Jueves 31 de Octubre de 2024

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  • 20º

ANÁLISIS

21 de enero de 2016

Boleteados.

Sí un axioma es irrefutable es el que reza que “la única forma cierta de ganar es imponiendo, previamente, las reglas de juego”, modificarlas es al menos, una de los aspectos nodales de la administración Macri, en relación a lo electoral (dado lo inesperado no sólo del triunfo, sino más que nada de la derrota del “partido de gobierno”), pero sobre todo a lo político, la convocatoria acerca de las modificaciones para establecer una boleta única, sea electrónica o de papel, unificar calendarios y crear un organismo independiente organizador de lo electoral, no son cosmética de márketing, sino que apuntan al corazón de una forma de entender lo democrático (que ha sido hasta hace horas atrás, ridiculizado y sometido a escarnio) en lo que , en caso de imponerse o consensuarse, con éxito, será la sepultura, del “boleteo”, o de los boleteadores, los que se sostuvieron, bajo estas prácticas y que más luego, dispusieron de manejos de la cosa pública, con el vicio de origen de una legitimidad dudosa, que siempre emerge en tiempos de crisis económicas, de allí que siempre, sea la o lo político, lo más importante o basal tanto de un sistema de gobierno como de la salubridad institucional de una determinada comunidad.

Las cosas dadas, replicadas, comunicadas, galvanizadas como lo correspondiente, a nivel normal y cultural, le dejan el hiato marginal y lumpen, al cuestionamiento que como crítica social, a instancias de tener una comunidad mejor se le pueden hacer a realidades políticas que a diario se nos presentan en nuestra cotidianeidad. Por más que desde el no lugar del indócil, indómito o imbécil, se repite y reitere que no se trata de decir sí o no a aquello a lo que simplemente se pregunta porque. Al menos, están los que con su respetuoso silencio dan por ignoradas estas situaciones, una posición mejor que las que se agarran con las víctimas o actores de segundo orden de este sistema pétreo y mordaz.

Supongamos por un instante que perteneciendo al nudo gordiano de la cosa pública, sea legislador, ministro o juez, no nos alcance la erogación que hace el erario público por nuestro desempeño, que los gastos de representación, que van desde el vehículo, la nafta, la oficina, la notebook, el celular, las cuentas de luz, internet, y todo el funcionamiento operativo, yerba, café, té, etc no nos terminen de alcanzar para cerrar nuestro balance en blanco, en términos reales, no inflacionarios, hablamos por lo bajo de 25 sueldos mínimos de la administración provincial o nacional, por tanto, debemos realizar alguna “movida” para generar ingresos que puedan costear, el mantenimiento de la básica en tal barrio, del dirigente de tal comité (en realidad todos eufemismos que  sirven para no ir con tanta culpa los domingos a misa) nunca se hablará de atraer capitales, de invertir o apostar en algún gueto de la producción, esas son todas zanahorias para la tribuna, las que sirven para que nosotros nos luzcamos en los medios, diciendo que no hacemos lo que hacemos (vivir del estado, enajenándolo y pedirle a los demás que no nos imiten pues no alcanzará estado para todos, obvio) con una sonrisa de seres cristianos y bien educados.

Como no tenemos tiempo de pensar, jactancia del soberbio que se pretende intelectual, preguntamos, a nuestro alrededor, a nuestros pares, tampoco, perteneciendo a la esfera pública, le podemos entrar al mundillo comercial, donde son también pocos y contados los amos y señores de lo que se le ofrece a la correntinidad, jamás se nos ocurrirá poner una farmacia, un supermercado o un local con máquina tragamonedas, desde esa consulta que hacemos a los que están en tan angustiosa y similar situación, encontramos como el estudiante que pone en google el tema de la monografía que no quiere hacer, la respuesta que nos dará ese billetito que al final del día nos hará cerrar el blanco.

Tenemos que poner una página web, hacerle el monotributo a un conocido, familiar o amigo de confianza, que se siente unos minutos en la pc y copie y pegue las noticias, de los portales nacionales, de los diarios locales, de las radios, de donde sea, el amigo que está en prensa del gobierno o del municipio, nos dará la orden de publicidad, porque le dijo su superior, porque tiene la lista de que ciertos pagos políticos se canalizan bajo esa vía. Hasta quizá podamos darle empleo a algún estudiante de comunicación, de algún barrio o del interior, pagarle un sueldito, y decir que tenemos una empresa con responsabilidad social empresaria. Hasta quizá tengamos suerte y enganchemos uno de esos jovencitos románticos, que se pondrán la camiseta del medio que armamos y en su afán de ser alguien en la vida, gritarán a los cuatro vientos que trabajan en un lugar que es paladín de la libertad de expresión, y por unos pocos mangos el muchachito, la muchachita o un conjunto de; por unos pesitos, nos soban también el ego trascendental creyendo que hacen la revolución bolchevique de la nanotecnología.

