Lunes 2 de Diciembre de 2024

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ACTUALIDAD

29 de abril de 2015

El libro del intelectual correntino editado en Europa ya está en Corrientes

Muy a tono con el proceso electoral, el texto de filosofía política, que ha sido presentado con laudos en diferentes universidades del mundo, del autor Francisco Tomás González Cabañas, ya puede ser adquirido en el país y por ende en la provincia. “Estamos trabajando en la presentación, a la que la dotaremos de más aspectos políticos que intelectuales” profirió González Cabañas quién cedió una parte del mismo, acerca del planteo de fondo que propone para consolidar la legitimidad representativa de nuestra institucionalidad democrática.

Extracto del Libro “El Voto compensatorio, redefinición del contrato social desde una perspectiva latinoamericanista”, publicado por la editorial Alemana Ediciones Académicas Españolas: “…Se nos dice que la democracia, en el período electoral, es la manifestación por antonomasia de la libertad política, dado que cada cierto tiempo podemos elegir a quiénes nos gobiernen. Esta definición casi academicista, es una mera expresión de deseo, un anhelo romanticón ante las batallas que se libran por convencer, seducir o mejor dicho, cooptar o condicionar a los electores para que tomen o escojan una decisión. Por más que estemos en contra, lo denunciemos, combatamos o relinchemos, lo cierto es que ante una elección los guarismos cantarán que “aparato” (en el sentido más bestial y alienante del término)  ha funcionado mejor y con ello, ungiremos en la impostura que nos exige esta democracia en papeles, a nuestros representantes que atesoraran la voluntad popular cosechada bajo supuestas reglas democráticas “Avant la lettre”. Las elecciones tampoco se ganan, mediante el ejercicio repetitivo de aparecer en diferentes medios, previamente pagos o que son parte de las estructuras político-económica-sociales de los mismos (incluso usan idénticos sloganes para vender candidaturas y empresas de comunicación…) de aprenderse y recitar como loros el discurso de ocasión, comprado en la consultora de turno, o de exponerse en afiches gráficos o de redes sociales. Tampoco se ganan las elecciones en los cada vez menos utilizados actos multitudinarios o de cabinas telefónicas (previo pago al contado o en especie a organizadores y asistentes), menos en la nueva versión “gimnasta” de la política de los tiempos que corren, que nuestros prohombres dan en llamar “caminatas”, en donde un par de militantes, adherentes o simpatizantes, tienen la triste tarea de levantar banderas de los partidos o sellos de ocasión, menos aún, alardeando o proponiendo proyectos, ideas o consideraciones públicas hacia lo que harán con el poder, básicamente porque saben, contundentemente que así no se ganan elecciones o la estima pública el día o la jornada electoral. Las elecciones se ganan, en esos oscuros recintos en penumbras en donde se distribuye el contante y sonante, enajenado del erario público u obtenido del privado a quién se favorece o favorecerá, en donde se aceita la maquinaria que saldrá a la búsqueda del voto a voto, a cambio de lo que sea, en su versión efectivo, bolsita, material, expectativa, ilusión, apriete o desánimo.

En esos lugares, generalmente llamado “cocina (los narcotraficantes también utilizan la misma palabra para llamar al lugar donde hacen o fabrican las drogas)” se precisa de un ábaco, una calculadora o un programa de pc, en donde se ponen los datos de cuanto se dará a quién en que momento, y luego de ello la ejecución de la planilla en los tiempos del comicio. Quién mejor distribuya tanto la materialidad como la expectativa y a su vez, el equipo que mejor coordine la implementación de lo planificado se quedará o llegará al poder, por más que suene una herida narcisista a quiénes tenemos la posibilidad de leer y pensar, y por tanto comprender que en estas instancias somos coto de caza de quiénes tienen el poder y tal como la virtud satánica de hacerle creer a la humanidad que el mal no existe, nos dicen que depende de nosotros, que la elección es la fiesta de la democracia y todo lo que endulza a nuestros oídos prestos a estos sonidos libertarios. Esto que puede sonar horrorífico, espeluznante y todos los giros poéticos que se encuadren en la descripción que haga referencia a un sistema perverso, que se jacta de ser democrático, sostenido en su lógica representativa, legitimada por el voto popular, puede aún ser más restrictiva en las libertades individuales, a expensas de ese autoritarismo de las formas, que debe avanzar incluso en la prohibición, expresa y aviesa, del deseo de ser parte de lo que ya a esa altura se constituye en una casta política, de quiénes están afuera del selecto grupo y pretendan, cayendo en esa trampa de la apertura y la amplitud democrática de, introducirse en tal cuerpo de elite que ha tomado por asalto, el dominio de la cosa pública, sacralizada por la entente-legalidad-legitimidad-representatividad, afianzada por una milenaria historia que nada tiene que ver (o mejor dicho que devino, o se deconstruyó) en lo que ocurre con lo democrático en la actualidad.

Los sistemas políticos dan cabales muestras de que son autoritarios o poco democráticos, cuando penalizan, acotan y aplastan el deseo político, habiendo pasado por triturar la responsabilidad de garantizar la participación igualando las posibilidades de competir electoralmente, los popes dirigenciales, que manejan a sus anchas kilómetros extensos de latifundios categorizados como democráticos, también son dueños de algo que pensábamos íntimo, privado y propios, nuestros deseos, anhelos y expectativas, políticas y sociales. Tal como funcionó como uno de los emblemas del feudalismo,  el derecho de pernada (presunta normativa  que otorgaba a los señores feudales la potestad de mantener relaciones sexuales con cualquier doncella, sierva de su feudo, que se casara con uno de sus siervos) tiene su calcada expresión en lo que la actualidad podríamos llamar, el uso de “Censura al deseo político” .Cuando hablamos del deseo, estamos adentrándonos en uno de los aspectos fundantes de la condición de sujeto, el deseo podría definirse como el combustible mediante el cual el hombre encuentra sentido, sea a corto, mediano o largo plazo, a sus acciones en un mundo que no le da explicaciones del porque ni el para qué ha venido, ni tampoco del porqué, o del cuándo se irá. Este elemento indispensable para el cuerpo y el alma del hombre, no es, como podríamos suponer a priori, de acceso libre e individual al mismo, es decir, si bien es una “sustanciación” en la que necesariamente interviene a solicitud o requerimiento de una individualidad, se conforma ese acceso mediante la interacción con lo social, en donde más temprano que tarde, esa interdependencia útil entre individuo y sociedad puede trocarse en condicionamiento expreso sobre la libertad de acción y de elección individual por sistemas o culturas opresivas o cerradas…”

 

 

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