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ACTUALIDAD

9 de julio de 2022

"El filósofo debe de salir de la universidad".

Responde al ciclo "tres preguntas a filosofers" Hermann Güendel, doctor en Filosofía y Estudios Latinoamericanos. Académico 2, en propiedad, de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA)y de la Universidad Estatal a Distancia (UNED).

¿Es posible pensar desde la singularidad del uno, sea la conciencia, el yo, el cuerpo, los agenciamientos de la partícula elemental o lo que fuere, dada la interacción obligada a la que estamos impelidos, condicionado, sujetos y hasta condenados en lo múltiple o las multiplicidades? 

 

Sólo en comunidad podemos superar la miseria de los tiempos en los que le toca vivir. La  pesadumbre del desencanto se olvida al compartir la más dulce y buena compañía. Nadie tolera en soledad las angustias de la existencia, pues necesita del noble heroísmo del bien común para superar sus cuitas con la intervención de otros. Nadie puede por tanto vivir totalmente aislado, como si fuera  una isla. El individuo y el individualismo son afecciones en nuestro ser, minusvalías en quien es alguien  solo dentro de la comunidad esencial con otros. Siendo en todo caso ambas ficciones complejas, de naturaleza política y cultural, imponen la incorporación, en nuestra cotidianidad personal, de condicionamientos conductales de masas. Pero las masas carecen de moral, por ello en su comportamiento, el individuo  articula tan solo  emociones e imágenes, pensando y actuando por medio de sensibilidades antes que por reflexión sensata. El individuo actúa por egoísmo, destruye por ello la posibilidad del bien común en aras de su interés propio. La superioridad ética del bienestar de otros por encima del propio le queda relegado a una práctica altruista de almas bellas, que considera ingenuas y simplonas. El individuo es la escenografía de un  mundo que gira en torno al dinero. Reducido a simple objeto  portador de máscaras económicas. Su moral sólo responde al imperativo del lucro. La  capacidad de anteponer el bienestar común al individual le resulta un virtuosismo excepcional, pues el bien común es solo imperativo en el contexto comunitario del nosotros. Se trata pues de una representación desvirtuada del ser de la persona pues la dimensión  real de ser humano es ser en comunidad, y sólo en ella se dignifica a sí mismo como  significador de esas realidades que constituyen lo que apreciamos como nuestro mundo. 

Pasamos nuestros tiempos en comunidad, vivimos en ella y en ella encontramos el  sentido tanto de nuestra vida, como de la muerte. Nacidos en el seno del vínculo humano, crecemos en él, y con el tiempo lo extendemos a esos otros que, siéndonos próximos, constituyen  un nosotros que perdura en el alma, por  presencia o bien por reconfortante recuerdo. Nadie puede en realidad pretender que es un buen vivir pasar sus días en soledad. La soledad nos destruye,  pues es una muerte simbólica que provoca más deterioro que la física.  En  soledad resultamos ser muy mala compañía para nosotros mismos y, aún más, peores consejeros. 

La soledad es el estado de existencia del individuo; pero nadie puede en realidad vivir sin alguien a su lado, o sin el placer que da la buena compañía. Los seres humanos somos sujetos comunitarios, como tales no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a la comunidad que sustenta nuestra vida e identidad. Somos de quienes nos aman y se preocupan por nuestros fallos, celebrando como propios nuestros aciertos, merezcamos esto o no. Y nos debemos a ellos, pues quien  no protege al que lo ama no merece ser amado.No somos nunca anónimos quienes a nadie importan. 

Nuestra identidad es resultado de una articulación de significados existentes, dentro de la comunidad en la que se crece y vive, que se articulan a lo largo de los años, fronteras de significado y cierres simbólicos que van desde expresiones conductuales y orales, hasta tradiciones culinarias que se preservan con orgullo como los secretos de la abuela. 


 

¿Cómo cree que es, que debiera ser y que le gustaría que fuera el vínculo entre filosofía y política? 

 

Toda sociedad es una comunidad política de comunidades humanas. Resultante  de  la centralización por ejercicio de poder político, ella impone a las diversas colectividades una multiplicidad de significados de ser al que se le asocian representaciones y registros de diversa índole que hacen del ser social algo complejo y complejizador de sus relaciones interpersonales. En tanto realidad política, es resultado de una vinculación orgánica de ordenamientos estructurales y condiciones superestructurales que se vivencia en forma de relaciones conductuales homogeneizadas de convivencia y coexistencia reconocibles como civilizadas, es decir, cívicamente valoradas. La sociedad nace con la organización de las ciudades pues en ellas múltiples comunidades se ven forzadas a reunirse en los barrios que constituyen finalmente las zonas urbanas.

Propuesto así, hemos de comprender que la sociedad, como la pensamos hoy, es una artificialidad provocada intencionalmente a través de mecanismos de cohesión de poblaciones que someten a las comunidades humanas inmediatas o colectivos de personas, ya sea un grupo de familias, el entorno poblacional cercano, o la región geográfica, a una centralización administrativa político-económica. 

No son los pueblos los que crean lo Estados que lo encierran dentro de fronteras nacionales; sino que son los Estados los que crean los pueblos que gobiernan, pues organizan políticamente a una población, que de otro modo estaría dispersa en regionalidades, en un uno todo hegemonizado por un orden político único. El  Estado funda la sociedad y le da nacionalidad.

