de esta experiencia (el caso de los países de Eurasia que vienen mutando a despotismos en los últimos años) o que amagaron a adquirirla para prontamente abandonar la idea (Primavera árabe), como el caso antológico de la potencia económica y productiva mundial, China, que siquiera guarda atisbos de lo democrático, nuestras luminarias intelectuales, insisten (insistimos) en seguir conceptualizando la política, bajo términos, expresiones y caracterizaciones democráticas.

En vastos latifundios latinoamericanos, en donde bajo esas formalidades que desde Europa o el extremos norte de América, dan en llamar democracia, estamos, sin embargo, quiénes habitamos, como ciudadanos, sólo sí obedecemos  a rajatabla los deseos políticos y públicos del gobernante de turno, quién, nos cobija, en su manto protector, para que no nos dañemos con la experiencia de la libertad. Por supuesto que no existirá chance o posibilidad alguna, que las supuestas entidades que dicen estar ad hoc, para proteger los derechos que nunca son cumplimentados (de expresión o de libertad) jamás podrán reparar en lo que decimos, porque sus alejados bosquejos teóricos en el mejor de los casos serán dimensiones por quiénes ofrecerán la respuesta fácil y de Perogrullo, de una absolutización de lo que ya es absoluto. En términos matemáticos o de economía del lenguaje, mera tautología.

Plantear que la democracia podría ser absoluta, en sitios, en donde existe formalmente, pero más de un tercio de la ciudadanía posee serios problemas para alimentarse y en donde por ende, solo un 10 % de tal población podría considerarse como habilitada, existencial como materialmente como para plantear algo más allá de su propia supervivencia (es decir escapar a lo omnisciente de la billetera, la plata, o el látigo, el plomo, del gobernante) es de un cinismo tan grande, que sólo puede entenderse, si es que se expresa desde un desconocimiento tan supino como inimaginable.

Por supuesto que, no se puede discutir palmo a palmo, en un relación de fuerzas proporcional, con los intelectuales, que al servicio de las academias, editoriales como grupos mediáticos, se plantean el ejercicio onanistico, se devanean como modelos en una pasarela, por la feria de vanidades en las que exteriorizan su labia o profusa intelección, para plantear la novedad tautológica de absolutizar lo absoluto; nuestro terreno apenas es dar cuenta, que otros seres humanos, transitamos el derrotero de no caer víctimas del olvido formal de que nos consideren en una fría estadísticas, ciudadanos, sujetos de derechos, de un sistema, que nos tiene cautivos, que nos tiene fagocitados, encerrados en su perversa y pérfida lógica a la que contribuyen a esconder y ocultar.

Sí no damos cuenta que a tal punto hemos sujeto nuestro destino humano, a la suerte del sistema mismo que tiene en su naturaleza voraz el tragarse a sí mismo, cumplido el proceso que se viene cumplimentando, entonces ya no podremos seguir consumiendo ni siquiera el derecho al espectáculo, la platea, el aforo, la butaca en primera fila, para asistir a nuestra propia disolución.

El salto al vacío de organizarnos de un modo tal, en donde no tengamos demasiadas referencias escritas, al contrario de lo que podríamos pensar, es la única salida, ante la caída al abismo al que avanzamos casi furiosa y por supuesto, democráticamente.

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