ANÁLISIS
30 de septiembre de 2015
La Argentina adicta a la superficialidad.
Desde los diferentes espacios políticos y comunicacionales, se traza, más que tratar, el problema de la droga, tanto a nivel de consumo, como de posible producción y como es recurrente en todos y cada uno de los temas que nos ponen las barbas en remojo, tan sólo obtenemos análisis de superficie, acusaciones periodísticas y propuestas de pacotilla. En estos tiempos electorales, estaríamos desperdiciando, nuevamente la posibilidad de darnos este debate, acerca de qué hacer y cómo en relación a las drogas.
La droga, otrora excentricidad de poetas líricos, bohemios apenados y literatos agobiados, consiguió trasvasar las barreras clasistas de la intelectualidad para sedimentarse en el amplio campo popular de la juventud.
Los reconocidos escritores Jean Paul Sartre y Aldous Huxley, encontraron en diversas sustancias adictivas, un camino para evadirse de tantas preocupaciones terrenales, misterios existenciales, y dolores personales, forjando por medio de estos sinuosos y abismales senderos, sendas obras literarias de cuantioso valor humanístico.
Estos memorables hombres de letras, redimían su condición de sujeto, y oprimidos por la incesante manifestación del pensar, encontraban en las drogas, el mecanismo evasivo que les permitiera segundos de tranquilidad, a expensas del deterioro físico y mental, que las sustancias les propinarían en un mediano plazo.
Es difícil encontrar jóvenes en la actualidad que no hayan tenido experiencias con drogas, en el mayor de los casos se declaran consumidores oportunos, generando esta marcada aceptación, circuitos nocturnos que se deslizan al compás de la sustancia escogida. El cannabis, pasa a ser marihuana, para convertirse en porro, de la mano de la cerveza, y por lo general de música contestaria, construyen una noche, una salida, y hasta una cultura de hábito y probable adicción. Las pastillas, compuestas de diferentes sustancias y con diversos efectos, conjuntamente con la música electrónica y agua mineral, elucubran una perspectiva para alejarse de las preocupaciones cotidianas y lentamente se convierten en un cristal desde donde se observa la realidad.
Otras drogas, marcan con autoritarismo, los senderos de la distracción juvenil, con la potestad suficiente de todo dictador populista, esclaviza a un número importante de individuos, que suyugados a ella, terminan hasta con sus propios deseos.
Los intelectuales que utilizaban narcóticos se desafíaban a sí mismos, sabían muy dentro suyo que se enfrentaban a una actividad muy peligrosa, no tanto por los daños irreparables, más bien porque a cambio de dádivas ( la placentera sensación de bienestar) claudicaban ante el siniestro dictador, que sin moral alguna, podía exigir a cambio hasta la propia vida de sus vasallos.
Lamentablemente, los fríos números estadísticos indican que no tenemos la capacidad cómo país de construir una sociedad equitativa, por tanto lo más probable es que la juventud, se encuentre expuesta a las tentadoras y peligrosas propuestas provenientes de un dictador siniestro.
Lo más terrible es que las voces altisonantes de los diferentes sectores de la sociedad se expresan ante lo evidente (la corrupción) pero no ante lo importante. Una generación requiere de herramientas, intelectuales y espirituales, para saber decidir ante las propuestas vertidas por un colosal e impune mandamás.
Sería muy positivo que las formas para tratar el tema de las drogas se discuta con mayor seriedad y asiduidad, de tal manera lograríamos encontrar un punto en común y sensato para escoger los mejores elementos y entregarlos a nuestros jóvenes, de tal modo que no se encuentren tan expuestos e indefensos, ante el magnánimo poder de un dictador, que se mueve a sus anchas en medio de la indiferencia.
Sea cual fuere el camino, (mayor penalización, despenalización del consumo) la única opción que aumentaría el número de adictos (y con ello sus variadas consecuencias) es continuar con esta política cobarde de mirar al costado cuando se habla de drogas.
La droga como problema
Tras la conquista europea, nuestro continente debió amoldarse a un sistema económico, político y social, que hasta ese momento le era ajeno y extraño. Lo que luego tomaría el nombre de Virreinato de la Plata y posteriormente Argentina, se conformaba en base a la ilícita actividad del contrabando. Resultaba que el puerto escogido por los conquistadores no era precisamente el de Buenos Aires, por tanto el porvenir económico se mostraba exiguo.
Los primeros pobladores de la actual gran metrópoli, se aferraron a una norma que decía que en caso de que las embarcaciones corrieran riesgo de ser asaltadas, hundidas o averiadas en alta mar, debían dejar su carga en el puerto más cercano. Surgieron entonces las permanentes arremetidas contra los navíos, surgieron las continuas ventas de las mercaderías en el puerto, que se convertía en un gran mercado negro, surgieron los criollos que ya venían con un pan bajo el brazo. Surgía nuestra República, de la ilícita actividad del contrabando.
