Jueves 28 de Marzo de 2024

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  • 20º

ANÁLISIS

9 de julio de 2015

La foto que válida una teoría filosófica

Parte del mundo mediático se vio sorprendido ante el obsequio del Presidente de Bolivia, Evo Morales, al Sumo Pontífice, de un crucifijo “comunista” y la reacción del Papa (musitó un “no está bien eso”) que se corresponde simbólicamente a lo planteado por el filósofo latinoamericanista “Francisco Tomás González Cabañas” con su ensayo, publicado semanas atrás en diversos ámbitos filosóficos, “Dios y Marx, los conceptos eurocentristas que no permiten una filosofía en África y Latinoamerica” que en exclusiva reproducimos:

Dios y Marx los conceptos eurocentristas que no permiten la filosofía en África y Latinoamérica.

 

Por Francisco Tomás González Cabañas

 

Uno de los preceptos de lo que se da en llamar la filosofía de la Liberación, sin que hayamos optado o no por pertenecer o coincidir con la misma, pero de esto se trata precisamente el pensar desde los lugares arquetípicos, despresurizándonos de elementos que podrían desnaturalizar nuestro razonamiento, desde el lugar en el mundo, en donde si se quiere fuimos arrojados nos insta a la búsqueda en la que desandaremos en el presente texto:

 

“La filosofía de la liberación, ya iniciada por Mariátegui en sus reflexiones sobre el indigenismo, debe desarrollar un discurso filosófico sobre la naturaleza del amerindio, sobre su pensamiento mítico-racional, sobre su lugar en la historia posterior a la conquista. Como hecho ético debería propugnar por un desagravio histórico del indio americano en 1992: cinco siglos de dominación, genocidio y muerte. Sin embargo allí están y reclaman sus tierras, su dignidad, su libertad, su autonomía política y cultural.  ¿No sería esta una ocasión propicia para avanzar filosóficamente estos temas de la filosofía de la historia americana” (Enrique, Dussel, s.f.).

 

Claro que la espada y el crucifijo solo podían hacer una parte, la razón instrumental, debía seguir sirviéndose del pupitre, del sistema de control que disponía lo educativo para luego, generar trabajadores en serie, dándole un sentido técnico, de progreso, de interpretación del mundo, de finalidad burda y absurda, que  no es ni más ni menos que la occidentalidad, brutal y empequeñecedora de la cuestión humana, dinamitadora del alma, amputadora del espíritu y ocultadora del ser.

El circulo hermético por donde hacían transitar ese conocimiento, esa piedra filosofal, entendida como tesoro escondido o a esconderse o a develar esto es expresa y conceptualmente medieval, y se puede observar claramente en textos, llevados al séptimo arte como película,  hablamos de “En el nombre de la rosa” de Umberto Eco, fue necesariamente el ámbito de esos claustros, que desde la definición misma establecía que el ingreso no era para solamente el que deseara, sino que se constituía en un riguroso círculo cerrado, en donde la circulación de ese conocimiento, o de ese logos occidental, estaba al alcance de muy pocos, que cumplieran las prerrogativas, disciplinares de obediencia debida y rigor metodológico. Esta trampa en donde cayeron los buscadores de la verdad, de asirse más en lo cómo debía ser buscado, lo que nunca estuvo oculto, salvo para estos que siempre lo observaron como una cosa, como un instrumento o como un medio y no como lo que es, siendo, estando allí, desocultándose en el ocultamiento de la tozudez de pretenderlo asequible. Daremos un ejemplo de como la tradición que surge de Aristóteles. “El tema que desde hace mucho tiempo, ahora y siempre, se ha buscado y ha planteado renovadas dificultades, ¿Qué es el ente?, viene a ser, ¿Qué es la ousía?” (Aristóteles, 1986, p. 285), generará luego un “rigor mortis” en cuanto a la posibilidad de entender de lo que se trata, sin que se pueda salir de un camino, enfatizado y determinado casi fanáticamente, por un conjunto de reglas, o un corset o molde que impide el poder generarse perspectivas más allá de lo estipulado por quiénes se creyeron de un momento a otro los único capaces de establecer las reglas de juego del conocimiento, como sí el abordar él mismo, los debiera tener, más aún en forma expresa y específica, como estos, enajenados de libertad, así lo dispusieron.

Nunca dejará de pasar tal estadio, y probablemente no se le brinde ningún tipo de consideración academicista a lo no aceptado o lo que al menos pretenda situarlo dentro del ámbito de lo admisible.  De hecho, como observamos, lo que no proviene de la tradición o lo metodológicamente comprobado a lo sumo le puede corresponder el exotismo de lo “multicultural” o a lo sumo raro, acepciones que nada se corresponden con la seriedad occidental.