En las sociedades latinoamericanas pos- neoliberales el capital ha desplazado la centralidad del ser humano, con ello la vinculación humana se compone a través de áreas de estatus excluyentes. Unos miran a otros de manera despectiva. Sus logros se reducen a meras ilusiones de figuración y fama. La imagen sustituye a la persona provocando sensibilidades fugaces. La presencia social se ha vaciado hasta transformarse en un vulgar desfile de pasarela que necesitan las almas ínfimas para pavonearse. Las marcas de renombre han desplazado la necesidad básica de bienes a granel. Lo valioso es hoy aquello que adorna la existencia, no lo que satisface nuestra vida, justo eso es lo más caro, aunque no lo más útil para el buen vivir. El valor de la vida se asocia a la capacidad de consumo, por ello cuando con el paso de tiempo esa capacidad se reduce, aquel agente se desvanece, reduciendo el valor del individuo a un objeto en el rincón de la sala, declarando la vejez una enfermedad; y si lo es; pues es una afección económica que se transmuta en social. No más que una vulgar ideología que pervierte  nuestro valor y relaciones humanas.

Bajo este diagnóstico nos resulta imperativo una militancia filosófica con el ideal de un mundo otro, una nueva sociedad en la que la cotidianidad se resignifique para transformarla. La filosofía en América latina ha de dar lugar a utopías integrales que provoquen realidades, sin duda laterales a la estrechez del horizonte social actual. El filósofo debe de salir de la universidad, transformarse a sí mismo en promotor de conciencia y discurso, enfrentado las incertidumbres de su momento, pues la Filosofía surgió de una época de incertidumbre, para enfrentar las incertidumbres de las distintas épocas. Es por ello discurso de quien se yergue ante su mundo soñando el sueño del despierto, el de una sociedad que gire en torno a la dignificación del ser humano y una época de humanismo absoluto en la historia.

 

 

Dada la indignidad de la pobreza y marginalidad, que asolan a tantas personas a lo largo y ancho del mundo, ¿No cree qué el anclaje simbólico de seguir considerándolos con las mismas responsabilidades y exigencias (políticas) de quiénes nada les falta o todo les sobra, se constituye en un ariete profundamente antidemocrático y con ello en el deshilachamiento de reconstituir el lazo social? 

 

R- Ante la historia todos somos o bien protagonistas o bien simples observadores, y si bien no siempre podemos estar en el centro de los acontecimientos, si deseamos al menos ver sus grandes momentos.  Dos nos son fundamentales, uno la construcción de los Estados,  otro el  de sus revoluciones. 

Toda sociedad es un artificio de poder, su cultura, en tanto nacional, no es más que el resultado de un experimento organizativo de poder político que se dirige, administrativamente, hacia las distintas comunidades regionales para constituirlas en una única sociedad civil dentro de las fronteras del Estado nacional. Los Estados crean los pueblos que dirigen, no a la inversa. La sociedad es la comunidad política de las comunidades humanas.

Y es la  misma política que origina la sociedad también la que origina sus cambios. La política es el eje de la sociedad, y con ello también es escenario de todo posible cambio social. Pero los grandes acontecimientos de la historia solo se dan cuando los seres humanos reunimos las fuerzas suficientes para realizarlos. Y la fuerza de la voluntad de los seres humanos solo se consolida a través de su traducción en política,  pues es ella la que permite  el señorío del ser humano sobre su realidad histórica. 

Somos seres comunitarios, y en ella encontramos los imperativos que presiden nuestra conducta y establecen nuestras responsabilidades. La miseria de otro es mi miseria, su sufrimiento, exclusión, humillación me resultan ser mías, y justo con la fuerza de mi enojo que levanto mi voz unidéndola a la de todos. Nada no da más objetividad que la pulsión de nuestra indignación . 

El individualismo de la cultura hegemónica actual provoca el desinterés en la situación de otros, no permite enterdermos con otros como nosotros, no lleva al sinsentido de pretender valernos solos como si fuese posible existir sin la cooperación, directa o indirecta de otros. Sin embargo nada como la potencia cruda  de la realidad para destruir quimeras; el individuo cobre conciencia de su debilidad, deja atrás la pretensión de hacer el cambio  por sí mismo, integra a la fuerza del movimiento social, piensa y actúa ahora por el espíritu de sus tiempos. 

En su alma se comparte el ideal en común, la calle, el café, la marcha es su lugar de encuentro y humanización, su responsabilidad es en este momento con esos otros que reconoce como nosotros, es capaz del acto heróico de la solidaridad, el bien común le es propio, y lo propio le resulta compartible. 

En su vivencia deja de ser individuo, y pasa a ser sujeto significativo dentro de una colectividad. Comprende entonces que los derechos no se piden, se exigen y arrebatan. En su nosotros, que es también el nuestro pues somos también un otro excluido, la tensiones estructurales de una sociedad violenta y denigrante dan pasó a respuestas superestructurales que materializan cambios a la altura de lo que la transformación de su época le exige. La salida digna a los defectos innegables de la sociedad actual se resuelve a través del cambio del individuo en pueblo, y de este en actor de su propia historia, y gestor de su reivindicación más profunda, la nueva comprensión de su ser, como sujeto comunitario.

 

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