Tampoco uno puede aguardar los sempiternos tiempos de una justicia siempre sospechada, para concluir lógica y razonablemente, que existe una relación entre el poder político y el narcotráfico. Uno proviene desde lo institucional, desde lo republicano y se ejerce por intermedio de hombres representativos que asumen funciones públicas, el otro poder proviene de hecho, no del derecho, de la realidad más cruel y contundente del ser humano, de su capacidad autodestructiva y de su ambición desmedida, de la debilidad de algunos por evadirse de la realidad y de la voracidad de otros, que en el afán de desarrollarse no dudan en enriquecerse a costa de la autodestrucción de sus congéneres. La droga, entre tantas cosas, es un gran negocio. No se debe inscribir una empresa para trabajar con ella, no se pagan impuestos y siempre hay demanda de producto. Como si fuera poco, se generan actividades tanto o más redituables a partir de los narcóticos. Dada la enorme cantidad de dinero que se produce, se debe hacer ingresar al circuito financiero los billetes de la droga, de forma tal que parezca que provienen de una actividad lícita. Esta operación es la que se conoce con el nombre de lavado.
El aumento de consumo, de tráfico y de dinero proveniente de las drogas, según los organismos internacionales especializados y según quién desee caminar por alguna plaza en horas de la siesta o bailar por la noche en alguna discoteca, es una realidad que va en aumento en todas las regiones de nuestro país. Las diferentes variantes de narcóticos conocidas en los últimos tiempos, tales cómo; anestésico para caballos, spray para golpes musculares, pasta base y demás, constituyen otra irrefutable muestra de la compenetración de los estupefacientes en nuestra sociedad.
Debemos ser concientes que habitamos una comunidad narcotizada, donde la institucionalidad, mediante sus dirigentes o representantes, precisa para su subsistencia, de dinero fresco, constante y sonante, independientemente de donde provenga, para que los índices de votantes sean medianamente aceptables, para que las diferencias políticas puedan ser subsanadas mediante una caja económica que no tenga existencia en los papeles de estado, en definitiva para torcer voluntades de toda clase y precio, a los excelsos fines, claro esta, de que ningún conflicto se desmadre y por ello se pierda la gobernabilidad y posteriormente la institucionalidad. A tal punto llega la relación entre el poder político y el poder del narcotráfico, que ya comparten términos y clasificaciones semánticas. Al otrora dirigente afincado en un barrio populoso, con cierta capacidad de liderazgo, se lo denominaba puntero. La misma denominación se utiliza para quién en ese mismo barrio populoso o en otro, es el distribuidor de la droga.
Dada la imposibilidad de acceder a una función de estado sin tener los medios, dinero y en abundancia, para pagar fiscales el día del comicio, afiches, panfletos, espacios en radio y en televisión, durante la campaña, y para aceitar al grupo de acompañantes que organiza los actos con comida y bebida, para que los votantes escuchen al candidato y todo lo que implica la parafernalia electoral, entonces surge, en forma espontánea la connivencia con el poder del narcotráfico o del dinero de la droga. El empresario capaz de solventar tamaño gasto, debe tener ciertas certezas, las más exigidas por los capitalistas; o continuar con los negocios que le generan riqueza o ingresar en calidad de monopolio en el mercado. Sí por esas casualidades, el candidato, ya en funciones de estado, cree en el sexo de los ángeles, entonces aparecerá el financista, ya con rostro circunspecto, recordando el dinero que puso para que no le escupan el asado. Sí el negocio esta vinculado con la droga es más una cuestión de casualidad que de rama empresarial. Tampoco tendrá fuerza el gobernante, sí de buenas a primeras intenta desconocer el turbio acuerdo. Sus propios funcionarios de segunda línea y los mismos ciudadanos bailarán al ritmo del dinero narcotizante. El cabo de la policía, que sabe que la camioneta importada del comisario es producto de la droga, no arriesgará la vida enfrentándose con alguien que inflija la ley de drogas. Lo más probable es que en su escala y medida, participe del negocio.
¿Que mundo le puede ofrecer a un consumidor un estado que este ausente que no garantice ni salud, ni educación ni trabajo?. Le ofrece lo que tiene o lo que puede. Una elección de tanto en tanto, donde además de elegir figuritas, se reparte comida, materiales de construcción y obviamente drogas.
Claro que el vacío al que condenaría el estado ausente, es aprovechado por cantantes, músicos o estrellitas mediáticas, quiénes observan un fabuloso mercado de jóvenes, sin rumbo ni destino, que se evaden de tanto dolor, utilizando drogas y por tanto ofrecen, estas bandas o grupos musicales letras que rinden loas a las drogas, o en el peor de los casos, directamente incitan al consumo. En nombre de la libertad, esos mismos carilindos que se creen inocentes por no participar en política o que se creen corajudos por decir lo que piensan sin pruritos, terminan siendo los propagadores oficiales de una sustancia que en la mayoría de los casos, termina con sus propias vidas y con las del público.
Según reza el principio de todo adicto en recuperación, el primer paso para salir es reconocer el problema, por tanto independientemente de que, como y cuanto se legisle, este primer paso institucional de debate en el parlamento ya es un gran paso para romper con un prurito, con una fachada, con ese viejo adagio de guardar la basura debajo de la alfombra. Nada mejor que ofrecer luz, en el reino de la oscuridad y las tentaciones, donde no se encuentran ni imágenes divinas que protejan las desventuras y temores de grandes y chicos, prestos, en caso de continuar esta oscuridad a aferrarse lo efímero y dañino de una sustancia alucinógena.
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