Preguntamos ¿Qué significa la seriedad del intelectual? ¿Está dada sólo por un riguroso aparato crítico y abundantes citas en lenguaje original? La única seriedad que queremos y buscamos porque no tenemos es la del compromiso con el hombre latinoamericano con su ser y su verdad (Cerutti, Horacio, 2005, p. 299)

 

A esto es lo que reacciona, o lo que en verdad se va gestando ante tanta predeterminación, o arbitrariedad, en un ámbito en donde supuestamente se pregonara lo contrario, tal como el claustro universitario. La institución de características perversas, al alentar vientos libertinos que no dejaba circular dentro de sus propios edificios de estilos medievales, se vio asediada por la necesidad de una mayor apertura, aumento de población y cambios de paradigma, que a nivel político-filosófico se coronan con la llegada del Marxismo, como antídoto, como reacción, como mecanismo de defensa, ante la asolación de la híper-presencia de un dios que en verdad, fuera de la universidad, en verdad estaba ausente en todos los lugares y momentos.

El Marxismo irrumpe, además, como el espacio de esa libertad ausente, pero apuntando esa ausencia libertaria de las fábricas, desde el núcleo básico del sistema económico y político, se auto enviste de solución salvífica, pero desde el presidio de máxima seguridad del claustro. La única forma de que esto precisamente no se notara, que siguiera oculto, era que precisamente, naciera como dogma que apuntara a la realización de las libertades (podríamos volver a Hegel, cuando estipula que lo filosófico, sólo puede darse en el ámbito de la libertad política, de todas maneras es una obviedad crasa, que toda la historia es nada más que el dialogo intergeneracional entre un puñado de hombres europeos, avalado, promocionado y sostenido por otro grupo un poco más cuantioso de seguidores o aduladores) posibilitándole a ese proletario que se librara de las esposas del sistema productivo, claro que esta formulación, originada en ese laboratorio con cláusulas aún más atentatorias de las libertades más básicas, nunca sería visto desde esta perspectiva, ese dispositivo de encapsular lo que pueda ser dicho y entendido como verdad, debía salir de algún presidio, por más que discutiera otros sitios de encerramiento de la libertad.

    

El traslado al ámbito intelectual latinoamericano de algunas de las polémicas que desde los años cuarenta y cincuenta se venían produciendo en el seno del llamado «marxismo occidental» —contrapuesto al marxismo-leninismo emanado del bloque soviético— sobre algunos temas filosóficos, éticos y estéticos, conmovieron cada vez más el ambiente en el que se desarrollaría el marxismo en América Latina.  Por otra parte, el auge que tomaron las posiciones filosóficas críticas del marxismo en diverso grado, unas veces para tratar de permearlo como el existencialismo sartriano y otras para sustituirlo como la filosofía de corte neopositivista, la analítica, el neotomismo, etc., dieron lugar a que el marxismo se situara en mayor medida en el centro del debate intelectual y se expresase de diversas formas como en el caso de su interpretación como filosofía de la praxis desarrollada por el destacado pensador hispano-mexicano Adolfo Sánchez Vázquez (Guadarrama González, Pablo 2008, p. 35).

 

El terreno por sobre seguro, por más que sean senderos o caminos de bosque (como lo metaforizo otro reconocido, por el gueto, o continuador del diálogo intergeneracional que se da en llamar filosofía, pensador alemán) debe atenerse, necesariamente, para sus consideraciones, sus finalidades hipostasiadas, a lo escrito, a lo académicamente aceptado, jamás puede estar navegando en un éter no comprobado como una tradición oral, en lo indeterminado de una danza, de un ritual, de un contemplar un amanecer, consustanciado en el ser ahí, desde lo que se es, con la pachamama o con la madre naturaleza. De allí, la necesidad la necesidad de verdad, de esa verdad ciencista occidental (que nunca pudo arrojar ni un ápice de luz ante el fenómeno más trascedente de lo humano, que es, ¿qué ocurre y porque ocurre la finitud o la muerte?) no tolera, no acepta, no asimila, no absorbe nada que no sea tal como dispusieron sus reglas antediluvianas.         

África y Latinoamericana, sin embargo, colonizados, conquistados por ese occidente reglado y reglamentador, no sólo que vieron imposibilitadas sus posibilidades de que se conocieran sus distintas formas de relacionarse con las primeras y últimas cuestiones de lo humano, sino que tuvieron que deconstruir, decodificar, lo impuesto, asimilarlo y reconvertirlo a su interpretación y con ello reescribir lo que se les había dado, o impuesto como lo que debiera ser.