Sabemos a la perfección que esto de la publicidad no está regulado, ni por ley, ni por ordenanza, ni que tampoco lo estará, pues es una libreta de almacenero, que el mandamás de turno, tiene al alcance de la mano para retribuir favores electorales o de cualquier índole. Como toda libreta, símil a una hoja en blanco, el pope, puede poner lo que quiera y cuanto quiera, sin validar o sin arriesgar explicaciones, aún más, sin que nadie se las pida, ni siquiera que pretenda alzar la voz o la mirada en esa dirección.

Podemos nosotros subirnos el precio, si tenemos que votar una ley que no nos convence demasiado, o mejor dicho, vemos el negocio y nos ponemos más reacios, no estamparle la firma al decreto, o no apurar la licitación que sabemos que la ganará el caballo del comisario, armar con este y con aquel, sacarnos una foto en Buenos Aires con fulano o sultano, y allí la orden de publicidad aumentará exponencialmente, si es que lo que hicimos le satisfizo al que maneja la libreta del gran almacén de la administración pública.

Sí todos estos mecanismos por alguna razón que se les escapa al sistema; falla, lo resolverá la justicia, o mejor dicho los jueces que pusieron o dejaron de poner los que estaban o están al mando del poder político, que supuestamente tendría que ser juzgado por estos mismos. Es como jugarle a la lotería y tener 99 números de 100. No habrá posibilidad alguna que justo nos toque el número que no está cubierto, que el padrinazgo del sistema, por esa excepción que confirma su regla, dejo librada al azar.

 Vendría a ser algo así como, por ciertos desaguisados de la política del último tiempo, este sistema de connivencias de pagos y retornos mediante pseudo-pautas publicitarias, se haya judicializado y tras el ordenamientos político necesario, la cuestión jurídica, si bien este en manos de, obviamente alguien vinculado con la corporación del poder, también tenga una vinculación familiar directa con alguien que conozca a la perfección este sistema, que incluso haya sido víctima del mismo, habiéndole presentado en su momento las documentaciones al hombre actual de poder absoluto y que todo esto se deba a una mera casualidad del destino.

El orden domestico de las cosas, tiene estricta relación con los lazos de familiaridad e informalidad que se forjan en las sociedades en donde tales ordenes u ordenamientos son como eslabones tabicados e inamovibles, una suerte de sociedad de castas con beneficio de inventario, en donde para ponerlo en conceptos más pragmáticos existen hijos y entenados.

Vemos tales conceptos, en el sociólogo Francés Pierre Bordieu: “La cultura dominante contribuye a la integración real  de la clase dominante  (asegurando una comunicación inmediata entre todos sus miembros y  distinguiéndolos  de las otras clases);  a la integración ficticia  de la sociedad en su conjunto,  así pues, a la desmovilización (falsa conciencia) de las clases dominadas; a la legitimización del orden establecido por el establecimiento de distinciones (jerarquías) y la legitimación  de esas distinciones. A este efecto ideológico, la cultura dominante lo produce disimulando la función  de división bajo la función de comunicación: la cultura que une (medio de comunicación) es también  la cultura que separa (instrumento de distinción) y que legitima las distinciones constriñendo a todas las culturas  (designadas como sub-culturas) a definirse por su distancia con la cultura dominante.

Contra todas las formas del error “interaccionista” que consiste en reducir las relaciones de fuerza a relaciones de comunicación, no es suficiente señalar que las relaciones de comunicación son siempre, inseparablemente, relaciones de poder que dependen, en su forma y contenido, del poder material o simbólico acumulado por los agentes (o las instituciones) comprometidos en esas relaciones y que, como el don o el potlatch, pueden permitir acumular poder simbólico. En cuanto instrumentos estructurados y  estructurantes de comunicación y de conocimiento, los “sistemas simbólicos” cumplen su función política de instrumentos de imposición o de legitimación de la dominación, que contribuyen asegurar la dominación de una clase sobre otra (violencia simbólica)   aportando el refuerzo de su propia fuerza a las relaciones de fuerza que las fundan, y contribuyendo así, según la expresión de Weber, a la domesticación de los dominados”. (Pierre Bourdieu).

La única forma de empezar a combatir estas irregularidades, es decir la categorizamos de tal manera, porque se supone, o al menos ningún libro así lo señala, que de esta manera  se puede o se debe manejar o administrar la cosa pública, es precisamente el dar la batalla por las reglas de juego, cualquiera que pretenda dar la discusión por esto mismo, bien merece un respaldo y reconocimiento, independientemente de cómo resulte y de quiénes sean convocados para dar el debate.

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