Para ponerlo en términos más claros, el erario público, que sostiene cada una de las universidades de estas partes del mundo, deja de estar presente en otros ámbitos, tan o más necesarios para la mayoría de estos pueblos, es decir, el pupitre de la universidad y el pizarrón, significa y representa una anestesia menos en un hospital, una puerta menos en una casa para una familia indigente.

Sin querer significar otra cosa de lo que afirmamos simplemente queremos preguntarnos y preguntar. ¿Cómo le ha devuelto la filosofía esta inversión a su comunidad? ¿Le ha brindado acaso un sistema político, educativo o social nuevo? O ¿Ha fomentado cierto onanismo intelectual, en donde en el mejor de los casos, como subproducto o como resultante brindó tanto a su comunidad como a la comunidad internacional, no sólo decenas de miles de tesis doctorales que duermen el sueño de los justos en libros que nadie lee, sino también doctores que colonizados en sus conceptos eurocentristas no colaboran o contribuyen para que pueda darse la posibilidad, que desde las aulas o fuera de ellas, pensemos en términos más relacionados con nuestras características y peculiaridades culturales?.

La respuesta la brinda lo que se da en llamar filosofía de la liberación, que no casualmente, se desdobla en una teología de la liberación, donde lo central y lo fundante es tal como expresara Cerruti, mediante Dussel, (actores principales y fundantes de lo filosófico en Latinoamérica)  en la opción por los pobres, en una vinculación con el hábitat, con lo dado, con lo originario, no sólo no invasivo e integrador, consustanciado en individuo y comunidad, sino también, libre de finalidades, para las cuales haya que respetar, a rajatabla, procedimientos metodológicos, estrictos y cercenatorios del sentido más profundo de la libertad.

La opción por el pobre, por aquel cuya ausencia de algo básico, horada, percude su condición de humano, es la síntesis, (para que los eurocéntricos nos entiendan, en términos hegelianos si lo desean) es la abreviatura, es la simbiosis, de lo que fue entendido, o mejor dicho impuesto, bajo los términos nominalizados como Dios y Marx.

Lo que puede significar, un pensar que entendamos nosotros mismos como latinoamericano, converge necesariamente en los conceptos arriba mencionados, pero interpretados necesaria y básicamente, como la opción por los pobres.

Pensar a Dios y Marx, como algo más allá de su vinculación con el otorgar respuestas al condicionamiento del pobre, es seguir sujeto a las imposiciones que esos conceptos nos traen o nos vienen, arropados o contaminados de un eurocentrismo, del cual debemos necesariamente salir, o del cual debemos desintoxicarnos, sin que ello signifique atacarlo o negarlo.

La dictadura del proletariado, la plusvalía, el sentido de culpa y el paraíso celestial, no deben ser playas en donde debamos llevar el barco de nuestros pensamientos, nuestros pasajeros hace tiempo que nos vienen indicando de la no existencia de puertos posibles, en tal eterno transitar, no son pocos, los desafíos que recurrentemente se nos presentan en alta mar, pero ninguno de los mismos lo resolveremos dirigiendo el navío a lugares inexistentes en nuestras latitudes y por ende ninguna de las cartas de navegación  editadas en aquel occidente tutelador nos puede resultar decisivamente necesario, útil o mucho menos indispensable.

En Latinoamérica, esa profunda, descontaminada de la egida eurocéntrica, se filosofa, es decir se vive en armonía con el logos, al modo semejante que en África, donde el vínculo es mediante la danza (Kaumbaaa), los conceptos de Dios y Marx, no tienen nombres, o en el caso de que los tengan no son usados para dominar o controlar como en las usinas de poder intelectual que occidente llama universidades.

Desde la “inmemorialidad” (que no debe ser entendida como inmoralidad, porque quizá ese término de moral no nos pertenezca) de la conquista que venimos peleando guerras que no son nuestras,  ese famoso apotegma de “ser hablados o ser pensados” ha avanzado, o mejor dicho se materializo, en que seguimos siendo el cuerpo irresoluto, los jirones piltrafosos, que se comercian en transacciones, muchas veces de metálico, como de productos o miles de nosotros que le pusimos y le seguimos poniendo el cuerpo a guerras que se han librado por esos conceptos, por esos intereses, por esas categorías que, nada o muy poco tienen que ver con nosotros. Y en caso de que tengan que ver por el imperio de la praxis y por el peso de la historia, con los millones de litros de sangre, de nuestros ancestros, derramada, deberíamos al menos tener el derecho, o la posibilidad, de preguntarnos, que es lo que compartimos, en que es en lo que estamos de acuerdo, que tomamos, de eso que nos impusieron allá lejos y hace tiempo.

Que nuestro “sistema” funcione, desde hace cientos de años, con millones de pobres, excluidos, marginados, un tercio cuando no, casi la mitad de la población en vastos de nuestros terrenos, no puede ser consuelo o perspectiva que nos incite a tener una mirada positiva. Y ya que estamos con ese término, tantas cosas bajaron de esos barcos, como ese concepto de positividad, que le debe resultar de tal forma, a nuestros tuteladores, a los imperialistas, a los que sí les cierra la ciencia, desde la medicina hasta la industrial, para que nosotros sigamos poniendo los cobayos humanos, las dolencias más aberrantes, y ellos se lleven sus curas circunstanciales y sus dividendos suculentos. Las usinas en las que se viene enseñando a nuestros niños que el mundo debe ser habitado, y vivido, tal como su entendimiento o sus talentos así lo han indicado, nunca nos dieron resultados del que podamos estar mínimamente satisfechos. Ni la política, ni la juridicidad, ni la comunicación, tal como nos vienen “enseñando” desde esas perspectivas eurocéntricas, nos ofrecen respuestas a las demandas de nuestras poblaciones, que no casualmente además de las hambrunas y la desigualdad, también padece, sus democracias inacabadas, sus sistemas punitivos que no redimen, ni expían, sino que exacerban las diferencias, las recrudecen en grado sumo. Tampoco sus técnicas, ni de riego, de cultivo, o de producción de elementos, puede ser vista como un “avance” (ese es otro de los engaños, como sí la vida fuese una escalera o un dispositivo que tenga una bandera al final de llegada) dado que desde esa positividad de la técnica, no hacen más que enfermar el cuerpo de quiénes manipulan esos elementos como de los que los consumen, lo mismo que esos avanzados sistemas de detección temprana de problemas de salud, para que concluyan siempre en ese otro invento del stress que no puede ser visto, ni medido, por ninguna de sus máquinas que se preciaban de medirlo y observarlo todo.

Su mundo y su sistema, para no extendernos en cada uno de los campos en donde se aprecia que es un terreno fértil para que ellos se lleven la cosecha, producto del esfuerzo de nuestras siembra en nuestras tierras, no ha modificado en nada, la profundidad de nuestra humanidad, es decir, no es que mediante sus “lecciones” su civilización, vivimos muchos años más, o la calidad de los mismos, puede considerarse como sustancialmente mejor, no somos más felices, que antes cuando no nos cuestionábamos acerca de si lo éramos. 

Y siempre, como nos enseñaron ellos, están nuestros idiotas útiles, o cipayos, cipayos culturales en este caso, son esos que se cansan de vindicar a parte de nuestra tierra conquistada como el eje del mal, como el nido del águila imperial, como el supuesto colonialismo del cual debemos despojarnos o desentendernos.

Al contrario, son ellos quienes precisan de nosotros, para que podamos actuar desde nuestra autenticidad, pero sólo lo podremos hacer, cuando los dejemos de mirar, como enemigos, bajo esa inquina con la que culturalmente, la Europa conquistadora nos sigue tutelando, sigue digitando nuestros pasos, y librando las batallas que determinan como si fuésemos sus peones de ajedrez.

La América conquistada debe ser una, cuando ello ocurra, recién podremos pensar que es lo que podemos tomar como propio de ese proceso traumático, que no nos pertenece o mejor dicho enlutece nuestro ser; está en juego, desde hace tiempo en verdad, no sólo nuestra calidad de vida, o la opción por el pobre y con ello la inclusión, está en juego que la próxima guerra, no la disputemos en nombre de los intereses de los otros, que nuestros hermanos no puedan comer, como no lo han podido hacer desde generaciones, tiene más que ver con esa barbarie conquistadora, con esa tutela académica-cultural de la que no podemos despabilarnos, que de todas esas sandeces relacionadas a buitres, a capitales y que nos hacen mirar al norte, a nuestro norte, cuando en verdad la batalla, sí es que debemos librar alguna, la debemos dar, cruzando el océano.

 

Bibliografía.

Aristóteles. (1986) Metafísica. Sudamericana.

Cerutti, H. (2005) La filosofía de la liberación latinoamericana. Fondo de cultura económica. 

Dussel, E. (s.f.). Para una ética de la liberación latinoamericana. Siglo XXI.

Eco, U. (1984). En el nombre de la Rosa. Lumen.

         Guadarrama González, P. (2008) La conflictiva existencia de la filosofía latinoamericana. Recuperado de: “http://www.revistadefilosofia.org”.

         Heidegger, M (2001). Caminos de Bosque. Alianza

         Horkheimer, M. (1969). Crítica de la Razón Instrumental. Sur.

         Lufunda, K. (2004) ¿Existe una filosofía africana? Nova África, Centro de estudios Africanos.

 

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